Un comentario a Mt 24, 37-44 (Primer Domingo de Adviento, 27 de noviembre de 2016)
Comienza el nuevo Año Litúrgico, con el primer domingo de Adviento, de preparación a la Navidad. Como sabemos, la Iglesia católica organiza las celebraciones dominicales en tres ciclos: A, B y C. El domingo pasado concluimos el ciclo “C” con la Solemnidad de Cristo Rey, leyendo el texto de Lucas que nos narra el diálogo de Jesús en cruz con el buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ese es el objetivo final del camino vital de todo discípulo: estar en el paraíso con su Señor Jesucristo.
Hoy comenzamos un nuevo ciclo, el ciclo “A”, leyendo el capítulo 24 de Mateo, que nos invita a una esperanza activa y vigilante, una actitud de apertura hacia la venida del Señor, que se renueva constantemente en cada etapa de nuestra vida y de la historia de la humanidad. Así preparamos la Navidad, que consiste ciertamente en hacer memoria del nacimiento de Jesús, pero también y, sobre todo, en abrirse a esa venida del Señor que sucede en cada época de nuestra historia personal, comunitaria y social.
Cierto que el Señor ya vino a nuestra tierra; por eso lo celebramos agradecidos y por eso recordamos el amor que nos ha mostrado de manera tan extraordinaria, pisando nuestra tierra, asumiendo nuestra carne mortal, iluminándonos con su Palabra, reuniéndonos en su Iglesia… Pero el Señor sigue viniendo hoy a nosotros de muchas y diversas maneras: en la Eucaristía de cada domingo, en la loración personal que hacemos cada día, en las palabras de verdad que escuchamos, en el amor que recibimos… A veces el Señor se nos hace presente también en un problema, en una enfermedad, en una dificultad que tenemos que superar…
Puede parecer que las cosas se repiten, pero la vida nunca se repite, es siempre nueva, como el agua del río: uno nunca puede beber la misma agua, aunque se agache para ello en la misma curva del mismo río. De la misma manera la gracia de Dios es siempre nueva, aunque parece que hacemos la misma celebración, con parecidas palabras y gestos; la gracia del año 2016 es distinta de la recibida en el año 2015.
Pero puede pasar que el Señor venga a nuestras vidas y nosotros no nos demos cuenta, que se nos pase de largo, porque estamos distraídos, dispersos, inconscientes, como el padre de familia que se duerme con la casa abierta y se deja robar tontamente o como el turista distraído que se deja robar la cartera sin darse cuenta. No seamos así, mantengámonos con el corazón y la mente abiertos para descubrir los signos de la presencia de Dios hoy en nuestra vida.
Por eso el evangelio de Mateo que leemos hoy nos advierte: “Velen y estén preparados, porque nos aben qué día va a venir el Señor” .
Dicen que algunos grandes inventos de la humanidad (como, por ejemplo, la electricidad) se dieron por casualidad, pero gracias a científicos que estaban atentos y preparados. Lo mismo nos pasa a nosotros en el campo espiritual: Dios se nos revela de muchas e inesperadas maneras, pero, para comprenderlo, tenemos que estar preparados y vigilantes: con la oración, con la caridad, con una búsqueda honesta de la verdad, con buenas obras…
El Adviento consiste precisamente en eso: en ponernos alertas y preparados para ser capaces de “ver” como Dios se acerca a nuestras vidas, “naciendo” (haciéndose presente de nuevo) en nuestra historia personal, llenándonos con su amor, de una manera nueva y quizá sorprendente para nosotros.
¡No lo dejemos escapar!
P. Antonio Villarino
Quito