Laicos Misioneros Combonianos

Ascender es ampliar el horizonte

cielo
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Comentario a Mt 28, 16-20, Solemnidad de la Ascensión, 24 de mayo del 2020

Este domingo celebramos la solemnidad de la Ascensión, previa a la de Pentecostés, que celebraremos el domingo próximo. La Iglesia nos ofrece hoy los últimos versículos del evangelio de Mateo, que terminan con el mandato misionero y ponen en boca de Jesús esta frase: “Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final del mundo”. Les presento algunas reflexiones:

  1. La montaña: más allá de toda geografía

Según Mateo, Jesús encuentra a sus discípulos en una montaña de Galilea. Parece una anotación geográfica casi sin importancia, pero no creo que sea así. Para muchas religiones y culturas, la montaña es el lugar de la manifestación de Dios. Y se entiende, porque la montaña me ayuda a ir más allá de mí mismo, a salir de la rutina y la superficialidad, a buscar el más alto nivel de la conciencia personal… Y es precisamente ahí, en el nivel más alto de mi conciencia, que Dios se me manifiesta, con una presencia que difícilmente se puede encerrar en palabras, pero que uno percibe como muy real y auténtica.

Por su parte, Jesús subía continuamente al monte, pero llegó un momento en el que por fin “subió” a la montaña definitiva, es decir, en palabras del evangelista Marcos, “fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios”. Como ven, los evangelistas usan términos geográficos y nosotros hablamos de la “ascensión” de Jesús, pero sabemos bien que Dios no está arriba ni abajo sino en todas partes (y más allá de toda geografía). Por tanto no es que Jesús haya subido “detrás de las nubes”, sino que alcanzó el grado máximo de su auto-conciencia y de su comunión con el Padre y, por eso mismo, alcanzó el grado máximo de universalidad geográfica y temporal, compartiendo su amor y su presencia con todos los seres humanos de todos los tiempos y de todas las fronteras. Por eso nos dice: “Yo estoy con ustedes, ahora y siempre, aquí y en todas partes; en cualquier parte que vayan, ahí me encontrarán”.

  • Adoración y duda

Ante un Jesús que se manifiesta en la “montaña”, en la que se identifica con la Divinidad, los discípulos experimentan un doble movimiento: de adoración y de duda. Por una parte, sienten la necesidad de postrarse y reconocer esta presencia de la Divinidad en el Maestro, porque sólo con la adoración uno puede acercarse al misterio de Dios, ya que nunca las palabras pueden contener la realidad que uno apenas alcanza a vislumbrar desde lo hondo de su conciencia. Por eso los discípulos experimentan también la duda, porque, por una parte parece casi imposible que Dios se nos manifieste en nuestra pequeñez y, por otra, somos conscientes que todas nuestras palabras y conceptos se quedan cortos y, en alguna medida, son falsos. Nuestros conceptos sobre Dios son siempre limitados y deben ser constantemente corregidos, con la ayuda de la duda, que nos obliga a no “sentarnos” en lo aparentemente ya comprendido.

  • “Bauticen en el nombre de Dios”

Desde esta experiencia de la “montaña”, de la experiencia de Dios en lo hondo de la conciencia, Jesús nos dice: “Pónganse en camino y comuniquen a todos lo que han visto y oído, lo que han experimentado entre luces y sombras, dudas y aciertos. Anuncien a todos este camino hacia el Padre que les he enseñado”.

Los pueblos, culturas y religiones intentan acercarse, como pueden, al misterio de Dios, dándole nombres según sus propias experiencias culturales. Israel ha preferido abstenerse de darle nombre, porque comprendió que es innombrable. De hecho, Jesús tampoco le da un nombre. Lo que Jesús hace es hablarnos del Padre, de su experiencia de identificación y comunión con Él y del Espíritu que ambos comparten. Y manda a sus discípulos bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”. Ese es el objetivo fundamental de toda vida: encaminarse hacia la comunión con el Padre. Y ese es el objetivo de toda misión: que toda la creación encuentre su plenitud en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

….

Ascender no es ir más allá de las nubes,

ascender es cambiar de perspectiva,

como quien mira desde lo más alto.

Ascender es abrir el angular,

ampliar el horizonte a toda la realidad,

reducir las fronteras a su justa perspectiva.

Ascender es crecer en claridad,

dejar que el sol de la verdad ilumine mi camino

que el amor penetre cada rincón de mi vida.

Ascender es saber que más allá de mi pequeñez,

hay más vida, más verdad, más belleza, más religión,

más humanidad, más Dios.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El Espíritu renueva la faz de la Tierra

Iglesia
Iglesia

Un comentario a Jn 14, 15-21 (Sexto domingo de Pascua, 17 de mayo del 2020)

Estamos acercándonos a la fiesta de Pentecostés, en la que hacemos memoria de como el Espíritu Santo inundó el corazón y la vida de los primeros discípulos, llenándolos de inteligencia y entusiasmo, haciendo de ellos hermanos y testigos de la humanidad nueva nacida en Jesucristo. Hoy leemos, en el capítulo catorce de Juan, la primera de las cinco promesas que Jesús hizo a los suyos de enviarles el Espíritu.

1.- La promesa

“Si mi amáis, obedeceréis mis mandatos; y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros. Es el Espíritu de la verdad que no puede recibir el mundo, porque ni lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive en vosotros y está en vosotros” (Jn 14, 15-17).

Podemos destacar de este texto que una condición para que Jesús ruegue al Padre es que le amemos. El Espíritu es libre de actuar donde quiere, pero no todos lo conocen. Una manera de conocerlo es amar a Jesús y cumplir sus mandatos. En todo caso, Jesús promete orar para que Él esté siempre con nosotros.

2.- Actitudes para recibir el Espíritu

La presencia del Espíritu lo cambia todo, como la gasolina en el motor o el espíritu humano en el cuerpo. Sin él, el motor no camina y el cuerpo se vuelve carne amorfa. Pero la pregunta que nos podemos hacer es cómo hago para recibir el Espíritu. Les propongo algunas actitudes:

a) Tener sed: “Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba”. Si uno está satisfecho y cómodo, no es fácil que nada ni nadie se abra hacia él. Difícilmente recibiremos el amor, si no estamos abiertos y disponibles. Nuestra oración auténtica y sincera debe ser como la del salmista: “Como busca la cierva corrientes de agua, así, mi Dios, te busca todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 42).

b) Saber contemplar: una actitud de silencio exterior e interior, que nos haga capaces de percibir su presencia en el mundo, en las personas, en la palabra meditada… Dentro de esta actitud está la atención a la realidad que nos circunda (en sus dimensiones políticas, económicas, culturales y religiosas). Saber mirar, saber escuchar, saber concentrarse en la realidad de las cosas, venciendo la superficialidad y la distracción constante.

c) Amar a Jesucristo: Amor a Él y a todo lo que Él representa: Su Padre Dios, sus hermanos más pequeños (los pobres, los humillados), la comunidad de sus discípulos; amar su Evangelio y su estilo de vida… Porque, si alguien le ama, el Espíritu hará morada en él.

d) Estar dispuesto a cambiar: Disponibilidad para emprender la marcha de la propia vida por los caminos que Él nos señala. Esta conversión implica disponibilidad para cambiar de ideas, de actitudes, de comportamientos. Alguien ha dicho que si no actuamos como pensamos terminamos por pensar como actuamos.

El camino litúrgico nos está acercando a Pentecostés. Ojalá también a nosotros se nos conceda prepararnos para esta experiencia fundamental en el camino cristiano.

¡Ven Espíritu Santo y renueva la faz de la tierra!

P. Antonio Villarino

Bogotá

Nuestra experiencia como LMC en Colombia durante esta cuarentena.

LMC Colombia
LMC Colombia

Soacha-Cundinamarca

Colombia

11 de mayo de 2020

Queridos Laicos Misioneros Combonianos,

Este año 2020 ha iniciado con nuestra presencia como Laicos Misioneros Combonianos de Colombia, en el barrio el oasis, periferia este del municipio de Soacha, cerca de la ciudad de Bogotá. En este barrio ha venido trabajando el Sacerdote Comboniano Franco Nascimbene durante 5 años, con quien actualmente compartimos nuestra experiencia de inmersión. Durante este tiempo como equipo hemos ido pensando las acciones para acompañar a todas las personas afectadas por la coyuntura actual del COVID-19.

Al iniciar la cuarentena nos preguntamos por el sentido de nuestra presencia en medio de la comunidad, pues dadas las indicaciones del gobierno todos debíamos estar en casa, suspendiendo temporalmente las actividades pastorales planeadas para el año (catequesis, coro afro, proyecto eco ambiental y grupo afro).

Especialmente al encontrarnos en un barrio en donde la mayoría de habitantes depende de trabajos informales y que se conforman de minorías como migrantes (en su mayoría venezolanos) y desplazados por la violencia de los departamentos del pacifico Colombiano. Si bien la incidencia en términos sanitarios ha sido mínima para los habitantes del barrio ya que a la fecha no se cuentan con casos reportados positivos de personas del sector, el impacto social y económico ha traído un aumento en la situación de pobreza y en la garantía de los derechos básicos como alimentación, vivienda, salud, recreación, educación, entre otros. Al hacer un análisis de esta realidad como equipo observamos que la presencia del estado sigue siendo mínima, las ayudas alimentarias que han llegado al barrio no alcanzan a suplir un alimento básico para las familias.

Frente a esta realidad han surgido las siguientes experiencias significativas que queremos compartir con ustedes llenos de mucha alegría:

Oración comunitaria en la cuadra: durante la primera semana de cuarentena en la oración del equipo de Misioneros Combonianos, surgió la idea de compartir momentos de oración que permitiera a las personas de la cuadra generar más solidaridad y esperanza. Esta idea se compartió con vecinos de otra iglesia (evangélicos) que viven en la misma calle y que se unieron a la iniciativa. A partir de la segunda semana de cuarentena esta idea se da así:

  • Cada semana dos personas de la cuadra lideran el momento de oración.
  • Se realiza una alabanza de gratitud que se acompaña de instrumentos como el cununo, el bombo y panderetas.
  • Cada persona desde su casa hace una oración de agradecimiento y se acompaña con el coro de la canción inicial.
  • Los dos animadores de la oración semanal comparten una cita bíblica y generan una reflexión.
  • Luego cada familia hace una oración de petición.
  • Se termina con una alabanza y en el centro de la calle se pone una caneca, para que cada vecino aporte algo de comer a una familia que lo necesite.

 Esta experiencia que a la fecha se continúa viviendo, nos ha permitido conocer a nuestros vecinos pues por motivos de estudio o de trabajo, no nos era posible compartir estos momentos espirituales y comunitarios. Adicional se ha logrado que semanalmente dos personas se comprometan con la preparación de la oración, también a partir de la segunda semana se dispone del préstamo de un sonido, micrófono, con la participación de personas de otras calles y lo más importante es que a partir de este acto comunitario se vive la solidaridad entre las personas que aportan algo de sus alimentos para beneficiar semanalmente a dos familias que lo necesiten.

Compartir solidario: al mismo tiempo en que nos preguntábamos como equipo sobre las formas creativas para ayudar a nuestros vecinos, de manera inesperada empezamos a recibir mensajes de personas cercanas a nosotros, como amigos o familiares que desde Bogotá estaban preocupados por la situación en los barrios de la periferia. Entonces se nos ocurrió que podríamos ser puentes que permitieran hacer llegar las ayudas económicas.

Las dos primeras semanas fuimos a los supermercados cercanos para comprar provisiones y así ayudar a algunas familias conocidas previamente. A partir de allí focalizamos a las personas que serían beneficiadas por estas ayudas con la colaboración de algunas lideresas y líderes afro con quienes veníamos trabajando. Pensamos en población afro que como consecuencia de la cuarentena hubiesen quedado sin empleo. Fue así como una tarde compartimos alrededor de 40 mercados entre nuestros hermanos negros del sector. También se han compartido mercados con migrantes, adultos mayores, recicladores y madres cabezas de hogar.

La ternura de los pobres: En la casa del padre Franco se colocó una mesa en la que cada persona podía tomar 3 alimentos que necesitara o dejar algo que quisiera compartir, de esta iniciativa surgieron cantidad de pequeños gestos de solidaridad, donde quien tenía algo más lo compartía con alguien que lo necesitara más, ejemplo: 5 huevos, una libra de tomate, un paquete de arroz. Persona que conseguían ayudas compartían parte de lo recibido con quien tenía más dificultad que ellos.  Actualmente el padre Franco dedica las tardes a visitar diferentes familias en sus casas para conocer su realidad, en este ejercicio se ha encontrado con personas que teniendo lo suficiente lo han invitado a compartir con otros que verdaderamente lo necesitaran.

Como equipo hemos sido participes de toda esta experiencia de cooperación, hemos experimentado la alegría de recibir un alimento de personas cercanas, muchas veces hemos dado lo que nos correspondía vaciando nuestras manos pero viendo como este dar se multiplicaba en un nuevo recibir.

Ahora nos encontramos pensando la manera de apoyar el proceso académico de los niños y niñas, pues con la estrategia de educación a distancia se ha excluido a quienes no cuentan con conexión a internet y con posibilidades económicas para pagar las copias que requieren.

Unidos en la oración y misión desde Colombia,

Alexandra García, Vanessa Ardila y Padre Franco Nascimbene

Compartir la vida y la misión

LMC Brasil
LMC Brasil

¡Queridos amigos, paz y bien!

Queremos compartir con ustedes un poco de lo que nosotros, Regimar y Valmir, Laicos Misioneros Combonianos, estamos viviendo durante este tiempo de preparación para la misión. Como todos saben, ya deberíamos estar en la misión de Mozambique, en África, pero debido a la pandemia del coronavirus, los gobiernos han cerrado las fronteras y aún no hemos podido salir para misión. Estamos todavía en la casa de formación y misión de los Laicos Misioneros Combonianos en Contagem/MG.

Antes de la crisis del coronavirus, además de la formación que recibimos aquí en la casa de formación de Ipê Amarelo en Contagem, también fuimos a Brasilia para hacer un curso para misioneros que van a otros países, misión más allá de nuestras fronteras. Después de eso fuimos a São Paulo donde hicimos otro curso. Estos dos cursos nos ofrecieron la dimensión de lo que es ser un misionero en otro país.

El curso ad gentes en el Centro Cultural Misionero de Brasilia duró 26 días y nos hizo interiorizar, mirar dentro de nosotros mismos. También nos ayudó a conocer un poco el lugar al que fuimos destinados como misioneros. Decimos con certeza que el curso nos hace pensar y repensar si eso es lo que queremos, si queremos continuar en el camino de la misión en otro país o quedarnos donde estamos, porque los formadores del curso dejan muy claro las dificultades a las que sin duda nos enfrentaremos y otras dificultades que puedan surgir.

En el segundo curso en São Paulo sobre espiritualidad en las ciudades, que duró ocho días, fuimos transportados a un mundo más allá del nuestro ya conocido donde fuimos llevados a conocer personas con una fe y una forma de ser muy diferentes: de otras religiones, sectas, ateos, de diferente orientación sexual, personas que nunca van a la iglesia, pero que se dedican a amar al prójimo hasta el punto de entregarse al otro, de pasar noches en la calle para defender a los más necesitados y perseguidos (personas sin hogar).

Fue un encuentro en el que más que escuchar algo, tuvimos contacto con muchas realidades concretas, en el que hicimos amigos que llevaremos en nuestros corazones dondequiera que vayamos. Estos cursos fueron muy importantes para nosotros, de inmensa riqueza. Después de los cursos fuimos a Paraná y Santa Catarina. Allí participamos en los consejos comunitarios, en los encuentros con los laicos salvatorianos, en los encuentros con el GEC (Grupo de Espiritualidad Comboniana) de Curitiba, con los Padres Combonianos y participamos en las celebraciones y en las misas haciendo siempre animación misionera y hablando del carisma comboniano.

LMC Brasil

De vuelta a la comunidad de Ipê Amarelo, en Contagem/MG, continuamos nuestra formación, siempre ayudando en la comunidad y en los grupos de trabajo. Valmir, también conocido como Tito, inició el curso de formación para agentes de la APAC (Asociación para la Protección y Asistencia a los Convictos) y yo formé un coro de niños en la comunidad. Ahora todo se ha detenido debido a la pandemia y la cuarentena.

Por el momento, con el trabajo pastoral detenido, hemos creado una nueva rutina. Aquí somos cinco adultos y cuatro niños del matrimonio de Laicos Misioneros Combonianos de Guatemala que vinieron a Brasil como familia misionera y viven aquí en la casa de formación y misión de los Laicos Misioneros Combonianos. Tenemos la oración de la mañana, como siempre, y luego continuamos la formación. Por la tarde hay tiempo libre para el descanso, luego la lectura y un poco de ejercicio físico. Dejamos los jueves libres para la recreación, es el día que más jugamos con los niños, les encanta. Eso es un poco de lo que hacemos aquí en la casa.

También hay momentos para ayudar a la gente, ya sea hablando por teléfono o por WhatsApp, o donando algún alimento u otras formas que sean posibles, porque la gente viene a nosotros y no podemos dejar de atenderlos, tomando los cuidados necesarios. Y así estamos viviendo estos días de cuarentena, pidiendo a Dios que esta crisis pase pronto y podamos volver a la normalidad y finalmente salir a misión.

Nos gustaría, además de compartir, agradecerle su afecto y sus oraciones. Estén seguros de que esto nos fortalezca mucho y nos anima a continuar. Muchas gracias también por la ayuda económica enviada por los GEC de São Luís y Timón. Es muy valioso para nosotros contar con su contribución. Muchas gracias, que Jesús misionero y San Daniel Comboni continúen bendiciéndolos a todos.

Finalmente, queremos decir que estamos unidos en la oración y el amor. Recemos a Dios para que esta crisis del coronavirus pase pronto y podamos seguir nuestras vidas en otra normalidad. Recemos por las familias que han perdido a sus seres queridos, por todos los enfermos y por cada uno de nosotros.

Abrazos a todos y mucha luz en nuestros corazones.

LMC Brasil

Regimar y Tito (Valmir), Laicos Misioneros Combonianos

Sólo el amor redime

AMOR
AMOR

Un comentario a Jn 14, 1-12 (Quinto domingo de Pascua, 10 de mayo del 2020)

Leemos hoy una parte del último discurso que, según el evangelio de Juan, pronunció Jesús en la última cena a modo de gran testamento. En este párrafo se nos presenta una de las cumbres de la enseñanza de Jesús: “El que me ve a mí, ve al Padre”.  “Ver” al padre es una de las claves de toda existencia humana. A este respecto les ofrezco los siguientes elementos de reflexión:

1.- Sólo el amor redime (Benedicto XVI)

El Papa Benedicto XVI escribió unas palabras memorables que nos explican la verdad fundamental del Evangelio: En Jesús “vemos”, conocemos el amor del Padre y eso nos “redime”, nos hace tener “vida eterna”. Así dice el Papa emérito:

“No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de «redención» que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: «Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es «redimido», suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos que Jesucristo nos ha «redimido». Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana    «causa primera» del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: «Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Ga 2,20).

2.- Vivir en diálogo amoroso con el Padre

Si uno es redimido por esta experiencia de amor, su vida se vuelve un constante diálogo amoroso con el Padre, lo que transforma su vida y le hace:

-Vivir reconciliado con el mundo, con una mirada bondadosa sobre la naturaleza y los seres humanos, como Francisco de Asís, que hablaba de la “hermana tierra”, el “hermano sol” y hasta la “hermana muerte”;

Vivir en Iglesia-comunidad, como lugar en el que se pone en común la experiencia de este amor redentor, no por nuestra perfección, sino por el testimonio de ese milagro de amor experimentado y testimoniado ante el mundo;

Vivir dejando que rebose el amor en nosotros, superando todo egoísmo, todo miedo, toda pereza, todo temor a la muerte;

Vivir en misericordia, sabiendo que cada ser humano es amado entrañablemente por el Padre, a pesar de sus límites, errores y pecados. Como el Padre, también nosotros nos hacemos misericordiosos, de corazón grande.

3.- Amar desde mi realidad cotidiana

“Ver” al Padre no es salirme de lo que vivo cada día, sino abrirme a su presencia a través de la realidad concreta de mi vida. En ese sentido, les comparto la siguiente oración:

Señor, tú eres espíritu,

pero yo sólo puedo llegar a Ti a través de mi cuerpo.

Tú transciendes el mundo,

pero yo sólo puedo verte en los árboles, las montañas, la luz , el viento, las personas…

Tú superas el tiempo,

pero yo sólo puedo seguirte día a día, semana a semana, mes a mes.

Tú estás más allá de toda conciencia humana,

pero yo sólo puedo entenderte desde mi razón, sentimientos y emociones, desde mi propia conciencia.

Tú eres más que el amor de un padre, una madre o una esposa,

pero yo sólo puedo entenderte como Padre, Madre, Hijo, Hermano, Compañero…

Te “veo” cuando contemplo a Jesús curando, perdonando, enseñando, clavado en la cruz…

Te experimento cuando me siento amado y capaz de amar,

entregando mi tiempo, mi inteligencia,

mis fuerzas físicas, mi disponibilidad.

Sólo así puedo “verte” y  gozarte como hijo y misionero tuyo en el mundo.

Amén.

P. Antonio Villarino

Bogotá