Laicos Misioneros Combonianos

Nuestra experiencia como LMC en Colombia durante esta cuarentena.

LMC Colombia
LMC Colombia

Soacha-Cundinamarca

Colombia

11 de mayo de 2020

Queridos Laicos Misioneros Combonianos,

Este año 2020 ha iniciado con nuestra presencia como Laicos Misioneros Combonianos de Colombia, en el barrio el oasis, periferia este del municipio de Soacha, cerca de la ciudad de Bogotá. En este barrio ha venido trabajando el Sacerdote Comboniano Franco Nascimbene durante 5 años, con quien actualmente compartimos nuestra experiencia de inmersión. Durante este tiempo como equipo hemos ido pensando las acciones para acompañar a todas las personas afectadas por la coyuntura actual del COVID-19.

Al iniciar la cuarentena nos preguntamos por el sentido de nuestra presencia en medio de la comunidad, pues dadas las indicaciones del gobierno todos debíamos estar en casa, suspendiendo temporalmente las actividades pastorales planeadas para el año (catequesis, coro afro, proyecto eco ambiental y grupo afro).

Especialmente al encontrarnos en un barrio en donde la mayoría de habitantes depende de trabajos informales y que se conforman de minorías como migrantes (en su mayoría venezolanos) y desplazados por la violencia de los departamentos del pacifico Colombiano. Si bien la incidencia en términos sanitarios ha sido mínima para los habitantes del barrio ya que a la fecha no se cuentan con casos reportados positivos de personas del sector, el impacto social y económico ha traído un aumento en la situación de pobreza y en la garantía de los derechos básicos como alimentación, vivienda, salud, recreación, educación, entre otros. Al hacer un análisis de esta realidad como equipo observamos que la presencia del estado sigue siendo mínima, las ayudas alimentarias que han llegado al barrio no alcanzan a suplir un alimento básico para las familias.

Frente a esta realidad han surgido las siguientes experiencias significativas que queremos compartir con ustedes llenos de mucha alegría:

Oración comunitaria en la cuadra: durante la primera semana de cuarentena en la oración del equipo de Misioneros Combonianos, surgió la idea de compartir momentos de oración que permitiera a las personas de la cuadra generar más solidaridad y esperanza. Esta idea se compartió con vecinos de otra iglesia (evangélicos) que viven en la misma calle y que se unieron a la iniciativa. A partir de la segunda semana de cuarentena esta idea se da así:

  • Cada semana dos personas de la cuadra lideran el momento de oración.
  • Se realiza una alabanza de gratitud que se acompaña de instrumentos como el cununo, el bombo y panderetas.
  • Cada persona desde su casa hace una oración de agradecimiento y se acompaña con el coro de la canción inicial.
  • Los dos animadores de la oración semanal comparten una cita bíblica y generan una reflexión.
  • Luego cada familia hace una oración de petición.
  • Se termina con una alabanza y en el centro de la calle se pone una caneca, para que cada vecino aporte algo de comer a una familia que lo necesite.

 Esta experiencia que a la fecha se continúa viviendo, nos ha permitido conocer a nuestros vecinos pues por motivos de estudio o de trabajo, no nos era posible compartir estos momentos espirituales y comunitarios. Adicional se ha logrado que semanalmente dos personas se comprometan con la preparación de la oración, también a partir de la segunda semana se dispone del préstamo de un sonido, micrófono, con la participación de personas de otras calles y lo más importante es que a partir de este acto comunitario se vive la solidaridad entre las personas que aportan algo de sus alimentos para beneficiar semanalmente a dos familias que lo necesiten.

Compartir solidario: al mismo tiempo en que nos preguntábamos como equipo sobre las formas creativas para ayudar a nuestros vecinos, de manera inesperada empezamos a recibir mensajes de personas cercanas a nosotros, como amigos o familiares que desde Bogotá estaban preocupados por la situación en los barrios de la periferia. Entonces se nos ocurrió que podríamos ser puentes que permitieran hacer llegar las ayudas económicas.

Las dos primeras semanas fuimos a los supermercados cercanos para comprar provisiones y así ayudar a algunas familias conocidas previamente. A partir de allí focalizamos a las personas que serían beneficiadas por estas ayudas con la colaboración de algunas lideresas y líderes afro con quienes veníamos trabajando. Pensamos en población afro que como consecuencia de la cuarentena hubiesen quedado sin empleo. Fue así como una tarde compartimos alrededor de 40 mercados entre nuestros hermanos negros del sector. También se han compartido mercados con migrantes, adultos mayores, recicladores y madres cabezas de hogar.

La ternura de los pobres: En la casa del padre Franco se colocó una mesa en la que cada persona podía tomar 3 alimentos que necesitara o dejar algo que quisiera compartir, de esta iniciativa surgieron cantidad de pequeños gestos de solidaridad, donde quien tenía algo más lo compartía con alguien que lo necesitara más, ejemplo: 5 huevos, una libra de tomate, un paquete de arroz. Persona que conseguían ayudas compartían parte de lo recibido con quien tenía más dificultad que ellos.  Actualmente el padre Franco dedica las tardes a visitar diferentes familias en sus casas para conocer su realidad, en este ejercicio se ha encontrado con personas que teniendo lo suficiente lo han invitado a compartir con otros que verdaderamente lo necesitaran.

Como equipo hemos sido participes de toda esta experiencia de cooperación, hemos experimentado la alegría de recibir un alimento de personas cercanas, muchas veces hemos dado lo que nos correspondía vaciando nuestras manos pero viendo como este dar se multiplicaba en un nuevo recibir.

Ahora nos encontramos pensando la manera de apoyar el proceso académico de los niños y niñas, pues con la estrategia de educación a distancia se ha excluido a quienes no cuentan con conexión a internet y con posibilidades económicas para pagar las copias que requieren.

Unidos en la oración y misión desde Colombia,

Alexandra García, Vanessa Ardila y Padre Franco Nascimbene

Compartir la vida y la misión

LMC Brasil
LMC Brasil

¡Queridos amigos, paz y bien!

Queremos compartir con ustedes un poco de lo que nosotros, Regimar y Valmir, Laicos Misioneros Combonianos, estamos viviendo durante este tiempo de preparación para la misión. Como todos saben, ya deberíamos estar en la misión de Mozambique, en África, pero debido a la pandemia del coronavirus, los gobiernos han cerrado las fronteras y aún no hemos podido salir para misión. Estamos todavía en la casa de formación y misión de los Laicos Misioneros Combonianos en Contagem/MG.

Antes de la crisis del coronavirus, además de la formación que recibimos aquí en la casa de formación de Ipê Amarelo en Contagem, también fuimos a Brasilia para hacer un curso para misioneros que van a otros países, misión más allá de nuestras fronteras. Después de eso fuimos a São Paulo donde hicimos otro curso. Estos dos cursos nos ofrecieron la dimensión de lo que es ser un misionero en otro país.

El curso ad gentes en el Centro Cultural Misionero de Brasilia duró 26 días y nos hizo interiorizar, mirar dentro de nosotros mismos. También nos ayudó a conocer un poco el lugar al que fuimos destinados como misioneros. Decimos con certeza que el curso nos hace pensar y repensar si eso es lo que queremos, si queremos continuar en el camino de la misión en otro país o quedarnos donde estamos, porque los formadores del curso dejan muy claro las dificultades a las que sin duda nos enfrentaremos y otras dificultades que puedan surgir.

En el segundo curso en São Paulo sobre espiritualidad en las ciudades, que duró ocho días, fuimos transportados a un mundo más allá del nuestro ya conocido donde fuimos llevados a conocer personas con una fe y una forma de ser muy diferentes: de otras religiones, sectas, ateos, de diferente orientación sexual, personas que nunca van a la iglesia, pero que se dedican a amar al prójimo hasta el punto de entregarse al otro, de pasar noches en la calle para defender a los más necesitados y perseguidos (personas sin hogar).

Fue un encuentro en el que más que escuchar algo, tuvimos contacto con muchas realidades concretas, en el que hicimos amigos que llevaremos en nuestros corazones dondequiera que vayamos. Estos cursos fueron muy importantes para nosotros, de inmensa riqueza. Después de los cursos fuimos a Paraná y Santa Catarina. Allí participamos en los consejos comunitarios, en los encuentros con los laicos salvatorianos, en los encuentros con el GEC (Grupo de Espiritualidad Comboniana) de Curitiba, con los Padres Combonianos y participamos en las celebraciones y en las misas haciendo siempre animación misionera y hablando del carisma comboniano.

LMC Brasil

De vuelta a la comunidad de Ipê Amarelo, en Contagem/MG, continuamos nuestra formación, siempre ayudando en la comunidad y en los grupos de trabajo. Valmir, también conocido como Tito, inició el curso de formación para agentes de la APAC (Asociación para la Protección y Asistencia a los Convictos) y yo formé un coro de niños en la comunidad. Ahora todo se ha detenido debido a la pandemia y la cuarentena.

Por el momento, con el trabajo pastoral detenido, hemos creado una nueva rutina. Aquí somos cinco adultos y cuatro niños del matrimonio de Laicos Misioneros Combonianos de Guatemala que vinieron a Brasil como familia misionera y viven aquí en la casa de formación y misión de los Laicos Misioneros Combonianos. Tenemos la oración de la mañana, como siempre, y luego continuamos la formación. Por la tarde hay tiempo libre para el descanso, luego la lectura y un poco de ejercicio físico. Dejamos los jueves libres para la recreación, es el día que más jugamos con los niños, les encanta. Eso es un poco de lo que hacemos aquí en la casa.

También hay momentos para ayudar a la gente, ya sea hablando por teléfono o por WhatsApp, o donando algún alimento u otras formas que sean posibles, porque la gente viene a nosotros y no podemos dejar de atenderlos, tomando los cuidados necesarios. Y así estamos viviendo estos días de cuarentena, pidiendo a Dios que esta crisis pase pronto y podamos volver a la normalidad y finalmente salir a misión.

Nos gustaría, además de compartir, agradecerle su afecto y sus oraciones. Estén seguros de que esto nos fortalezca mucho y nos anima a continuar. Muchas gracias también por la ayuda económica enviada por los GEC de São Luís y Timón. Es muy valioso para nosotros contar con su contribución. Muchas gracias, que Jesús misionero y San Daniel Comboni continúen bendiciéndolos a todos.

Finalmente, queremos decir que estamos unidos en la oración y el amor. Recemos a Dios para que esta crisis del coronavirus pase pronto y podamos seguir nuestras vidas en otra normalidad. Recemos por las familias que han perdido a sus seres queridos, por todos los enfermos y por cada uno de nosotros.

Abrazos a todos y mucha luz en nuestros corazones.

LMC Brasil

Regimar y Tito (Valmir), Laicos Misioneros Combonianos

Sólo el amor redime

AMOR
AMOR

Un comentario a Jn 14, 1-12 (Quinto domingo de Pascua, 10 de mayo del 2020)

Leemos hoy una parte del último discurso que, según el evangelio de Juan, pronunció Jesús en la última cena a modo de gran testamento. En este párrafo se nos presenta una de las cumbres de la enseñanza de Jesús: “El que me ve a mí, ve al Padre”.  “Ver” al padre es una de las claves de toda existencia humana. A este respecto les ofrezco los siguientes elementos de reflexión:

1.- Sólo el amor redime (Benedicto XVI)

El Papa Benedicto XVI escribió unas palabras memorables que nos explican la verdad fundamental del Evangelio: En Jesús “vemos”, conocemos el amor del Padre y eso nos “redime”, nos hace tener “vida eterna”. Así dice el Papa emérito:

“No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de «redención» que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: «Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es «redimido», suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos que Jesucristo nos ha «redimido». Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana    «causa primera» del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: «Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Ga 2,20).

2.- Vivir en diálogo amoroso con el Padre

Si uno es redimido por esta experiencia de amor, su vida se vuelve un constante diálogo amoroso con el Padre, lo que transforma su vida y le hace:

-Vivir reconciliado con el mundo, con una mirada bondadosa sobre la naturaleza y los seres humanos, como Francisco de Asís, que hablaba de la “hermana tierra”, el “hermano sol” y hasta la “hermana muerte”;

Vivir en Iglesia-comunidad, como lugar en el que se pone en común la experiencia de este amor redentor, no por nuestra perfección, sino por el testimonio de ese milagro de amor experimentado y testimoniado ante el mundo;

Vivir dejando que rebose el amor en nosotros, superando todo egoísmo, todo miedo, toda pereza, todo temor a la muerte;

Vivir en misericordia, sabiendo que cada ser humano es amado entrañablemente por el Padre, a pesar de sus límites, errores y pecados. Como el Padre, también nosotros nos hacemos misericordiosos, de corazón grande.

3.- Amar desde mi realidad cotidiana

“Ver” al Padre no es salirme de lo que vivo cada día, sino abrirme a su presencia a través de la realidad concreta de mi vida. En ese sentido, les comparto la siguiente oración:

Señor, tú eres espíritu,

pero yo sólo puedo llegar a Ti a través de mi cuerpo.

Tú transciendes el mundo,

pero yo sólo puedo verte en los árboles, las montañas, la luz , el viento, las personas…

Tú superas el tiempo,

pero yo sólo puedo seguirte día a día, semana a semana, mes a mes.

Tú estás más allá de toda conciencia humana,

pero yo sólo puedo entenderte desde mi razón, sentimientos y emociones, desde mi propia conciencia.

Tú eres más que el amor de un padre, una madre o una esposa,

pero yo sólo puedo entenderte como Padre, Madre, Hijo, Hermano, Compañero…

Te “veo” cuando contemplo a Jesús curando, perdonando, enseñando, clavado en la cruz…

Te experimento cuando me siento amado y capaz de amar,

entregando mi tiempo, mi inteligencia,

mis fuerzas físicas, mi disponibilidad.

Sólo así puedo “verte” y  gozarte como hijo y misionero tuyo en el mundo.

Amén.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Laicado y Ministerialidad

Laicado
Laicado

Laicado y ministerialidad

Vamos a intentar hacer una reflexión sobre la ministerialidad desde una perspectiva laical y en particular desde la vocación misionera y comboniana. Pero antes de adentrarnos en esos ministerios o servicios desde la fe, creo que es importante encuadrarlo todo.

Nuestra vida da un vuelco cuando nos encontramos personalmente con Jesús de Nazaret. Compartimos esta sociedad con muchos hombres y mujeres de buena voluntad. Cada persona con unos principios y unos valores que orientan sus acciones y opciones vitales. Pero para nosotros existe un antes y un después de conocer a Jesús. Como los primeros discípulos, un día nos encontramos con Jesús en el camino. Nuestro corazón dio un vuelco y nuestros labios preguntaron: “¿dónde vives?” Y su respuesta fue “ven y verás”. A partir de ese momento nuestra vida cambió.

Son muchos los caminos por los que hemos llegado a este encuentro, para muchos ha sido gracias a nuestras familias, a nuestras comunidades cristianas, a nuestros amigos, a circunstancias de la vida que nos arrastraron al camino… Sin duda la casuística es muy grande. Lo realmente determinante es la respuesta dada, desde la libertad, y las consecuencias de esa respuesta en cada una de nuestras vidas.

La respuesta es libre, nadie nos obliga a darla, es una gracia que recibimos y como consecuencia el reconocer una nueva vida.

El laico es por encima de todo seguidor de Cristo. No consiste en seguir una ideología, no se trata simplemente de luchar por unas causas justas que ayuden a una nueva humanidad más justa y digna para todos y todas, ni siquiera consiste en seguir todos los preceptos de la religión que nos pueden ayudar en nuestra relación con Dios. Ser cristiano es por encima de todo seguir a Jesús. Salir de nuestra zona de confort y ponerse en camino. Tomar lo esencial para ir ligero y estar siempre abierto y disponible en ese seguimiento. Jesús nos irá mostrando en ese camino cuál es nuestra parte de responsabilidad en el anuncio y construcción del Reino.

Nosotros hablamos de estar en estado de discernimiento constante, que no es sino un estado de diálogo constante con el Señor. Es verdad que existen momentos especiales de discernimiento en la vida de toda persona. Estos tienen que ver con su vocación central como es el caso del matrimonio o de la vocación a la que nos sentimos llamados, como la vocación misionera e incluso el tipo de profesión a través de la cual queremos o sentimos que podemos servir a los demás escogiendo un tipo de estudios u otros, un trabajo u otro… Es fundamental en la vida de toda persona el entender su llamada a ser enfermero, médico, profesora, directora de una empresa, abogada, educador o trabajador social, político, carpintero y así un largo etcétera.

Momentos vitales que en nuestra adolescencia, juventud y edad adulta se presentan de manera significativa. Pero además de esos momentos, que nos mantendrán en el camino en los momentos difíciles, nosotros queremos permanecer a la escucha en este camino. No queremos acomodarnos. En la vida siguen apareciendo nuevos retos y nuevas llamadas por parte de Jesús. Para nosotros como misioneros el tener la maleta pronta es algo que forma parte de nuestra vocación. Estamos llamados a acompañar a las personas, a las comunidades por un tiempo determinado, para después marchar, porque el salir es parte esencial. Salir o seguir creciendo. No permanecemos siempre igual por años y años pues reconocemos que las necesidades cambian. Somos llamados a dejar nuestra tierra y a viajar a otros países, a otras culturas… somos llamados posteriormente a realizar nuevos servicios, retornar a nuestro lugar de origen, asumir nuevos compromisos… todo ello forma parte de nuestra vocación. En cada llamada, en cada nuevo cambio, debemos entender qué planes tiene el Señor para nosotros. Por qué nos convoca a viajar a otro continente o a regresar a nuestro lugar de origen cuando tan bien estábamos, cuando tanto bien estábamos haciendo junto a otras personas, cuando hasta parecíamos tan necesarios en ese lugar, la vida nos hace tener que desplazarnos, comenzar de nuevo…

¿Por qué cuándo parece que habíamos llegado a puerto definitivo hay algo que en nuestro interior nos cuestiona, nos inquieta? Es el Señor que se comunica con nosotros. Con Él tenemos una relación de amistad que nos ayuda a crecer. Como amigos vamos compartiendo la vida y los nuevos proyectos que la van atravesando. Con momentos de mayor estabilidad, pero también con momentos de nuevos desafíos. No hemos venido a descansar a esta tierra sino a disfrutar de la vida y a permitir y luchar porque otros también puedan disfrutar.

Nosotros respondemos a esta llamada a caminar no solo de manera individual sino desde una comunidad. No caminamos solos. Está es parte de nuestra vocación cristiana, la pertenencia a la Iglesia como también nos sentimos parte de toda la humanidad. Y como parte de esta Iglesia nos sentimos llamados a un servicio común. Como Laicos Misioneros Combonianos (LMC) sentimos esta pertenencia a la Iglesia de Jesús. Y sentimos que esta vocación específica que recibimos es una vocación y una responsabilidad comunitaria. Tenemos una llamada personal pero también una llamada como comunidad y comunidad de comunidades. Reconocemos la Iglesia como sacramento universal de salvación, cada uno desde su especificidad, dones y carisma por el anuncio y construcción del Reino.

Jesús llama a sus discípulos a vivir, a recorrer el camino en comunidad. Sabemos que solo de la mano de Jesús podemos caminar y como comunidad necesitamos de esa espiritualidad profunda que nos une a Jesús, al Padre y al Espíritu. Un camino donde la oración, la vida de fe y la comunidad se convierte en alimento y referencia de la vida del LMC.

La centralidad de la misión en Comboni. La Iglesia al servicio de la misión

Comboni tenía muy clara la centralidad de la misión en su vocación y la necesidad de la misma en la Iglesia. Frente a las necesidades de nuestras hermanas y hermanos más necesitados estamos llamados a dar una respuesta. Y es de tal importancia y complejidad esta respuesta que no estamos llamados a darla individualmente sino como Iglesia. Todos y cada uno de los cristianos estamos llamados a responder a esta llamada. Sin importancia de nuestro estado eclesial, cada uno debemos dar una respuesta de fe. Jesús llama a cada uno a caminar. Y es tal la complejidad de las necesidades que existen que el Espíritu suscita en el mundo y en su Iglesia diferentes vocaciones, diferentes carismas que aporten a esta realidad. Identificar a la Iglesia con el clero e incluso con los religiosos y religiosas es no entender a Jesús, es no escuchar al Espíritu. La labor y la llamada al sacerdocio o la vida religiosa en sus numerosas vertientes es fundamental para el mundo, pero no más que el compromiso de todos y cada uno de los laicos. La Iglesia no solo tiene una responsabilidad ligada a la religiosidad o espiritualidad de las personas. Tenemos una responsabilidad social, familiar, medioambiental, educativa, sanitaria, etc. Con todo el mundo. Las cosas del día a día son las cosas de Dios. Las pequeñas cosas son las cosas de Dios. La atención a cada persona en lo concreto y en las necesidades globales son responsabilidad de los seguidores de Jesús. Y en todas ellas el papel del laicado es fundamental, del hombre y de la mujer, en lo material y en lo espiritual… así lo entendió Comboni y así también lo entendemos nosotros.

Comboni

El laico en el mundo

En esta llamada global que recibimos, la Iglesia se muestra como comunidad de referencia. Es alimento para el servicio. Lugar donde reponer fuerzas, donde alimentarse de manera privilegiada, aunque no única.

Como laicos estamos llamados a crear raíces que asienten el terreno y lo haga rico, estamos llamados a crear redes de solidaridad y relación que articulen la sociedad, desde la familia, las pequeñas comunidades de vecinos, de barrio, entidades sociales, empresas… somos grandes creadores de redes de relación, colaboración y trabajo. Vivimos envueltos en todas estas redes y estamos llamados a animarlas, a dotarlas de una espiritualidad que las pongan al servicio de las personas, y en especial de los más vulnerables. Estamos llamados a incluir a todas las personas. Nuestra mirada debe centrarse en los más pobres y abandonados que hablaba Comboni, en los excluidos de esta sociedad, una mirada que nos anima a estar en las periferias porque es desde abajo que las cosas se ven de manera diferente. No podemos conformarnos con una sociedad donde todos no tengamos una vida digna. Una sociedad donde se premie el tener al ser y el consumo que está devastando un planeta finito que nos grita y reclama nuestra responsabilidad global.

Toda esta visión que debe cuestionar nuestra vida nos reclama acciones concretas.

La llamada del laico es una llamada al servicio de la humanidad. Una llamada que para pocos será de servicio interno de nuestra Iglesia. No podemos pensar que el buen laico es aquel que está ayudando en la parroquia y perder de vista nuestra vocación de servicio al mundo. Algunos servicios internos son necesarios pero la Iglesia está llamada a salir. Con Jesús a salir al camino, a ir de pueblo en pueblo, de casa en casa, a ayudar en lo pequeño y en lo grande. Estamos llamados a ser sal que sala, levadura en la masa, … llamados a estar en el mundo y contribuir de manera significativa. No podemos quedarnos en casa donde estamos a gusto, donde nos comprendemos unos a otros. Estamos llamados a salir. La Iglesia no nace para sí misma sino para ser comunidad de creyentes que sigue a Jesús y sirve a los más desfavorecidos.

Por todo ello nos sentimos llamados a ayudar en el crecimiento de las comunidades humanas (también las cristianas).

¿Cómo es la respuesta que como LMC estamos dando a esta llamada?

Actualmente existe una gran reflexión en toda la Iglesia sobre lo específico misionero. Sobre cuáles son o deberían ser nuestros servicios como misioneros, nuestros ministerios específicos. Una vez perdida la referencialidad geográfica de la misión, la referencia entre un norte rico y un sur por desarrollar, donde la desigualdad y las dificultades se encuentran en unos países y en otros, si bien todavía en algunos pocos se sigue concentrando la mayoría de la riqueza y posibilidades frente a otros muchos donde las dificultades son mucho mayores… Es cierto que la miseria campa a sus anchas en las personas sin hogar en los llamados países ricos, las migraciones forzosas por la pobreza, las guerras, las persecuciones por diferentes motivos, el cambio climático y demás están haciendo que un fenómeno siempre presente en la humanidad se esté agravando. La última pandemia del COVID-19 nos recuerda la globalidad de nuestra humanidad por encima de vayas y fronteras. Nos afecta a todos y todas por igual. Parecía que hasta ahora el dinero era el único que podía viajar sin pasaporte, parece que los virus también pueden.

Solo en un mundo justo todos podremos vivir en paz y prosperidad. Las desigualdades salariales, los conflictos, el consumo desmedido que derrite los polos y un largo etcétera terminan influyendo y teniendo consecuencias en toda la humanidad. Las vallas y la policía ya sean en las fronteras o en las casas o urbanizaciones de los que más tienen no lograrán un mundo mejor para todos, ni siquiera para los que se refugian detrás.

Frente a todo esto el debate y la reflexión sobre lo específico del laicado misionero en esta nueva época está servido. No pretenderé entrar en ello de manera teórica. Os ofrezco ahora simplemente algunas de las actividades donde como laicos estamos presentes dando respuesta a la llamada recibida. Esa es nuestra ministerialidad, nuestro servicio al que nos sentimos llamados. La respuesta de vida y no en teoría que estamos dando. No me extenderé, tan solo enunciaré algunos casos que nos puedan dar luces y otros muchos permanecerán en el anonimato… no en balde somos llamados a ser piedra escondida.

Tenemos compañeros y compañeras trabajando con los pigmeos y el resto de la población en República Centro Africana, un país donde llevamos más de 25 años. Junto a un pueblo que es considerado casi como sus siervos por la población mayoritaria que lo consideran menos. Siendo puente de inclusión o responsabilizándonos de una red de escuelas primarias en un país que ha pasado por varios golpes de estado y está en una situación de conflicto desde hace años que no permite al gobierno dar este servicio.

Estamos en Perú viviendo y acompañando a la gente en la periferia de las grandes ciudades. En barriadas de ocupación donde los que llegan del campo van tomando un terreno a la ciudad para vivir, sin luz, sin agua o alcantarillado. Unas familias que luchan por tener una vida digna, que se fueron de sus pueblitos a la ciudad para poder comer, dar una vida mejor a sus hijos. Y donde encontramos mucha solidaridad entre sus vecinos y acogida pero también dificultades traídas por el alcohol, la violencia machista o la desestructuración de muchas familias.

En Mozambique colaboramos con la educación de sus jóvenes, chicos y chicas, que saliendo de sus comunidades extendidas por el interior buscan poder formarse para levantar el país. Se necesitan escuelas que les den esa formación profesional e internados que les permitan vivir durante ese periodo escolar pues sus casas quedan a muchos kilómetros. Acompañar a estos jóvenes y a las comunidades cristianas es también parte de nuestra llamada.

Por otro lado, estamos presentes en Brasil en la lucha contra las grandes compañías extractivistas que desplazan a las comunidades de sus tierras, que envenenan los ríos o el aire de las comunidades, cortan la comunicación o las aíslan con sus trenes kilométricos que socaban los minerales de la zona sin preocuparse por el medio ambiente o el bien de las personas.

También en muchos países de Europa estamos involucrados en la acogida de inmigrantes. Intentamos devolver todo lo recibido cuando también nosotros fuimos extranjeros. Llamados a recibir a aquellos que huyen de la miseria o las guerras, a aquellos que buscan un futuro mejor para sus familias y que encuentran grandes muros a su llegada, no solo de hormigón y alambre sino también de miedo e incomprensión por parte de la población. Ser puentes con una población que sigue siendo hospitalaria y solidaria, presentes en medio de las organizaciones sociales y eclesiales que se movilizan para acoger e integrar a sus nuevos vecinos. Desde el recibimiento en costa, hasta la ayuda en la lengua, en la búsqueda de empleo, vivienda, la tramitación administrativa o el reconocer la valía que nos traen y la riqueza que su presencia trae a la nueva sociedad. Poniendo en valor lo que son y sus culturas y siendo referente de las mismas en un mundo que no siempre les entiende.

Cuando la sociedad fracasa y el ser humano falla no sabemos qué hacer con esas personas. La reclusión en prisiones es la solución que hemos dado como sociedad. Pero esas prisiones se convierten muchas veces en escuelas de más delincuencia y no de rehabilitación como debieran. En medio de ellas están las APAC que nacieron en Brasil y que se van extendiendo poco a poco. Un sistema de reclusión donde la persona que llega es considerada como un recuperando no un preso, que se le llama por su nombre propio y no por un número. Protagonista de su vida, se la ayuda a entender su falta y la necesidad de pedir perdón y reinsertarse como un miembro activo de la sociedad. Un método donde la comunidad se vuelca y crea puentes recuperando a sus hijos e hijas que un día cometieron un error. Donde los recuperandos tienen las llaves de las puertas y entre todos van entendiendo la dignidad de hijos de Dios, el arrepentimiento y su valor como personas para la sociedad.

La manera en la cual estamos viviendo en los países con más recursos está esquilmando un planeta finito. Las relaciones comerciales internacionales están empobreciendo a muchos para el beneficio de pocos… promover un nuevo estilo de vida es algo fundamental para cambiar los paradigmas y valores que se muestran como los únicos válidos para el éxito social y la felicidad. En una sociedad donde lo que se prima es tener y consumir sobre el ser, hay que proponer nuevos estilos de vida. En eso también estamos implicados en Europa. Proponiendo nuevos estilos de vida, de compromisos, de responsabilidad en el consumo, en la economía, etc.

Y así podríamos seguir con acciones ligadas a una educación comprometida con los más excluidos en las periferias de nuestras ciudades, en el cuidado de los enfermos mostrando el rostro de Dios que les acompaña y la mano de Dios que les cuida, en la atención a personas sin hogar, a personas con adicciones…

Como misioneros somos y debemos hacer a todos conscientes de la realidad de un mundo globalizado que requiere de una acción conjunta, un nuevo posicionamiento. Por ello, cada una de nuestras pequeñas acciones, nuestros pequeños granitos de arena conforman pequeñas montañas donde subirse, ver y soñar un mundo diferente. Subirnos con la gente con las que vivimos nuestro día a día. Especialmente llamados a aquellos que viven hundidos sin poder ver un horizonte, una salida a sus dificultades, estamos llamados a levantar la barbilla y mirar adelante, a animar y acompañar esas comunidades. Estamos llamados a estar allí donde nadie quiere ir.

Todos llamados a luchar de manera global por los problemas que son globales, a unirnos y a ser dinamizadores de redes de solidaridad en esta humanidad que habita la casa común, que cada día se demuestra es más pequeña. Y en medio de ella colocar a Jesús, la persona que cambió nuestra vida. Dios es un derecho de todo hombre y de toda mujer. Nos sentimos responsables de dar a conocer la Buena Noticia, de presentarles un Dios vivo que está entre nosotros, que camina con nosotros, que como nos mostró Jesús de Nazaret no nos abandona y nos acompaña siempre. En el interior de cada persona, en el más necesitado, en la comunidad, Dios espera por cada uno de nosotros para transformar nuestra vida, para llenarla de felicidad, de una felicidad profunda. Dios nos espera para darnos agua viva, esa agua que colma la sed del ser humano.

Que el Señor nos dé fuerzas para poder estar presentes y acompañar, ser un medio que lleve a las personas a su encuentro y nos mantenga siempre en camino a su lado.

LMC

Alberto de la Portilla, LMC

El pastor que huele a oveja

Buen pastor

Un comentario a Jn 10, 1-10 (Cuarto Domingo de Pascua, 3 de mayo de 2020)

Leemos hoy –cuarto domingo de Pascua- el bien conocido capítulo 10 de Juan, en el que se nos habla del Buen Pastor que, a diferencia de ladrones y bandidos, ha venido para “dar la vida a los hombres y para que la tengan en abundancia”. A este propósito, les ofrezco estas breves reflexiones.

1.- Una experiencia: “Sólo buscamos la vida”

Visitaba yo, hace años, una aldea del sur de Ghana (África occidental), cuando me encontré con un grupo de personas que estaban realizando unos ritos ligados a la religión del vodú, mayoritaria en aquella zona. Les pregunté:

  • ¿Por qué y para qué hacen esto? Su respuesta fue sencilla y, a mi juicio, profunda y de valor universal.
  • ¡Agbe ko dim míele loo!: “¡Sólo buscamos la vida!”, me dijeron

En efecto, la vida es, no sólo el don fundante que todos hemos recibido, sino también nuestra primordial tarea y misión. Vivir y dar vida es, sin duda alguna, nuestra primera misión y en ella se insertan todas las demás.

Pero vivir, como sabemos, es mucho más que “sobrevivir”, arrastrando una existencia sin sentido. Es, ante todo, desarrollar una identidad personal, única e intransferible, hecha de amor recibido y otorgado, un gastar la propia vida, un “desvivirse”, conscientes de un don recibido y de una meta hacia la que se camina, creando vida…

2.- Como ovejas sin pastor

El evangelio de Mateo nos cuenta que “Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y dolencia. Y, al ver la muchedumbre, sintió compasión de ella porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9, 35-37). Me parece que, veinte siglos más tarde, la situación sigue siendo igual. Si nos miramos a nosotros mismos y a nuestro alrededor, podemos afirmar que muchos seres humanos no vivimos la vida en plenitud. Muchas personas, incluidos quizá nosotros mismos, somos “como ovejas sin pastor”, que, como el hijo pródigo, andamos buscando como ser felices, pero no sabemos cómo.

3.- El pastor “bello”, que da vida

En el versículo de Juan que sigue a los que leemos hoy, Jesús se define a sí mismo como el “buen pastor”, según las traducciones bíblicas que manejamos comúnmente. En realidad, según los expertos, la palabra usada por Juan para referirse a Jesús es “khalós”, que significa “bello”; por tanto parece que Juan no se refirió a Jesús como pastor “bueno” sino como pastor “bello”.

De hecho, en español decimos a veces, refiriéndonos a alguien conocido con expresiones como esta: “que bella persona es”. Con ello no queremos decir que dicha persona tiene una especial belleza física, sino que en ella resplandece una belleza totalmente especial, que tiene más que ver con su manera de ser que con su apariencia física.

En todo caso, lo que el evangelista nos transmite es claro: que Jesús, a diferencia de otros líderes o seudo-líderes, que se parecen más a los ladrones y a los bandidos, es el pastor bello-bueno, que es reconocido tanto por el “guardián” (el Padre Dios) como por las “ovejas” (aquellos de nosotros que son amantes de la bondad y la belleza).

En Jesús se manifiesta el mismo Espíritu que procede del Padre y habita en las “ovejas”. Por eso hay un reconocimiento mutuo. Como diría el papa Francisco, el Padre, el Pastor bello y las ovejas tienen el mismo “olor”, comparten el mismo deseo de bondad, de belleza y de amor. Por eso se reconocen mutuamente. Por el contrario, los que no tienen ese “olor”, los que prefieren la mentira, el orgullo exagerado, el robo, la malicia… esos son “ladrones”, buscan abusar de las “ovejas” y no reconocen ni al Padre ni al Hijo.

La pregunta para nosotros es: ¿A quién preferimos seguir? ¿Nos dejamos guiar y conducir hacia la vida plena por este pastor que huele a oveja o preferimos que nos pastoreen ladrones y bandidos?

P. Antonio Villarino

Bogotá