Laicos Misioneros Combonianos

Lo que importa es el corazón

Jesús

Un comentario a Mc 7, 1-8.14-15.21.23 (Domingo XXII T.O. 29 de agosto del 2021)

Jesús

Después de cinco domingos leyendo el capítulo sexto de Juan  (sobre Jesús Pan de Vida), volvemos ahora a la lectura continuada de Marcos, que habíamos dejado en Galilea, orando, caminando sobre el lago, curando enfermos… anunciando el Reino de Dios, hecho de cercanía, misericordia y verdad.

En la lectura de hoy lo vemos enfrentado nítidamente a un grupo de personas –fariseos y escribas- que confundían las normas y tradiciones humanas (incluso religiosas) con el verdadero culto a Dios. No es un tema del todo nuevo, ya que los profetas de Israel llamaban continuamente la atención a los judíos sobre la tentación de quedarse en las formas, pero sin un corazón sincero. De hecho Jesús cita un texto de Isaías que es tan claro y contundente que penetra como un cuchillo afilado en la hipocresía y falsedad:

              “Este pueblo me honra con los labios,

Pero su corazón está lejos de mí.

En vano me rinden culto,

Enseñan doctrinas que son preceptos humanos” (Is 29, 13).

Y Jesús insiste:

              “No es lo que viene de fuera

lo que contamina al ser humano,

              sino lo que sale de dentro”.

Me parece que no hay que darle muchas vueltas. No se trata de despreciar las normas y leyes humanas (civiles y religiosas). Nada de eso. Jesús se mostró, en general, respetuoso y obediente a las leyes de su pueblo y de su comunidad religiosa. Eso es de sentido común, de respeto al grupo humano del que formamos parte y de solidaridad. Pero no debemos confundir las buenas formas humanas con el “verdadero culto a Dios”, sobre todo, cuando detrás del cumplimiento de normas y tradiciones se esconde un corazón torcido, soberbio y desconfiado.

 El culto, dice Jesús, es verdadero cuando tiene su raíz en un corazón recto, verdadero y misericordioso. El árbol no da mejores frutos porque le abrillantemos las hojas, sino por el tipo de tierra en la que hunde sus raíces. De la misma manera, no se cambia la actitud de una persona con ritos externos, sino con la Palabra de Dios, acogida en un corazón abierto, sincero y recto. Así es el corazón de Jesús, con el que nos identificamos al comulgar cada domingo. De ese corazón nacen siempre nuevos frutos: buenas obras, nuevas tradiciones, nuevas formas de culto…. Donde hay vida, surge la vida.

Dame, Señor, un corazón sincero, sensible y abierto a tu Espíritu que constantemente lo hace todo nuevo.

P. Antonio Villarino

Bogotá

La gran crisis: El escándalo de la debilidad

carne

Comentario a Jn 6, 60-69; Domingo XXI T.O., 22 de agosto del 2021

Carne

Leemos hoy la última parte del capítulo sexto de Juan, que hemos venido meditando a lo largo de cinco domingos seguidos. El capítulo termina con una gran crisis, que lleva a muchos discípulos a abandonar el seguimiento de Jesús. Me parece muy importante meditar este texto, porque todos nosotros debemos pasar por una crisis semejante, antes de que nuestra fe se asiente, más allá de simpatías superficiales o, como diría un gran teólogo protestante, la búsqueda de una “gracia barata”. A este propósito se me ocurren dos reflexiones:

1.-¿En qué consiste el escándalo?

Los discípulos acusan a Jesús de decir “palabras duras”.  Durante mucho tiempo se explicó esta dureza como la dificultad de aceptar la expresión literal de Jesús sobre “comer su carne y beber su sangre” o que aquel trozo de pan es “su carne” y aquel vino es “su sangre”.  Pero, a estas alturas, ya sabemos que ese no era el sentido de las palabras de Jesús ni creo que eso fuera un escándalo para los judíos más habituados que nosotros al lenguaje bíblico. Como hemos venido explicando, en los domingos precedentes, “comer su carne” significa creer en la presencia divina en su humanidad y “beber su sangre” significa aceptar la donación de su vida por amor en la cruz.

Y ahí residía precisamente el problema, que desató la gran crisis. Muchos no podían aceptar la imagen de Dios que Jesús representaba. Para ellos, Dios es todo poderoso, Dios es dueño de todo, Dios triunfa siempre, Dios debe ser temido… Y así debería ser su Mesías en la tierra. Pero Jesús se presentaba como la encarnación de un Dios diferente: Un Dios que acoge al pecador, un Dios que prefiere la curación de un enfermo al respeto rígido del sábado, un Dios que se muestra débil al sufrir el castigo injusto de la cruz, un Dios que se hace solidario del ser humano hasta compartir su condición de mortalidad…

Y eso, para muchas buenas personas religiosas, era inaceptable. Se habían entusiasmado con las palabras maravillosas de Jesús, se habían visto atraídos por su deseo de renovar la religión, se conmovían ante su amor por los enfermos… Pero ahora iba demasiado lejos. Ahora les invitaba a un profundo cambio en su imagen de Dios. Ahora les pedía que superaran toda hipocresía y falsedad para aceptar que también ellos eran pobres, pecadores, frágiles y dejar que Dios se hiciera compañero de su fragilidad, para curarles desde la raíz de su orgullo ciego y absurdo.

2.- ¿Cuál es nuestro escándalo?

También nosotros pasamos por momentos de escándalo. Pero no se trata, a mi juicio, de dificultades de tipo teórico o intelectual sobre algún “misterio” que no entendemos. Ciertamente, hay cosas de la verdad revelada, como de la vida, que no entendemos en algún momento de nuestra historia. Ciertamente, debemos tratar de entender cada vez mejor nuestra fe a partir de nuestra cultura y de nuestras experiencias personales. Pero, a mi juicio, el verdadero escándalo que nos impide creer y aceptar a Jesucristo con radicalidad es la incapacidad para aceptar nuestra propia fragilidad (personal y social);nos escandaliza el pecado de tantos (dentro y fuera de la Iglesia); nos escandaliza nuestro propio pecado y nuestros fracasos; nos escandaliza que Dios no actúe como un mago que resuelve todos los problemas; nos escandaliza un Jesucristo que no triunfa, que se hace pobre y humilde, que fracasa en la cruz, que confía en Dios a pesar de todo; que se hace cercano y solidario de los pobres, los enfermos y los pecadores.

Y, sin embargo, en esto consiste el mayor don, el que, como dice Juan, hace que los que creen se conviertan en hijos. Esta fe hace que mi vida no sea una carrera por demostrar que soy el mejor, que no me equivoco nunca, que triunfo siempre. Esa obsesión me lleva normalmente a vivir en la hipocresía y en la falsedad. Jesús, sin embargo, acepta su fragilidad humana que le lleva al fracaso, al rechazo y a la muerte. Pero, aceptando esa su humanidad, Jesús es precisamente “hijo”, incondicionalmente amado y capaz de amar sin condiciones. Creer eso, “comer esa carne” de Jesús, comulgar con este Jesús, Hijo obediente, es encontrar la vía del amor, es encontrar una vida que supera toda dificultad. No aceptarlo, no “comerlo” es seguir viviendo lejos del Padre, en la mentira de un Adán que se cree falsamente “dios”.

Todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, tenemos que pasar por esta crisis: ¿Pretendo ser, como Adán, un falso “dios” o, como el hijo pródigo, vivir lejos de la casa paterna, creándome una falsa autonomía y brillantez personal? O ¿Me acepto a mí mismo, en mi fragilidad, y acepto la solidaridad de Jesús que baja conmigo al río Jordán de mi fragilidad y conmigo se alza hasta la comunión con el Padre?

Participar en la comunión es afianzar cada día esta segunda respuesta, ante los continuos motivos de escándalo que se nos presentan en nosotros y alrededor de nosotros.

P. Antonio Villarino

Bogotá

En el desierto con Comboni: retos y alegrías de la misión en la pandemia

Casa Comboni
Casa Comboni

Los retos de hoy me recuerdan a los de Comboni. No es que sean lo mismo. Por supuesto, en la época de Comboni era mucho más difíciles. La travesía del desierto, las diversas malarias, las fiebres, el brazo roto que hubo que volver a romper para ponerlo en su sitio (me estremece solo pensarlo), etc.

Pero ahora también vivimos una época de desierto. La expectativa del viaje a África, el envío de documentos, la pandemia, la espera por la vacuna, la solicitud de renovación de documentos y de nuevo la espera. Todo por una causa mayor, que es Jesús.

Pero durante todo esto, no puedo quejarme. Me acogieron con mucho cariño y el trabajo está dando sus frutos.

Después de una parada por la vida: porque el virus no se anda con chiquitas y valoramos el bienestar y la vida de nuestra gente, el pueblo de Dios. Poco a poco, y siguiendo todas las orientaciones de la OMS, vamos retomando algunos trabajos pastorales.

Hemos vuelto a poner en marcha el coro de adultos y de niños, pero con sólo dos miembros cada vez.  (fotos de los ensayos).     

La catequesis la realizamos online para preservar la salud de los niños. La participación es muy buena, incluso a pesar de algunas dificultades como la falta de Internet en algunas familias. Para que estos niños no se vean perjudicados, hemos optado por visitar sin entrar en las casas y sin que salgan. Es una catequesis desde la puerta de la casa, en la calle, sin contacto físico, sin proximidad.

Grupo de catequistas de la comunidad de Nossa Senhora Aparecida (barrio de Ipê Amarillo).

Hemos retomado la formación litúrgica con el equipo de la comunidad, ya que son pocas las personas, lo hacemos de forma presencial sin olvidar los cuidados.

Participamos en el triduo del mártir P. Ezequiel Ramín, junto con la parroquia y el grupo parroquial de espiritualidad comboniana.

Hemos hecho y participado en algunas videoconferencias.

Para los próximos días celebramos la semana nacional de la familia en la parroquia, el encuentro de catequesis con el grupo de confirmación, además de los trabajos ya existentes.

Hace unos días descubrí un nuevo talento oculto (risas), me descubrí como pintora de paredes. Junto con la familia Camey de Guatemala, pintamos la fachada de la Casa Comboni. Modestia aparte, ¡quedó precioso!

Casa Comboni
Casa Comboni

En el trabajo social estamos juntos registrando y distribuyendo cestas de productos básicos. Se trata de una colaboración con la diócesis. Estas cestas proceden de la multa que la empresa minera Vale pagó por el desastre de Brumadinho.

reparto

Y así seguimos la misión de la manera que el Señor nos la presenta.

Es gratificante y puedo decir con certeza que echaré de menos Ipê Amarelo, a su gente y especialmente a los niños.

Maria Regimar, LMC en la Casa de la Misión de Santa Teresinha, en Ipê Amarelo, Contagem/MG. Brasil

El canto de María

Magnificat

Comentario a Lc 1, 39-52 (Solemnidad de la Asunción de María, 15 de agosto 2021)

Magnificat

Este domingo cae el 15 de agosto, en el que se celebra la Solemnidad de la Asunción de María, una fiesta de gran tradición en el mundo católico. La liturgia ha escogido para esta celebración el famosísimo canto de María en el encuentro con su prima Isabel. Su prima la llama “bendita entre todas las mujeres” y María responde con un himno que se reza todos los días, por la tarde, en lo que se conoce como Liturgia de las Horas, que los consagrados y muchas personas rezan diariamente.

Este Canto de María, en el evangelio de Lucas, conocido como “magnificat”, es muy denso y lleno de referencias del Antiguo Testamento. En buena medida está construido sobre el Canto de Ana, la mujer que era estéril y rogaba a Dios con ansiedad y fe para tener un hijo, que de hecho tuvo y al que puso en nombre de Samuel. Cuando quedó embarazada recitó un canto que es muy parecido al de María (Cfr 1 Sam 2, 1-10). Pero también se pueden encontrar referentes en los salmos; por ejemplo, 111, 9; 103, 17; 89, 11, etc.

“La buena noticia que María transmite -dice E. Ronchi- es el enamoramiento de Dios, de un Dios que ha puesto las manos en la espesura de la vida, en las heridas de la historia. El Magnificat es el evangelio que pone en el centro de la religión, no lo que yo hago por Dios, sino lo que Dios ha hecho por mí”.

María, que ha sido alabada como madre y creyente, se reconoce a sí misma como humilde sierva. Solo desde esa actitud (de conciencia de la propia fragilidad) puede uno cantar las maravillas que ha alcanzado a vivir. Una persona humilde se maravilla. Una prepotentes se queda siempre decepcionada. En el colegio, el que esperaba una nota de diez se amargaba si recibía un nueve; el que esperaba un cuatro, saltaba de alegría si recibía un cinco.

La humildad nos lleva a agradecer el don de la vida con tantos dones que lleva anejos. Como ha dicho Jesús, el que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado. La María elevada al cielo es la misma María de un pueblito de Galilea, joven de pueblo, a la que Dios bendijo y se convirtió en una mujer de la que hoy hablan todas las naciones. ¡Qué gran lección para nosotros! No por mucho hinchar nuestro ego somos más, sino por servir más y mejor en la confianza de ese amor gratuito que recibimos de Dios. Porque somos grandes en el amor de Dios no tenemos necesidad de alimentar ridículamente nuestro orgullo.

Buena Fiesta de la Asunción.

P. Antonio Villarino

Bogotá