Laicos Misioneros Combonianos

De lo que rebosa el corazón habla la boca

sermon

Un comentario a Lc 6, 39-45 (VIII Domingo ordinario, 27 de febrero del 2022)

Seguimos leyendo hoy, último domingo ordinario antes de empezar la Cuaresma, el sermón de la llanura con el que Lucas nos transmite la propuesta central de Jesús. En los versículos de hoy se nos recuerdan  algunos dichos de Jesús, que se centran en tres parábolas concatenadas entre sí:

  1. La ceguera del falso guía. Si tú estás ciego, es decir, si careces de sabiduría, si no sabes conducir tu propia vida, ¿cómo puedes pretender guiar a otros? Cierto que Jesús sabe bien que todos somos un poco ciegos y todos nos ayudamos unos a otros a encontrar el camino de la vida, a pesar de nuestras carencias. Pero lo que Jesús nos dice es que no seamos hipócritas, que no intentemos aparecer como más santos de lo que somos, que aceptemos  nuestra propia debilidad y caminemos juntos en ayuda mutua; que busquemos ser discípulos antes de pretender ser maestros.
  2. La astilla y la viga: Siguiendo con el símil del ojo, Jesús da un paso más y se pregunta qué me impide ver y dice que a veces el impedimento que hay en mí puede ser mayor (una viga) que el del prójimo (una astilla). El dicho es un llamado claro a ser conscientes de nuestros propios fallos antes de insistir en los de los demás. Si soy consciente de mis propios pecados o defectos, seguramente seré más comprensivo con los de los demás.
  3. El árbol y los frutos: Avanzando en la reflexión, Jesús pone otra comparación muy elocuente: El árbol se conoce por sus frutos. La aplicación es también muy evidente: al ser humano se le conoce por las obras que hace, porque, dice Jesús, “de lo que rebosa el corazón habla la boca”.

Los tres dichos, encadenados entre sí, nos invitan a cultivar nuestro corazón, es decir, nuestra identidad más profunda, nuestra identidad de hijos amados por el Padre y de hermanos que respetan profundamente a los demás hijos de Dios. Si cultivamos eso en nuestro interior, seguramente nuestras palabras y acciones serán como frutos buenos para nosotros mismos y para los demás. Serán frutos de respeto, alegría, benevolencia, perdón, fraternidad, ayuda, comprensión…  Pero si en el interior cultivamos desconfianza, desprecio, odio, falta de fe… las palabras y las obras que salgan de nosotros serán malas para nosotros mismos y para los demás.

P. Antonio Villarino

Bogotá

“Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer”

comida

Comentario a Lc 6, 27-38 (VII Domingo ordinario, 20 de febrero de 2021)

El mejor comentario a este pasaje de Lucas puede ser una famosa frase atribuida a S. Juan de la Cruz:

“Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”.  

De eso se trata, de sembrar amor para que el amor crezca en nosotros y en el mundo que habitamos.

La Carta a los Romanos nos ayuda a comprender el alcance de esta enseñanza suprema de Jesús:

“A nadie devuelvan mal por mal; procuren hacer el bien a todos. Hagan lo posible, en cuanto de ustedes dependa, por vivir en paz con todos… No se dejen vencer por el mal, venzan el mal con la fuerza del bien” (12, 17-21).

El autor de dicha Carta cita también un proverbio:

“Si tu enemigo tiene hambre, dale comer; si tiene sed, dale de beber” (Prov 25, 21).

No hay que mirar esta enseñanza de Jesús como una “obligación” costosa y casi imposible, casi como si Jesús quisiera hacernos la vida difícil. No. Lo que Jesús quiere es mostrarnos el camino de la verdadera felicidad, ensanchando el corazón, siendo creativos y rompiendo la cadena del mal. Si a un ojo golpeado, respondemos con el golpeo de otro ojo, quedaremos satisfechos por la venganza conseguida, pero no quedaremos mejor sino peor, incrementando el mal, en vez de superarlo. Sin embargo, si uno tiene la valentía y la fe para perdonar y mirar adelante, en vez de revolverse en el pasado, está creando algo nuevo, está dándose la oportunidad de que la misericordia se imponga y el amor triunfe, para alegría propia y ajena.

Frecuentemente nosotros nos enzarzamos en una serie de reacciones en cadena: Me insultó, yo le insulto a mi vez; me trató con desdén, yo le contesto con la misma moneda; me hirió, yo trato de hacerle una herida más dolorosa; me gritó, yo alzo más la voz….

Sin embargo, si uno tiene el coraje de olvidar la ofensa, confía en el amor gratuito de su Señor y, fiado en su palabra, mira adelante, su corazón se serena y se hace capaz de crear algo nuevo, algo mejor.

“Así como Dios es misericordioso, los que nos llamamos seguidores de Cristo debemos actuar con misericordia hacia los que nos rodean. Este es el corazón de la vida cristiana: darnos a nosotros mismos para que los demás mejoren. El mundo no vive así y el reino de Satanás no practica la misericordia. Pero los que pertenecen al reino de Dios se esfuerzan por vivir de acuerdo con la enseñanza de Cristo: Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros” (Jn 13,34)”. (Comentario bíblico internacional).

Naturalmente sólo el Espíritu de Dios puede hacernos comprender bien esta enseñanza sublime. Tampoco se trata de vivir eso en plenitud desde el principio. Se trata más bien de un camino que se emprende, un estilo que se adopta, una meta que se acepta y que marca nuestra vida. Cada día, cada herida, cada avance… es un paso hacia esa madurez del amor cristiano.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El sermón de la llanura

Sermon

Comentario a Lc 6, 17. 20-26 (VI Domingo ordinario, 13 de febrero del 2022)

Jesús cambia de plan

La primera parte del evangelio de Lucas termina con una frase lapidaria, pero altamente reveladora del enfrentamiento que se estableció entre Jesús y el sistema establecido en Jerusalén. Después de contar como Jesús cura en sábado a un hombre que tenía una mano paralizada, Lucas concluye: “Pero ellos, llenos de rabia, discutían qué podrían hacer con Jesús” (Lc 6, 11). La propuesta renovadora de Jesús evidentemente no es acogida por los líderes del pueblo.

Lucas nos cuenta entonces que, ante esta crisis, “Jesús se retiró al monte para orar y pasó la noche orando a Dios”. Es decir, en los momentos de crisis, Jesús se vuelve a las fuentes de su vida y de su espiritualidad, allí donde encuentra la luz y la fuerza para su caminar humano.

De aquella experiencia de oración, en la que sin duda se encontró consigo mismo, con el amor del Padre (entendido y experimentado desde la concreta y dura realidad del momento), Jesús parece salir transformado, con nuevas luces sobre lo que hay que hacer, y decidido a empezar un nuevo camino, una nueva etapa.

“Al hacerse de día reunió a sus discípulos, eligió de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles” (Lc 6, 13). Es decir, si el viejo proyecto de Israel no vale para acoger el reino, se inicia un nuevo proyecto, cuyas columnas serán estos doce hombres, escogidos a la luz de la oración.

Las orientaciones de Jesús a los nuevos discípulos

Después de la elección de los doce, Lucas coloca el “sermón de la llanura”, de alguna manera un paralelo de lo que se conoce como el “sermón de la montaña” en Mateo.

“Bajando después con ellos –dice Lucas- se detuvo en un llano donde estaban muchos de sus discípulos…Entonces Jesús, mirando a sus discípulos, se puso a decir” (Lc 6, 17 y 20). Por mi parte quisiera destacar hoy dos matices:

a) La gente que seguía a Jesús

Personas “de toda Judea y Sidón, que habían venido para escucharlo y para que los curara de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus inmundos quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos” (Lc 6, 17-19).

Si leemos este texto desde la realidad de hoy, no encontramos muchas diferencias. Las multitudes que iban a escuchar a Jesús se parecen bastante a las que hoy buscan sanación, comprensión, consuelo, fortaleza para sobrellevar las luchas de la vida. A estas personas se dirige Jesús.

b) Cuatro grandes mensajes Lo que dice Jesús se divide en cuatro grandes mensajes: Bienaventuranzas y amenazas, Amor a los enemigos, contra las hipocresías, buenos y malos frutos y los dos cimientos.

La lectura litúrgica de hoy se detiene en el primero de estos mensajes: Las bienaventuranzas. El conjunto de este Mensaje central es claro. Jesús pone entre los preferidos de Dios a los pobres, humillados, sufrientes y se revela contra los que construyen su riqueza o su autoestima sobre el dolor de los demás.

Según el cardenal Martini, “las bienaventuranzas son la proclamación del modo de ser de los hombres evangélicos, discípulos auténticos de Jesús, hombres y mujeres afortunados y felices” (Las bienaventuranzas, San Pablo, Bogotá, 1997, pág. 14).

A sus discípulos y seguidores, que eran personas sencillas frecuentemente aplastadas por los poderosos y por las luchas de la vida, Jesús les dice: “ánimo, no se desanimen, ustedes están en el camino correcto, Dios está con ustedes”.

Al leer hoy este texto, desde nuestra realidad, también nosotros podemos escuchar el eco de las palabras de Jesús como una invitación a no rendirnos y a confiar, si somos pobres y necesitados. Si nos consideramos ricos y poderosos, las palabras de Jesús nos pueden sonar como una advertencia: “tengan cuidado que por ahí no van bien”. En los dos casos, las palabras de Jesús son orientadoras y salvadoras. Acojámoslas con fe y como discípulos dóciles.

P. Antonio Villarino

Bogotá