Laicos Misioneros Combonianos

“El Vía Crucis en los escritos de San Daniel Comboni”.

Via Crucis

La cruz es ” una locura ” para los que no la entienden… decía San Pablo (1 Cor 1,18). Aquí publicamos un Vía Crucis con 14 frases de San Daniel Comboni sobre el camino de Jesús hacia la cruz. Comboni comprendió profundamente el “escándalo” que suponía ver a Jesús en la cruz: lo consideraba como un medio necesario para la evangelización y como una realidad que sus misioneros debían abrazar para continuar la obra salvadora de Dios en el mundo. Lo que dice Comboni es muy fuerte y hasta escandaloso en nuestros días, pero en sus palabras podemos encontrar luz y sabiduría para nuestra vida misionera. [comboni.org].

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Padre Pedro Pablo Hernández

Donde hay misericordia, ahí está Dios

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Un cometario a Lc 15, 1-32 (IV Domingo de Cuaresma,  27 de marzo de 2022)

Leemos hoy el capítulo 15 de Lucas, que es el centro de este evangelio y una obra literaria magistral, con enseñanzas de gran valor para la convivencia humana. Con tres parábolas maravillosas (la moneda perdida, la oveja descarriada, el hijo pródigo) Jesús responde a los que le criticaban por comer con pecadores y publicanos, mostrando que el gran signo mesiánico (el signo de la presencia de Dios en el mundo) es la cercanía de los pecadores a Dios. Al leer estas parábolas surge espontánea la pregunta:

¿Dónde me coloco yo? ¿Entre los necesitados de misericordia o entre los que se sienten con derecho a juzgar y condenar?

Podemos decir que Jesús es la expresión histórica de la misericordia divina, porque, como dice San Pablo, “en él habita corporalmente la misericordia de Dios”. En efecto, donde hay misericordia, ahí está Dios. Esa es la demostración más clara de que en Jesús está Dios, porque en él está la misericordia, que se hace palabra acogedora, gesto de bendición y sanación, esperanza para la pecadora, amistad para Zaqueo, recuperación para el hijo perdido…

La Iglesia  es cuerpo de Cristo (presencia  de Cristo en la historia humana) en la medida en la que vive y ejerce la misericordia para con los ancianos y los niños, los pobres y los indefensos, así como para con los pecadores que se sienten abrumados por el peso de sus pecados.

En este sentido, somos cristianos y misioneros en la medida que experimentamos la misericordia y la testimoniamos hacia otros, de cerca y de lejos.

¿Cómo son nuestras relaciones familiares, por ejemplo? ¿Duras y condenadoras? ¿Sabemos mirar con ojos de misericordia a los que nos rodean? ¿Acepto la misericordia de otros hacia mí o me creo perfecto e intachable?

Pero, ¡atención!, misericordia no es indiferencia ante el mal, la injusticia, la mentira, el atropello, el abuso y el pecado en general. Misericordia es creer en la conversión del pecador.

Misericordia no es irresponsabilidad, sino creer en la posibilidad de re-comenzar siempre de nuevo, creer que el amor puede vencer al odio, el perdón al rencor, la verdad a la mentira.

La misericordia no juzga, no condena; perdona, da la posibilidad de comenzar de nuevo.

Para ser misericordiosos se requiere un corazón que no se endurezca, un “yo” que no se hace “dios”, con derecho a juzgar y condenar. El juicio, la condena, la acumulación obsesiva de bienes, el resentimiento…  son armas de defensa del “yo”, ensoberbecido y auto-divinizado, que teme perder su falsa supremacía. Por eso sólo quien acepta a Dios como Señor de su vida es capaz de “desarmarse”, no necesita defensa y se vuelve generoso y  misericordioso con los demás.

Para concluir, les dejo con una breve reflexión de Juan Pablo II sobre la parábola del Hijo pródigo:

“El Padre ama visceralmente a su hijo perdido, hasta el punto de sentir la pasión humana más profunda. Hemos encontrado el mismo verbo en el desarrollo de la parábola del buen samaritano: “Sintió compasión” (Lc 10, 33; 15, 20). La compasión del samaritano por el moribundo es la misma del Padre por su hijo perdido. Sin compasión es imposible correr al encuentro del hijo, echarse a su cuello y reintegrarlo en la dignidad perdida (Cfr  Dives in misericordia, capitulo cuarto”.

P. Antonio Villarino

Bogotá

La ligereza del mal y la conversión

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Un comentario Lc 13,1-9 (III Domingo de Cuaresma, 20 de marzo de 2022)

Lucas reproduce en el capítulo 13, que leemos en este tercer domingo de cuaresma, un hecho de crónica que hoy aparecería en las primeras páginas de los periódicos y en los noticieros de todos los medios de comunicación: Pilatos masacra a unos galileos “mezclando su sangre con la de los sacrificios que ofrecían” en el templo, añadiendo un matiz de sacrilegio a la noticia en sí ya bastante macabra.

Como primera reacción a esta lectura se me ocurre pensar que el mal ni es novedoso ni está superado por los avances de la humanidad. También hoy sigue habiendo demasiados hechos atroces, “salvajes”, incomprensibles, indignos de la humanidad: guerras sangrientas y absurdas, masacres sin cuento en todos los países y a manos de personas de distintas culturas y extracciones religiosas.

¿Cómo reaccionar ante esta realidad evidente, transversal y persistente a través del tiempo?

Esa es la cuestión que planteó Jesús a sus coetáneos y nos sigue planteando a nosotros. Entonces como ahora algunos siguen diciendo que estas tragedias son un castigo de Dios por la maldad, a veces escondida a nuestros ojos. Pero la mayoría de nosotros, ciudadanos de una cultura secularizada, nos contentamos con “escandalizarnos” teatralmente por estas tragedias y achacarlas a los gobiernos de turno, a alguien “poderoso”, pero siempre lejos de nuestra responsabilidad personal. A veces nos comportamos como si la cosa no fuera con nosotros, como quien “ve los toros desde la berrera”.

La respuesta de Jesús

Lo que Jesús dice es que estas tragedias son signos de los tiempos para que nosotros aprovechemos la ocasión de cambiar; son como luces que se encienden para que pensemos en cómo estamos gestionando nuestra vida y ver en qué deberíamos cambiar, antes de que sea tarde. No podemos dejarnos adormecer por la banalidad y ligereza del mal. A veces parece que vamos por mal camino, pero “no pasa nada” y seguimos en lo mismo, desoyendo las llamadas de atención que se nos hacen.

Los habitantes de Jerusalén no oyeron estas llamadas, persistieron con ligereza e inconsciencia en su camino, sin aprovechar las ocasiones de conversión… hasta que, décadas más tarde, Jerusalén fue destruida y mucha sangre fue derramada bajo las ruinas del Templo o de la muralla que rodeaba la ciudad.

Los acontecimientos históricos -positivos y negativos- son signos de los tiempos que nos llaman a una conversión, un cambio. No se trata de echar la culpa a nadie sino de ver qué cambios debemos producir para evitar que se repitan.

Ese es el don de la cuaresma: invitarnos a aprovechar esta ocasión de cambio, antes de que sea demasiado tarde.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Jesús en la montaña

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Un comentario a Lc 9, 28-36(II Domingo de Cuaresma, 13 de marzo del 2022)

Conviene que recordemos brevemente este texto, que reproducen los tres sinópticos -Mateo, Marcos y Lucas-  en su contexto. El Maestro, a quien Pedro acaba de reconocer como “el Hijo del Dios”, comienza “a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho”.

“Ocho días después”, dice el evangelista, es decir, una semana después, Jesús tomó a sus tres discípulos más íntimos y los llevó al monte a solas. Allí Jesús se transfigura y los discípulos tienen una experiencia muy especial. En este relato yo resalto los siguientes elementos:

-El monte. Implica alejamiento de la rutina diaria con lo que se rompeel ritmo de lo acostumbrado, de lo aceptado como norma de vida por todos; el contacto con la naturaleza, no manipulada por el hombre, un espacio físico que el ser humano no controla y que, por tanto, le ayuda a encontrarse con lo que está más allá de sí mismo o de la sociedad; un lugar donde es posible percibir cosas nuevas sobre uno mismo, la realidad que nos rodea, el misterio divino…

-Rostro y vestidos brillantes. Con ello el evangelista parece querer decirnos que los discípulos vieron a Jesús desde otra perspectiva. Los discípulos tienen una experiencia de Jesús que va más allá de su apariencia física de hijo de María, vecino de Nazaret y predicador ambulante. Es una experiencia que han tenido después muchos santos, empezando por San Pablo. Es la experiencia pascualque ayudó a los discípulos a poner en su lugar la cruz y el duro trabajo del Reino.

-La Ley y los profetas. Moisés y Elías conversan con el Maestro. Nuevo y Viejo Testamento se dan la mano, dentro de un plan general de revelación y salvación. Para entender a Jesús es importante dialogar con la Ley y los profetas del A.T. Para entender a estos es importante volver la mirada a Jesús.

-El Gozo del encuentro. “Qué bien se está aquí”. Una y otra vez los discípulos de Jesús, de entonces y de ahora, experimentan que la compañía de Jesús les calienta el corazón, les hace sentirse bien. Les pasó a los discípulos de Emaús, a Pablo que fue “llevado al quinto cielo”, a Simone Weil, a Paul Claudel y a tantos santos. El encuentro con el Señor, también ahora, produce una sensación de plenitud, de que uno ha encontrado lo que más busca en la vida.

-La revelación del Padre. “Este es mi hijo amado. Escuchadlo”. Los discípulos comprendieronque en su amigo Jesús Dios se revelaba en su grandiosa misericordia. Y que, desde ahora, su palabra sería la que señalara el rumbo de su vida, lo que estaba bien y mal, las razones de vivir… Todos buscamos “a tientas” el rostro de Dios. Algunos lo buscan siguiendo las enseñanzas de Buda, o de antiguos escritos, o de nuevas teorías (New Age), o del placer material, del orgullo de sus propios éxitos… Los discípulos tuvieron la sensación de que Jesús es el rostro del Padre. Nosotros somos herederos de esta experiencia y pedimos al Espíritu que la renueve en nosotros.

-El temor ante la grandeza de esta experiencia. Los que tienen una experiencia del misterio divino no se vuelven orgullosos, sino temerosos, como Pedro ante la pesca milagrosa: “Aléjate de mí que soy pecador”. Es como quien descubre un gran amor; le da alegría, pero teme no ser digno o no estar a la altura.

-El ánimo de Jesús. “No teman. Levántense”. Vamos a bajar del monte. Volvamos a la vida ordinaria. Sigamos trabajando como siempre, gastando nuestras energías en las mil y una peripeciasde la vida, con éxitos y fracasos, con alegrías y penas, pero con el corazón caliente, animado, consolado, fortalecido para acoger la misión que el Padre nos encomienda y realizarla sin temor.

P. Antonio Villarino

Bogotá

¿Qué cuenta de verdad en mi vida? (Las tentaciones de Jesús)

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Un comentario a Lc 4, 1-13 (I Domingo de cuaresma, 6 de marzo de 2022)

Estamos ya en Cuaresma, este período de cuarenta días que los católicos dedicamos a preparar la Pascua, recordando los “cuarenta días” que Jesús pasó en el desierto, después de dejarse bautizar por Juan en el Jordán y antes de dar comienzo a su intensa labor evangelizadora.

Es un tiempo que vuelve cada año como una invitación a hacernos las preguntas esenciales de la vida, esas preguntas que la rutina y las preocupaciones diarias pueden ocultar o dejar en un segundo plano y que ahora deberíamos traer al primer plano: ¿Para qué vivo yo? ¿Cuáles son los valores más importantes de mi manera de vivir? ¿Debería cambiar en algo? Es un tiempo para reflexionar, orar y tomar decisiones.

Para iniciar este camino de reflexión, oración y cambio, la Liturgia nos presenta el capítulo cuarto de San Lucas, donde podemos leer lo referente a un momento importantísimo en la vida de Jesús; en el desierto, a donde va movido por el Espíritu, debe afrontar, movido por el espíritu del mal, sus propias dudas y tentaciones.

Como dijo Benedicto XVI, “reflexionar sobre las tentaciones a las que es sometido Jesús en el desierto es una invitación a cada uno de nosotros para responder a una pregunta fundamental: ¿Qué cuenta de verdad en mi vida?”

Y el mismo Benedicto XVI explica así las tres tentaciones:

“En la primera tentación el diablo propone a Jesús que cambie una piedra en pan para satisfacer el hambre. Jesús debate que el hombre vive también de pan, pero no solo de pan: sin una respuesta al hambre de verdad, al hambre de Dios, el hombre no se puede salvar.

En la segunda tentación, el diablo propone a Jesús el camino del poder: le conduce a lo alto y le ofrece el dominio del mundo; pero no es este el camino de Dios: Jesús tiene bien claro que no es el poder mundano el que salva al mundo, sino el poder de la cruz, de la humildad, del amor.

En la tercera tentación, el diablo propone a Jesús que se arroje del alero del templo de Jerusalén y que haga que le salve Dios mismo; pero la respuesta es que Dios no es un objeto al que imponer nuestras condiciones.

¿Cuál es el núcleo de las tres tentaciones que sufre Jesús? Es la propuesta de instrumentalizar a Dios, de utilizarlo para los propios intereses, para la propia gloria y el propio éxito. Y, por tanto, en sustancia, de ponerse uno mismo en el lugar de Dios suprimiéndolo de la propia existencia y haciéndolo parecer superfluo”

¿Cuáles son nuestras tentaciones? ¿El asegurarnos los bienes materiales, a costa de lo que sea? ¿El poder, el dominar a los otros, el creernos los más importantes? ¿La manipulación de las cosas más sagradas para nuestra vanidad y orgullo? Frente a estas tentaciones es el momento de reafirmar nuestra decisión de vivir, no como falsos dioses, sino como hijos del único Dios. Buena cuaresma, buen tiempo de cambio y de reorientación de la propia vida.

P. Antonio Villarino

Bogotá