Hace poco fui a visitar dos de las señoras del grupo de pastelería de mujeres en el que participo, a quienes no había visto desde hace un par de semanas. Decidí llevarles mi porción del pastel que el grupo y yo habíamos hecho ese día, bizcocho de yogur con melocotones. Cuando llegué a la primera casa, fui recibida por Rocío. Ella aceptó el pastel y desapareció en una habitación en el extremo más al fondo de su casa. Regresó con una sonrisa y un enorme trozo de pastel de chocolate que acaba de terminar de preparar.
Al salir de su casa, con la tarta de chocolate en la mano, me sacudí la cabeza, pensando: “Es imposible dar algo a un peruano sin ellos darme algo a cambio”. Tengo varios amigos que venden alimentos en el mercado y en la calles. Si trato de comprar algo de ellos, a menudo no aceptan mi dinero. Si ellos me dejan comprarles, la siguiente vez que paso a su lado insisten en regalarme por lo menos tanto como yo originalmente les había comprado.
Al llegar a la segunda casa, Manuela me saludó con un abrazo. Ella felizmente tomó el pastel de melocotón, y respondió: “Es un trueque entonces”. Antes de que pudiera responder, ella se fue dentro de la casa y salió con una taza de arroz zambito (la versión peruana de arroz con leche).
Le di las gracias por el arroz zambito y le dije que era muy amable, pero que no es necesario, ya que ella vende este arroz zambito como un ingreso para su familia. Manuela sonrió y me explicó la importancia cultural de un “trueque” (intercambio de bienes). Ella relató que se trata de un valor cultural transmitido por los incas que sigue siendo una parte integral de la cultura peruana.
A Rafael y a mí nos enseñaron algo muy similar en el curso intensivo sobre la realidad peruana que realizamos en Lima en 2012. Uno de los profesores nos enseñaban que la reciprocidad es un valor fundamental de la cultura peruana, un valor que tiene una base histórica derivada de los Incas, cuya economía se basaba en un sistema de trueque. Si alguien hace algo para usted, usted encontrará una manera de hacer algo beneficioso para ellos. Puedo ver este valor en acción en mi vida cotidiana aquí. Cualquier acto de servicio por mi parte me ha sido devuelto desinteresadamente, a menudo de maneras que superan cualquier cosa que haya hecho. Mi experiencia de la misión aquí en el Perú ha sido no de dar, sino de aprender a recibir con humildad lo que otros me dan. Las personas no dan de lo que les sobra, sino que dan de lo mejor que tienen para ofrecer.
Una de las mujeres del grupo de pastelería me dijo recientemente que le gustaría prepararnos el almuerzo a Rafael y a mí. Se detuvo por mi casa una mañana temprano y me dijo que no cocinara el almuerzo de ese día. A las 13:00, la hora de la comida peruana, llegó con dos platos rebosantes de comida para nosotros. Ella no había preparado cualquier comida. Semanas antes de hacer este almuerzo, ella casualmente nos había preguntado cuál era el plato peruano que más nos gustaba.
Este domingo pasado nos vino a traer esta misma comida, “ají de gallina”. Hay maneras de ahorrar al preparar este plato, pero sin que ella tuviera que decir nada, me di cuenta que había utilizado los mejores ingredientes del mercado. Yo estaba pérdida buscando algo que dar a cambio, pero no fue necesario. Este fue un regalo especial de amor que ella felizmente nos dio, sin esperar nada a cambio. Estoy continuamente sorprendida por la generosidad y la amabilidad de la gente, y su práctica del principio de “El Trueque”.
Emily Harrintong