Laicos Misioneros Combonianos

Mensaje de Pascua del Consejo General MCCJ: “Valentía y esperanza”

Pascua 2023

El primer día de la semana…” (Jn 20,1)

Queridos hermanos,
que os lleguen a todos nuestros buenos deseos de Cristo resucitado.

El capítulo 20 del Evangelio de Juan, al narrar la experiencia de la mañana de Pascua, nos invita a contemplar el itinerario de fe de tres protagonistas: María Magdalena, Pedro y el discípulo amado. Su itinerario de fe es también un itinerario de mirada: va de detenerse ante la evidencia de una tumba vacía (María), a una mirada más atenta a los detalles (Pedro), a una observación acompañada de memoria que implica la mente y el corazón (el otro discípulo).

Son tres miradas que abren el corazón de la comunidad y la hacen protagonista de la escritura de “una historia ‘otra’”, porque han tomado conciencia de que la resurrección se comprende en la medida en que se cree en la Palabra del Evangelio, y se hace del amor el motivo de la propia existencia, para superar los momentos de dolor, desconfianza, desánimo y, sobre todo, de “no esperanza”.

“Donde hay amor, hay mirada”. Citando esta frase de Ricardo de San Víctor, Bernardo Francisco María Gianni, Abad de San Miniato al Monte, durante un curso de Ejercicios Espirituales que predicó al Papa y a la Curia Romana, recordó la necesidad de reconocer “las huellas y pistas que el Señor no se cansa de dejar en su paso por esta historia nuestra, en esta vida nuestra”. Es en ese amor en el que hay que leer la mirada de Jesús sobre todos aquellos con los que se encontraba. Una perspectiva que hoy nos inyecta “una dinámica pascual” que nos hace conscientes de que “el momento histórico es grave”, porque “el aliento universal de fraternidad parece muy debilitado”, mientras que “es precisamente la fuerza de la fraternidad la nueva frontera del cristianismo”.

El camino de fe vivido por la comunidad primitiva en la mañana de Pascua no es sólo un hermoso testimonio, sino también -y sobre todo- una invitación a que sepamos detenernos ante los acontecimientos, las personas y los hermanos de hoy. Nuestro Fundador, San Daniel Comboni, supo “detenerse” ante los acontecimientos de su tiempo, buscando imitar a Cristo, que supo “ver a los pobres y compartir su suerte, consolar a los desgraciados, curar a los enfermos y devolver la vida a los muer-tos; llamar de nuevo a los extraviados y perdonar a los arrepentidos; muriendo en la Cruz, rezar por sus propios crucificadores; y, resucitado en la gloria, enviar a los apóstoles a predicar la salvación al mundo entero” (cf. Escritos, 3223).

Las personas que tienen ojos que “saben mirar” y están dispuestas a “perder el tiempo” por los demás son capaces de crear espacios de relación, darse como don, con vistas a la curación mutua.

Relación, don y sanación, vividos desde la perspectiva del amor-don -con ritmos y sensibilidades diferentes, como sucedió “en aquella primera madrugada”- nos permiten transformar nuestra fe en esperanza valiente, y redimir la historia y la dignidad de tantos hermanos y hermanas sobre los que las sociedades actuales han puesto -y siguen poniendo- “una gran piedra”, porque son rehenes de intereses egoístas, del desprecio y de la indiferencia.

Valentía y esperanza fueron las actitudes recordadas varias veces durante nuestro encuentro con los superiores de circunscripción, que concluyó el 19 de marzo. Somos plenamente conscientes de las situaciones -a menudo fatigosas y exigentes- en las que vivimos y que podrían llevarnos a vivir la vida del Instituto como un acontecimiento conmemorativo y, por tanto, sólo para ser recordado. Por el contrario, debemos tener la valentía de reactivar un circuito humano y fraterno, que nos permita dar una nueva aceleración a la obra de evangelización que llevamos a cabo en las distintas realidades en las que vivimos, cada vez más convencidos de que “un anuncio renovado ofrece a los creyentes -incluso a los tibios o no practicantes- una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que ha manifestado su inmenso amor en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus fieles siempre nuevos y, aunque sean viejos, recobran fuerzas, se revisten de alas como las águilas, corren sin cansarse y caminan sin fatigarse (Is 40,31)” (Evangelii gaudium, 11).

Hacemos llegar nuestros mejores deseos a nuestros hermanos ancianos y enfermos, a las personas afectadas por los terremotos en Turquía, Siria y los tremendos desastres medioambientales en Malawi, parte de Mozambique y Ecuador, y a todos los que sufren los horrores de la guerra en distintas partes del mundo.

Que el Señor Resucitado nos sostenga con su gracia a todos nosotros y a nuestros esfuerzos misioneros, para que, movidos por la fuerza del Espíritu, sigamos siendo fecundos agentes de justicia, paz y fraternidad para la humanidad que nos ha sido confiada.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

El Consejo General MCCJ

Noticias recientes sobre Piquiá (Brasil)

Piquia

Se ha publicado un nuevo video donde podemos seguir la realidad actual de la comunidad de Piquiá de Baixo acompañada por nuestros LMC en Brasil.

En el os muestran como la exposición a la polución, gases y polvo de cemento de las empresas continúa enfermando a los habitantes de la comunidad.

El video está en portugués, pero podéis activar los subtítulos y colocar la traducción automática de los mismos para seguir las noticias.

Mensaje del santo Padre Francisco para la Cuaresma 2023

Cuaresma 2023

Ascesis cuaresmal, un camino sinodal

Queridos hermanos y hermanas:

Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas concuerdan al relatar el episodio de la Transfiguración de Jesús. En este acontecimiento vemos la respuesta que el Señor dio a sus discípulos cuando estos manifestaron incomprensión hacia Él. De hecho, poco tiempo antes se había producido un auténtico enfrentamiento entre el Maestro y Simón Pedro, quien, tras profesar su fe en Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios, rechazó su anuncio de la pasión y de la cruz. Jesús lo reprendió enérgicamente: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16,23). Y «seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado» (Mt 17,1).

El evangelio de la Transfiguración se proclama cada año en el segundo domingo de Cuaresma. En efecto, en este tiempo litúrgico el Señor nos toma consigo y nos lleva a un lugar apartado. Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida, en Cuaresma se nos invita a “subir a un monte elevado” junto con Jesús, para vivir con el Pueblo santo de Dios una experiencia particular de ascesis.

La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz. Era precisamente lo que necesitaban Pedro y los demás discípulos. Para profundizar nuestro conocimiento del Maestro, para comprender y acoger plenamente el misterio de la salvación divina, realizada en el don total de sí por amor, debemos dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado, distanciándonos de las mediocridades y de las vanidades. Es necesario ponerse en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión por la montaña. Estos requisitos también son importantes para el camino sinodal que, como Iglesia, nos hemos comprometido a realizar. Nos hará bien reflexionar sobre esta relación que existe entre la ascesis cuaresmal y la experiencia sinodal.  

En el “retiro” en el monte Tabor, Jesús llevó consigo a tres discípulos, elegidos para ser testigos de un acontecimiento único. Quiso que esa experiencia de gracia no fuera solitaria, sino compartida, como lo es, al fin y al cabo, toda nuestra vida de fe. A Jesús hemos de seguirlo juntos. Y juntos, como Iglesia peregrina en el tiempo, vivimos el año litúrgico y, en él, la Cuaresma, caminando con los que el Señor ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje. Análogamente al ascenso de Jesús y sus discípulos al monte Tabor, podemos afirmar que nuestro camino cuaresmal es “sinodal”, porque lo hacemos juntos por la misma senda, discípulos del único Maestro. Sabemos, de hecho, que Él mismo es el Camino y, por eso, tanto en el itinerario litúrgico como en el del Sínodo, la Iglesia no hace sino entrar cada vez más plena y profundamente en el misterio de Cristo Salvador.

Y llegamos al momento culminante. Dice el Evangelio que Jesús «se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz» (Mt 17,2). Aquí está la “cumbre”, la meta del camino. Al final de la subida, mientras estaban en lo alto del monte con Jesús, a los tres discípulos se les concedió la gracia de verle en su gloria, resplandeciente de luz sobrenatural. Una luz que no procedía del exterior, sino que se irradiaba de Él mismo. La belleza divina de esta visión fue incomparablemente mayor que cualquier esfuerzo que los discípulos hubieran podido hacer para subir al Tabor. Como en cualquier excursión exigente de montaña, a medida que se asciende es necesario mantener la mirada fija en el sendero; pero el maravilloso panorama que se revela al final, sorprende y hace que valga la pena. También el proceso sinodal parece a menudo un camino arduo, lo que a veces nos puede desalentar. Pero lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino.

La experiencia de los discípulos en el monte Tabor se enriqueció aún más cuando, junto a Jesús transfigurado, aparecieron Moisés y Elías, que personifican respectivamente la Ley y los Profetas (cf. Mt 17,3). La novedad de Cristo es el cumplimiento de la antigua Alianza y de las promesas; es inseparable de la historia de Dios con su pueblo y revela su sentido profundo. De manera similar, el camino sinodal está arraigado en la tradición de la Iglesia y, al mismo tiempo, abierto a la novedad. La tradición es fuente de inspiración para buscar nuevos caminos, evitando las tentaciones opuestas del inmovilismo y de la experimentación improvisada.

El camino ascético cuaresmal, al igual que el sinodal, tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Una transformación que, en ambos casos, halla su modelo en la de Jesús y se realiza mediante la gracia de su misterio pascual. Para que esta transfiguración pueda realizarse en nosotros este año, quisiera proponer dos “caminos” a seguir para ascender junto a Jesús y llegar con Él a la meta.

El primero se refiere al imperativo que Dios Padre dirigió a los discípulos en el Tabor, mientras contemplaban a Jesús transfigurado. La voz que se oyó desde la nube dijo: «Escúchenlo» (Mt 17,5). Por tanto, la primera indicación es muy clara: escuchar a Jesús. La Cuaresma es un tiempo de gracia en la medida en que escuchamos a Aquel que nos habla. ¿Y cómo nos habla? Ante todo, en la Palabra de Dios, que la Iglesia nos ofrece en la liturgia. No dejemos que caiga en saco roto. Si no podemos participar siempre en la Misa, meditemos las lecturas bíblicas de cada día, incluso con la ayuda de internet. Además de hablarnos en las Escrituras, el Señor lo hace a través de nuestros hermanos y hermanas, especialmente en los rostros y en las historias de quienes necesitan ayuda. Pero quisiera añadir también otro aspecto, muy importante en el proceso sinodal: el escuchar a Cristo pasa también por la escucha a nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia; esa escucha recíproca que en algunas fases es el objetivo principal, y que, de todos modos, siempre es indispensable en el método y en el estilo de una Iglesia sinodal.

Al escuchar la voz del Padre, «los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo» (Mt 17,6-8). He aquí la segunda indicación para esta Cuaresma: no refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios, de experiencias sugestivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones. La luz que Jesús muestra a los discípulos es un adelanto de la gloria pascual y hacia ella debemos ir, siguiéndolo “a Él solo”. La Cuaresma está orientada a la Pascua. El “retiro” no es un fin en sí mismo, sino que nos prepara para vivir la pasión y la cruz con fe, esperanza y amor, para llegar a la resurrección. De igual modo, el camino sinodal no debe hacernos creer en la ilusión de que hemos llegado cuando Dios nos concede la gracia de algunas experiencias fuertes de comunión. También allí el Señor nos repite: «Levántense, no tengan miedo». Bajemos a la llanura y que la gracia que hemos experimentado nos sostenga para ser artesanos de la sinodalidad en la vida ordinaria de nuestras comunidades.

Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo nos anime durante esta Cuaresma en nuestra escalada con Jesús, para que experimentemos su resplandor divino y así, fortalecidos en la fe, prosigamos juntos el camino con Él, gloria de su pueblo y luz de las naciones.

Roma, San Juan de Letrán, 25 de enero de 2023, Fiesta de la Conversión de san Pablo

Francisco