Laicos Misioneros Combonianos

Mensaje de P. Enrique para la fiesta del Sagrado Corazón

Sagrado Corazon“Pidamos la gracia de llegar a ser consagrados alegres y felices por llevar en el corazón el tesoro de aquel amor que brota del Corazón traspasado del Señor que san Daniel Comboni descubrió como fundamento sobre el cual hay que construir su misión y al cual se entregó sin poner límites. La confianza en el Corazón de Jesús sea también para nosotros fuente perenne de un amor que nos ayude a vivir nuestra consagración como el don más bello que se nos ha concedido. Buena fiesta del Sagrado Corazón.” P. Enrique Sánchez G. mccj, Superior General.

 

Consagrados en el corazón de Cristo

Las palabras consagración y consagrados, con todos sus sinónimos, tienen la posibilidad de ser profundizadas e integradas en nuestra vida, de modo particular durante este año destinado a la vida religiosa o consagrada, en la medida en la que nos concedemos un momento para la reflexión y, quizá más todavía a la acción de gracias por este don.

Al mismo tiempo, estas palabras corren el riesgo de vaciarse de su significado y de la riqueza de la que son portadoras, si no las confrontamos con la experiencia de nuestra vida; si no damos con nuestra vida, un sentido autentico a aquello que afirmamos con la palabra.

Somos consagrados. Basta poco para hacer esta afirmación que, sin embargo, no parece tan evidente cuando pedimos a nuestro testimonio de vida que exprese el contenido de aquella que ha sido la opción de nuestra vida.

Incluso si debemos decir de inmediato que hay ejemplos extraordinarios, muchos cercanos a nosotros, de personas que han hecho de su consagración un tesoro y cuya vida se ha transformado en una luz capaz de penetrar las tinieblas más oscuras, necesitamos hoy detenernos y preguntarnos cuánto nuestra consagración a Dios define y caracteriza nuestra identidad y nuestra acción.

Reflexionar sobre nuestra consagración puede convertirse en una ocasión extraordinaria para apropiarnos mejor de aquello que queremos decir cuando nos reconocemos personas consagradas a Dios para la misión.

 

Nuestra consagración misionera

Como ayuda para nuestra reflexión, particularmente con ocasión de la fiesta del Sagrado Corazón, me gustaría compartir con ustedes algunos breves pensamientos que pueden ser provocaciones para preguntarnos cuánto y cómo estamos viviendo nuestra consagración religiosa y misionera.

El Papa Francisco nos ha invitado a hacer un ejercicio de memoria, para reconocer en el pasado el don de nuestra llamada, de nuestro carisma, dejando brotar desde lo profundo de nuestro corazón la gratitud, el reconocimiento por este don. Nos ha recomendado contemplar el presente de nuestra consagración para vivirla con pasión, sin cálculos, con la generosidad y el entusiasmo del primer momento, cuando en el silencio cómplice de Dios hemos sentido pronunciar nuestro nombre y soñado una misión sin fronteras.

El Papa nos ha pedido mirar al futuro con esperanza, que quiere decir confianza en Dios, en su cercanía, en la certeza de que El sigue guardando en su corazón un proyecto de amor por la humanidad que ninguno podrá impedir, porque será siempre un proyecto de amor y el amor no se detiene frente a los obstáculos.

Vivir nuestra consagración misionera de este modo nos lleva a redescubrir, a hacer de nuevo la experiencia del gozo del primer momento de nuestra llamada, y a decir con sencillez: ¡Señor, cuán grande has sido fijando tu mirada sobre mí! No podías hacerme un don más extraordinario.

Ser misionero ha sido la opción mejor que has hecho para mí; gracias porque has permanecido fiel y porque aquello que me ha sucedido tantos años sigue conservando su frescura.

Gracias por un presente misionero que desafía. Tu llamada a veces corre el peligro de ser oscurecida por tantos obstáculos que encontramos en el camino. Nos falta la pasión, tu ardor, tu coraje para no dejarse vencer por la indiferencia de nuestro tiempo, por el consumismo que nos circunda, por el hedonismo superficial que nos asalta con sus trampas, que hacen crecer el egoísmo y la superficialidad.

Necesitamos pasión misionera, ante todo para creer en ti con todo nuestro corazón, para descubrirte presente en el hermano que sufre, en la hermana que es maltratada, en el joven condenado a vivir sin la posibilidad de soñar un futuro digno, para salir de nuestras seguridades y comodidades.

Señor, nos hace bien reconocer con humildad y sencillez que nos falta la pasión que no tiene miedo del sacrificio, de la renuncia, del abandono, aquella pasión que permite dejar todo para hacer de ti y de tu misión el todo de nuestra vida.

Nos has dado una vocación que hace de nosotros privilegiados, porque has elegido para nosotros, como lugar para encontrarte, los más pobres, los lejanos, aquellos que no cuentan a los ojos de nuestros contemporáneos.

“La esperanza de la que hablamos – dice el Papa – no se funda en los números y en las obras, sino en Aquel en el cual hemos puesto nuestra confianza” (2Tim 1,12).

Y nosotros queremos vivir en la esperanza, no podemos no hacerlo, cuando hemos sido testigos de su fidelidad, de su confianza, de tu solicitud hacia nosotros. No nos espanta el mañana porque sabemos que tú nos has precedido y has preparado para nosotros un mañana que será completamente diverso de aquel que podríamos haber construido con nuestras fuerzas y con nuestros medios.

No tenemos miedo de disminuir, de morir, porque estamos convencidos que donde estás presente la vida sólo puede vencer y que serás tú quien escribirá la bella historia de la misión que se volverá también la nuestra.

 

Una consagración en los pequeños detalles

Cuando se habla de consagración, me gusta decir que nos referimos a una experiencia, a una vida que llevamos adelante en los pequeños o grandes detalles de nuestra existencia, en lo cotidiano de nuestra acción en realizar el sueño que llevamos en el corazón como ideal que nos empuja a ir siempre más lejos.

Me gusta decir que ser consagrados no es otra cosa que aceptar con alegría que nuestra vida está en las manos de Aquel que nos ha hecho vivir. Es aceptar que somos propiedad del Señor, que somos o nos estamos convirtiendo en don de Dios para la humanidad.

Es bello pensar así, porque nos ayuda a entender que la consagración no es una obra que nace de nuestra voluntad o de nuestras capacidades, sino que es una experiencia de grande libertad, de generosidad y sobre todo de profunda docilidad.

 

¿Qué quiere decir consagrarse a Dios?

Consagrarse a Dios quiere decir educar nuestro corazón a vivir siempre abiertos y disponibles a aquello que El querrá hacer de nosotros. En este sentido, consagración es sinónimo de abandono, de obediencia y de valor, porque con el Señor se sabe dónde comienza la aventura, pero nunca se sabe a dónde nos llevará.

Hablar de consagración significa entrar en un mundo en el cual nuestros parámetros no funcionan más, porque se entra en el mundo del misterio de Dios, que rompe todas nuestras lógicas y nuestros cálculos y pone todo de cabeza, volviéndose él el protagonista de nuestra historia y el patrón de nuestra existencia.

Y aquí nos vienen a la mente tantas frases del Evangelio: “No fueron ustedes los que me eligieron, soy yo quien los llamé” (Jn 15,16); “Este es mi hijo predilecto, en el que me he complacido” (Mt 3,17).

Cuánta fuerza resuena en el mensaje de Pablo, cuando recuerdo como fue elegido y como, en su ministerio de apóstol, ha podido constatar que “Todo sucede para el bien de quienes aman a Dios, que fueron llamados según su designio” (Rom 8, 28).

Entonces la pregunta que surge espontánea es muy sencilla: ¿En el fondo quién es el que se consagra?

¿Cuántas veces en nuestra vida deberemos reconocer que hemos ido adelante porque el Señor no se ha echado atrás? ¿Cuántas veces nos damos cuenta de que no son nuestras cualidades, nuestros méritos o nuestras virtudes las que nos han hecho merecedores del don de la elección que el Señor ha hecho de nosotros?

Tenemos una grande responsabilidad de custodiar y hacer crecer la gracia recibida desde el día que respondimos sí al Señor. ¿Nos recordaremos siempre que Dios llama y no cambia de parecer con el pasar del tiempo? ¿A qué fidelidad nos desafía?

 

El testimonio de san Daniel Comboni

“Necesitando extremadamente la ayuda del Sagrado Corazón de Jesús, Soberano de Africa Central, el cual es la alegría, la esperanza, la fortuna y el todo de sus pobres misioneros, me dirijo a usted, amigo, apóstol y fiel servidor de ese Corazón divino, tan lleno de caridad por las almas más desventuradas y abandonadas de la tierra.

¡Oh, qué feliz soy de pasar media hora con usted para encomendar y confiar al Sdo. Corazón los intereses más preciosos de mi laboriosa y difícil Misión, a la que he consagrado toda mi alma, mi cuerpo, mi sangre y mi vida!” (Escritos 5255-56).

La consagración del comboniano, para que sea verdadera y fuente de felicidad, tratará de responder siempre a esta clara convicción de Comboni, es decir, ser consagración que nace de la experiencia del amor que brota del Corazón de Jesús. El corazón de Dios que ha amado tanto a la humanidad y que no ha dudado en entregarle a su hijo único por amor.

Es de este amor en el que se origina y del que se sostiene nuestra consagración. Es y será siempre de este corazón abierto que podremos recibir la luz y la fuerza para vivir solo para Dios y para su obra. Es del Corazón de Jesús que debemos aprender cómo convertirnos en hombres de Dios, que encuentran su alegría en servir a la misión con un corazón indiviso.

Será siempre el corazón de Jesús quien nos ayudará a mirar al futuro sin caer en el desánimo, en la tristeza o en la desilusión, porque del corazón de Dios nacen siempre cosas nuevas para el bien de todos aquellos que se abren al amor.

Como Comboni, tendremos que aprender a no espantarnos frente a las dificultades de la misión que estamos llamados a vivir. Será siempre una obra laboriosa y difícil, pero no debemos olvidar que se trata de la misión de Dios y no de la nuestra. Es la misión del Señor, en la que estamos llamados a ser simples colaboradores, mediaciones de su amor.

Como nuestro santo fundador, también nosotros estamos invitados, llamados a vivir a fondo el don de la vocación misionera aceptando consagrar toda nuestra alma, volviéndonos hombres de fe profunda, aceptando con alegría dar testimonio a través de nuestra pobreza, nuestra castidad y nuestra obediencia, tratando siempre de crear ambientes de profunda fraternidad.

También para nosotros, el gran desafío de la consagración será la disponibilidad de vivir sacrificando todo por los otros, por aquellos que encontraremos en la misión. Esto quiere decir también que el martirio, que nos pedirá fecundar el corazón de nuestros hermanos con nuestra vida consagrada en la cotidianidad de la existencia, en el servicio humilde y escondido, en la aceptación gozosa de la renuncia de nosotros mismos para permitir a Dios manifestar su amor.

Solo educados en esta escuela de amor que es el Corazón de Jesús, seremos capaces de vivir en toda libertad la opción por los más pobres y dar un rostro al amor de Dios, a través de la construcción de un mundo más justo más solidario, más respetuoso y capaz de generar la felicidad que todos llevamos en el corazón como único y verdadero anhelo de nuestra vida.

Pidamos la gracia de llegar a ser consagrados alegres y felices por llevar en el corazón el tesoro de aquel amor que brota del Corazón traspasado del Señor que san Daniel Comboni descubrió como fundamento sobre el cual hay que construir su misión y al cual se entregó sin poner límites.

La confianza en el Corazón de Jesús sea también para nosotros fuente perenne de un amor que nos ayude a vivir nuestra consagración como el don más bello que se nos ha concedido.

Buena fiesta del Sagrado Corazón.
P. Enrique Sánchez G. mccj
Superior General

Y Jesús me retó a hacer algo nuevo…

Catequista en PeruHay cosas realmente increíbles que se vuelven bendición si sabes decir que sí… eso me pasó como Laica Misionera Comboniana en el increíble mundo de interactuar con niños. En mi vida diaria enseño en una Universidad y un buen día el buen Dios me preguntó si quería ser Catequista de Primera Comunión, la respuesta fue sin pensarla, sólo fue por amor, dije sí. Sí??!!! Sí. Pero yo no era especialista en niños y sólo había llevado alguna vez la Confirmación de adolescentes. Era evidente, Dios quería regalarme una experiencia inolvidable… una verdadera misión (que en un momento pensé “imposible”)

“La Cumbre”(Pamplona Alta, San Juan de Miraflores) es parte de nuestra zona de Misión en Lima. Nosotros como LMC llegamos a esta periferia urbana-humana con mucho entusiasmo, y si bien no hay que saber de trekking o alpinismo, simplemente hay que mantener la sonrisa mientras uno sube los cerros de nuestro sector de Misión. Una pequeña guitarra, unos banners de nuestro Jesús y María Santísima y en ese precario salón de madera de triplay, cada domingo YO FUI EVANGELIZADA por la pureza, humildad y esperanza de cada niño que se preparaba muy entusiasmado para recibir su sacramento. Compartíamos la Palabra de Dios y la hermosa buena nueva de que Jesús también tenía su casita en ese cerro tan lejos de la ciudad llena de centros comerciales, autopistas y modernidad. Que Jesús también esperaba el camión cisterna que lo abasteciera de agua porque en esos cerros no hay agua potable, pero hay mucho amor.

Luego de varios meses cuando ya la arena de los cerros dejó de hacerse fango y empezaba a brillar tímidamente el sol de diciembre en este lado de Lima, Jesús hizo su morada en el corazón de mis “catequistas”, porque yo compartí el Kerigma entre bailes, canciones y conversaciones y ellos, mis pequeños, me evangelizaron con la convicción de llegar felices al día de su Primera Comunión. Este mes de Enero, el Señor me dio el honor de volver a trabajar con niños en otra ciudad de mi país, y en ellos volvía a revivir mi primera experiencia como LMC “catequista”. Esa gracia me bendijo y pensar que todo empezó con un sí.

Elizabeth Huaita

LMC-Perú

¿A que se dedican los Laicos Misioneros Combonianos?

CarolinaLa respuesta es un poco compleja, por el momento sólo te contaré lo que hacen Mine y Caro, dos LMC que se encuentran en la Montaña de Guerrero, en la cultura Na‘Savi, oficialmente conocida como Mixteca.

Ellas se encuentran en el pueblo de Huexoapa, perteneciente al municipio de Metlatónoc, y a la parroquia de San Miguel Arcángel, diócesis de Tlapa. En Huexoapa viven alrededor de 200 familias, su lengua es tu’un savi o mixteco, aunque hay quienes hablan también el español.

Los LMC tenemos la misión en este pueblo desde hace seis años, hasta la fecha han sido ocho las misioneras que han servido en esta misión, en periodos diferentes. Cada una de ellas ha compartido parte de su ser, de sus conocimientos, de su fe con el pueblo y a su vez, el pueblo con ellas.

Caro llegó a esta misión en septiembre del 2014 y Minerva en febrero del 2015 para relevar a las compañeras que ahí se encontraban. Primeramente Dios, ellas estarán por tres años en este pueblo. Aunque el tiempo que llevan ahí no es suficiente para conocer y comprender todas las riquezas y carencias que la cultura tiene, han tratado de asimilar lo que les ha sido posible, sintiéndose parte del pueblo, disfrutando y valorando lo bueno que hay en él, y aportando su granito de arena en la construcción de un lugar mejor, cada una desde sus capacidades y conocimientos.

Caro ofrece por las tardes clases de regularización, por el momento participan 19 niños de distintos grados escolares, por lo que los atiende en horarios diferentes. El apoyo se reduce únicamente a lectura (para 12 de los niños), y matemáticas (7 de los niños) nivel primaria. Es muy probable que el número de menores aumente, pues cada vez son más los que se interesan y se acercan a ella pidiéndole que “los ayude a estudiar”. Minerva a su vez da clases de tejido y costura, aunque ahora de manera informal, puesto que como lleva menos tiempo en estar en el lugar, las señoras apenas comienzan a conocer su trabajo, sin embargo quienes ya se han acercado han mostrado gran interés, y no sólo señoras sino también algunos de los jóvenes, quienes aprenden con mucha facilidad.

Otras de las actividades que realizan, es el acompañamiento a los niños, jóvenes y algunos adultos que participan en las actividades pastorales, como son el apoyo a los tres catequistas de la comunidad en la preparación del catecismo para confirmación, primera comunión y platicas pre-sacramentales; la reunión semanal con los jóvenes en las que se da formación humana y cristiana; formación en valores y catequética con los niños; Hora Santa los días jueves; apoyo en la preparación de la Celebración de la Palabra al o la joven que la va a presidir, o en la organización de la liturgia cuando hay Eucaristía, que es la mayoría de la veces; clases de guitarra, teniendo ya un cuasi coro: dos mandolinas, un pandero, tres guitarristas (dos mujeres y un hombre), y dos interesadas más, pero que no han podido aprender por falta de instrumento, aunque todos apenas están aprendiendo, ya se animan a tocar algunos cantos en Misa o Celebración de la Palabra.

Además dedican un día de la semana para visitar a las familias y así poder conocerlas más de cerca, alguna de las veces van acompañadas de algún(a) joven o niño(a) del lugar que les ayuda como traductor, puesto que ellas no hablan la lengua local, y no en todas las familias hay quien hable español. Ellas se están esforzando por aprenderla, tanto en la convivencia diaria, intentando memorizar las palabras que la gente les enseña, como en las horas que le dedican de estudio, con la ayuda de una joven del pueblo.

También están tratando de cultivar una pequeña huerta, en un terreno que es parte de la casa que la comunidad les presta para vivir. Para esto, como para otras actividades que realizan, así como en las necesidades que se les van presentando, cuentan con el apoyo de las personas que participan en las actividades ya antes mencionadas, quienes lo hacen gustosamente.

Caro y Mine saben que el trabajo es mucho y que las cosas a veces no marchan como ellas quisieran, pues aunque son muchos los signos de vida que descubren en esta cultura, también están presentes los signos de muerte, aunado a esto sus limitaciones y defectos personales, sin embargo saben que “las obras de Dios nacen y crecen al pie de la Cruz” (San Daniel Comboni).

Al estar ellas en este pueblo se dan cuenta que es más lo que reciben que lo que dan, pero sobre ese tema hablare en otro momento.

Concluyo haciéndote la invitación a unirte en esta construcción del Reino de Dios, desde que lo que te sientas llamado a aportar: asesoría, apoyo económico, oración, dando parte de tu tiempo o entregando tu vida al servicio de la misión.

“La mies es mucha y los trabajadores pocos” ¡Haces falta tú!

LMC México

Iglesias y minería en América Latina

MInasUn vídeo de denuncia y esperanza: grandes minas a cielo abierto, deforestación y expulsión de familias y comunidades enteras. Pueblos indígenas y comunidades tradicionales amenazados por intereses mineros sobre sus territorios. Contaminación del agua, la tierra y el aire. El transporte de minerales afecta a centenares de comunidades que viven en las proximidades de los mineroductos o de las ferrovías construidas para la exportación de la inmensa mayoría de nuestros recursos. Conflictos y manifestaciones populares, espionaje y criminalización de líderes comunitarios. Muertes y persecución de personas, familias y comunidades.

A pesar de todo esto, la minería en América Latina continúa creciendo. Los Estados nacionales están a remolque de estos intereses y se comportan como aliados de las multinacionales mineras, colocando a su servicio los sistemas de inteligencia y las fuerzas de seguridad o flexibilizando la legislación para facilitar la expansión de los proyectos extractivos.

Numerosas comunidades afectadas son apoyadas, asesoradas y defendidas también por las Iglesias, que se han posicionado con determinación en diversos contextos y han denunciado recientemente estas violaciones en una audiencia en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Agentes de pastoral de las iglesias cristianas de América Latina se están articulando para buscar alternativas a las agresiones que supone la minería.

“Iglesias y Minería” es un grito de resistencia y de esperanza, el grito de las comunidades y de la vida que no se dejará callar.

Iglesias y Minería es un grupo ecuménico de seglares, religiosos y religiosas, comprometidos con la defensa de las comunidades afectadas por la minería en los diversos países del continente. Desde 2013 el grupo ayuda a la articulación de las comunidades afectadas, junto a la jerarquía de las Iglesias que puedan y quieran apoyarles y con organizaciones de defensa de los derechos humanos.
[iglesiasymineria@gmail.com]

La montaña y el nombre de Dios

Comentario a Mt 28, 16-20, Solemnidad de la Santísima Trinidad, 31 de mayo del 2015

Este domingo dedicado a la Santísima Trinidad es, de alguna manera, el punto álgido del año litúrgico. Al discípulo misionero, que trata de identificarse con Jesucristo, se le ofrece en contemplación y adoración una aproximación al el misterio de Dios, una realidad que le es la más íntima que su propia intimidad (como dice San Agustín) y, al mismo tiempo, le supera por todos los lados. La Iglesia nos ofrece hoy los últimos versículos del evangelio de Mateo, en los que, casi de pasada, se nombra al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Detengámonos un poco a meditar sobre algunos conceptos que aparecen en estos últimos versículos de Mateo:

images

1) Subir a la montaña:
Jesús encuentra a sus discípulos en una montaña de Galilea. Parece una anotación geográfica casi sin importancia, pero no creo que sea así. De hecho, todos nosotros estamos marcados por la geografía. En mi vida personal, hay muchas montañas que han dejado huella. Pienso, por ejemplo, en los majestuosos picos del Sinaí que me han ayudado a intuir como Moisés y Elías pudieron experimentar allí la presencia inefable de Dios (Ex 19, 20; 1Re 19,8); pienso en la montaña del Machu Pichu (Perú), donde tuve la impresión de estar en el centro de la Tierra y entrar en comunión con las tradiciones de los antiguos peruanos… Para muchas religiones y culturas, la montaña es el lugar de la manifestación de Dios. Y se entiende, porque la montaña me ayuda a ir más allá de mí mismo, a salir de la rutina y la superficialidad, a buscar el más alto nivel de la conciencia personal… Y es precisamente ahí, en el nivel más alto de mi conciencia, que Dios se me manifiesta, con una presencia que difícilmente se puede encerrar en palabras, pero que uno percibe como muy real y auténtica.
Por su parte, Jesús subía continuamente al monte, solo o con sus discípulos, logrando unos niveles de conciencia y comunión con el Amor Infinito, que son un regalo para nosotros, sus discípulos y seguidores. También nosotros necesitamos, más que grandes elucubraciones, subir constantemente la “montaña” de nuestra propia conciencia, con la ayuda de un lugar geográfico que nos invite a apartarnos del ruido y de la rutina superficial.

sinai5

2) Adoración y duda
Ante un Jesús que se manifiesta en la “montaña”, en la que se identifica con la Divinidad, los discípulos experimentan un doble movimiento: de adoración y de duda. Por una parte, sienten la necesidad de postrarse y reconocer esta presencia de la Divinidad en el Maestro, porque sólo con la adoración uno puede acercarse al misterio de Dios. Las palabras sobran o casi parecen a veces como una “blasfemia”, ya que nunca las palabras pueden contener la realidad que uno apenas alcanza a vislumbrar desde lo hondo de su conciencia. Por eso los discípulos experimentan también la duda, porque, por una parte parece casi imposible que Dios se nos manifieste en nuestra pequeñez y, por otra, somos conscientes que todas nuestras palabras y conceptos se quedan cortos y, en alguna medida, son falsos. Nuestros conceptos sobre Dios son siempre limitados y deben ser constantemente corregidos, con la ayuda de la duda, que nos obliga a no “sentarnos” en lo aparentemente ya comprendido.

3) El nombre de Dios
Los pueblos, culturas y religiones intentan acercarse, como pueden, al misterio de Dios, dándole nombres según sus propias experiencias culturales. Israel ha preferido abstenerse de darle nombre, porque comprendió que es innombrable. Cuando uno da nombre a una cosa, de alguna manera, toma posesión de ella y la manipula. Pero de Dios no se puede tomar posesión ni se lo puede manipular. De hecho, Jesús tampoco le da un nombre. Lo que Jesús hace es hablarnos del Padre, de su experiencia de identificación y comunión con Él y del Espíritu que ambos comparten. Y manda a sus discípulos bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”. Al bautizar, no damos nombre a Dios, sino que somos nosotros quienes, en su nombre, somos consagrados, para ser parte de esta “familia” divina. Nosotros –y toda la humanidad–estamos llamados a ser parte de este misterio divino, uno y múltiple.

SIMBOLOO

4) Dios-Comunión
Las religiones más importantes se han esforzado por llegar a la elaboración del concepto de un Dios único. Y ese es un dato importante. Pero Jesús, desde su experiencia en la “montaña” de su conciencia, nos manifiesta que Dios, siendo único, no es “monolítico” sino plural; no es “individualista” sino comunitario. De la misma manera nosotros, creados a imagen de Dios, somos llamados a vivir en comunidad. Ninguno de nosotros es completo en sí mismo, sino que necesita de los otros para parecerse a Dios Padre, Hijo y Espíritu. Cuando uno niega a un miembro de su comunidad está negando a Dios. Por eso adorar a Dios es acogerlo, al mismo tiempo, en el santuario de la propia conciencia y en la realidad concreta de cada ser humano, en su maravillosa singularidad y diversidad.

P. Antonio Villarino
Roma