Laicos Misioneros Combonianos

La casa-comunidad, “Hospital de campaña”

Comentario al evangelio del domingo 8 de febrero. Mc 1, 29-39

Continuamos, en el V Domingo del Tiempo ordinario, con la lectura del primer capítulo de Marcos, que nos narra una jornada de Jesús en Cafarnaum. El domingo pasado nos quedábamos en la primera parte, contemplando a Jesús en la sinagoga, enfrentado al espíritu “impuro”. Hoy le vemos fuera de la sinagoga. Para mi comentario, me fijo en cuatro palabras clave:
La casa
Cafarnaum, la tierra de JesúsJesús deja la sinagoga y entra en la casa de Simón Pedro, en compañía de Andrés, Santiago y Juan, además, naturalmente de Simón, cuya casa se convierte por algún tiempo en centro de operaciones de aquella primera comunidad de discípulos misioneros. En los evangelios, se habla frecuentemente de esta experiencia de Jesús entrando en las casas de la gente, especialmente en casas personas reconocidas como “pecadores públicos”: Leví, Zaqueo, Simón el fariseo… Sus comidas en las casas son un signo de fraternidad y fiesta, de perdón y vida nueva. También las primeras comunidades cristianas se reunían en las casas de algunos discípulos o, mejor, discípulas. Eso le daba a la Iglesia un estilo de familia y fraternidad, de vida cercana a los gozos y sufrimientos de las personas.
También hoy ,conozco a tantas familias que acogen al Señor en sus casas de mil maneras, que hacen de sus viviendas un lugar de encuentro para los que creen en Jesús y para cualquier persona en necesidad de ayuda. Ellos son verdaderos discípulos de Jesús. Con ellos sueño una Iglesia laical, “casera”, pegada a la vida concreta de las personas; una Iglesia hecha de pequeñas células de amigos y amigas, que se visitan, se ayudan mutuamente, se protegen en los momentos de debilidad y se sirven unos a otros, como hacía la suegra de Simón.
La casa convertida en “hospital de campaña”.
Con la presencia de Jesús, la casa de Simón y de su suegra se convierte en un lugar que irradia salud, dignidad ( la suegra “se pone en pie”) y servicio a la vida. En la casa de Simón, como en la sinagoga, Jesús se muestra como la revelación de la bondad del Padre para sus hijos necesitados, como una expresión de amor gratuito, que sana, dignifica, perdona, reconcilia, anima e invita a servir.
Eso es lo que el papa Francisco, con su lenguaje concreto y eficaz, ha definido como “hospital de campaña”, una Iglesia servidora en medio de las muchas violencias de este mundo, que produce tantos heridos física, económica y moralmente. Afortunadamente, muchos hemos podido experimentar la realidad de esta Iglesia-Hospital: ¡Cuantos centros de salud promueve la Iglesia en los lugares más apartados del planeta! ¡Cuántas escuelas para niños pobres! ¡Cuántos ancianos acompañados en su vejez y escuchados con paciencia! ¡Cuántos personas que encuentran una palabra de consuelo, de perdón y de ánimo! Pienso que, en alguna medida, podemos estar sanamente orgullosos de una Iglesia que en el mudo es una instancia de los más variados servicios al ser humano herido en las mil batallas de la vida.
Pero, junto a un cierto “orgullo”, siento también un fuerte llamado a la conversión: a buscar que la Iglesia a la que yo pertenezco (comunidad, parroquia, movimiento), no sea un castillo encerrado, sino una casa convertida en “hospital de campaña”.
Atardecer y Amanecer: Trabajo y oración, palabra y silencio.
P1060605Al amanecer, Jesús se va a un lugar solitario, evidentemente a encontrarse en la intimidad con la Fuente de su vida interior, a restablecer los lazos afectivos con el Padre (después de las luchas de cada jornada), a discernir y renovar el sentido de todo lo que está haciendo, por qué y para qué, evitando así perderse en la vorágine de un activismo alocado.
Alguien ha dicho que el futuro será de los contemplativos, no de los que alocadamente corren de un lugar para otros, multiplicando palabras vacías y corazones resecos. Pienso que invertir en oración, con una fiel y perseverante disciplina, es una de las mejores inversiones para nosotros y para la comunidad. Si esa oración, somos como hojas que se lleva el viento de un lado para otro, sin ton ni son.
Buscar nuevas fronteras
En la lectura de hoy, los discípulos, como las masas de beneficiados, quieren retener a Jesús, atraparlo en la redes de un afecto interesado. “¡Qué bien estamos aquí! ¡Hagamos tres tiendas y gocémonos en la belleza de nuestro encuentro!”, parecen decir. Pero Jesús no se deja atrapar, se mantiene libre, para extender el anuncio del Reino a otros lugares, sin confundir la misión con la propia satisfacción personal o con el aplauso de los incondicionales.…
El éxito es siempre una posible trampa, que nos hace acomodar con lo ya adquirido: tanto para las personas como para las comunidades o las parroquias. Pienso en tantas parroquias en las que están contentos porque la iglesia se llena en las cinco misas. Pero la parroquia tiene en su entorno 30 mil o más habitantes, y las cinco misas llenas no llegan a los 2.000. ¿Dónde están los otros?
Pienso que la pasión misionera de Jesús nos debe empujar a ir siempre más allá, a romper nuevas fronteras, a abrirnos a personas, grupos y pueblos nuevos, a no contentarnos con lo ya adquirido sino buscar nuevos horizontes, tanto en la vida personal como en la comunitaria.
P. Antonio Villarino
Roma

Cafarnaum: misión en la ciudad

Comentario a Mc 1, 21-28 (domingo, 1 de febrero 2015)

CafarnaumLa tercera lectura del cuarto domingo del tiempo ordinario está tomada del primer capítulo de San Marcos y nos narra la primera parte de lo que se conoce como la “jornada de Cafarnaum”, donde aparece un día típico de Jesús y de la primera comunidad de amigos que le acompañaba, después del encarcelamiento del Bautista. Para profundizar un poco en esta lectura, me voy a detener en tres puntos de reflexión: el lugar en el que la acción se realiza, la calidad de la palabra de Jesús y la lucha entre los espíritus “inmundos “y” “el Santo de Dios”.

El lugar geográfico

Nos encontramos en Cafaranum, una ciudad del norte de Galilea, a orillas del lago de Genesaret, un cruce de caminos comercial y cultural entre Palestina, Líbano y Asiria. Podemos suponer que Cafarnaum, como otras ciudades de aquella época y de ahora, era un hervidero de vida, con sus elementos positivos y negativos. Seguramente contaba con sus riquezas; sus líderes políticos, militares y religiosos; sus lugares de diversión; sus vías “imperiales” que la ponían en contacto con la globalización de entonces; su apertura a la modernidad… Pero tenía también, con toda seguridad, bastante confusión, corrupción política y religiosa, injusticia, desprecio de los pobres, abandono de la fe y otras presencias del mal en las vidas privadas y en las estructuras públicas… Había también una sinagoga, a la que cada sábado acudían algunas buenas gentes, aunque quizá a veces lo hacían con un cierto sentido de cansancio y aburrimiento.

Cafarnaum puede ser la imagen de la ciudad y de la civilización en la que nosotros vivimos ahora. También en esta “civitas”, en esta cultura nuestra, hay tanta vida, buena y menos buena; hay tanta riqueza y tanta pobreza; hay liderazgo responsable y corrupto; hay generosidad y mezquino egoísmo; hay confusión y búsqueda de la verdad; hay descreimiento y también no poca fe… Y para nosotros, discípulos del Maestro de Cafarnaum, hay también presencia del Dios del Reino. Nosotros sabemos que Jesucristo sigue vivo entre nosotros y que nosotros estamos llamados a estar presentes en esta ciudad, en este mundo en cambio, no para ganar puntos o adeptos, sino para testimoniar que Dios sigue cercano a los suyos. Como comunidad de Jesús, vivimos en la ciudad, en ella crecemos como discípulos y en ella somos misioneros de su Reino entre tantas personas que buscan verdad y belleza, sentido, amor y liberación.

La palabra relevante de Jesús

Jesús hablaba en todas partes, también en la sinagoga, donde muchos habían acudido con fidelidad, aunque quizá con una cierta resignación, a escuchar las acostumbradas palabras del rabino de turno, que no tocarían su vida. Pero aquel día hubo una sorpresa grande. Aquel predicador era diferente; de su boca salía una palabra que tocaba la vita, que producía admiración, alabanza y deseo de cambiar.

Podemos preguntarnos de dónde procedía aquella autoridad de Jesús, aquella relevancia.

A mí me parece que la palabra, cualquier palabra, adquiere autoridad y relevancia, cuando es sincera y auténtica y expresa alguna dimensión de la vida concreta. Cuando es así, encuentra en el oyente un eco que sabe a verdad. Una vez tuve la oportunidad de escuchar a la Madre Teresa de Calcuta en directo, en un salón abarrotado de gente, admirada y contenta, como la que escuchaba a Jesús en Cafarnaum. ¿Qué tenían de especial sus palabras? Podemos decir que nada. Ella repetía, sin grandes recursos oratorios, la doctrina y los conceptos que todos conocemos. Y, sin embargo, al escucharla, todos estábamos emocionados, tocados por la sinceridad y autoridad de vida que emanaban aquellas palabras sencillas, pronunciadas in pretensiones. Aquellas palabras tenían el sello y la autoridad de lo auténtico, de su correspondencia con la vida.

Así –y mucho más– eran las palabras de Jesús. Así, pienso yo, serán nuestras palabras si transmiten algo de lo que Dios hace con nuestras vidas, algo de su luz poderosa, algo de su perdón indefectible, algo de su consuelo verdadero, algo del amor que se nos revela cada día en Jesucristo resucitado y vivo en nosotros, como le sucedió a Pablo.

Con Jesús, también nosotros estamos llamados a ser, en las Cafarnaum de hoy, portadores de palabras auténticas, palabras de verdad y de justicia, palabras de amor y de perdón, palabras de vida. Muchos de nosotros ejercemos, de hecho, de “palabreros”, si se me permite la expresión; en la vida nos toca comunicar, enseñar, cada uno desde su profesión o ministerio: maestros, padres, curas, tertulianos caseros… ¿Cómo hacer para que nuestras palabras no sean banales, para que sean relevantes? Me parece que la respuesta es una sola: verdad y autenticidad. Los hijos, por ejemplo, descubren enseguida cuando sus padres les cuentan la verdad o cuando les cuentas historias en las que ellos mismos no creen. Y así en todos los órdenes de la vida.

El discípulo misionero de Jesús se deja tocar por la palabra auténtica de Jesús y se convierte, a su vez, en un testigo de palabras verdaderas, que iluminan, curan y guían a otros: en casa, en el trabajo, en la iglesia, en todas partes.

La batalla entre los “espíritus inmundos” y el “Santo de Dios”

En la Biblia, también en los evangelios, se habla bastante de “espíritus inmundos” o de “espíritus impuros”. Es un lenguaje que ya no usamos en nuestro tiempo. Pero la realidad y la experiencia que tal lenguaje indicaba es hoy tan real como entonces. Podemos decir que con estas palabras nos estamos refiriendo a toda esa parte del mundo que se opone a Dios y a la verdadera felicidad de los seres humanos: esa parte que genera mentira, confusión, injusticia, desorden, caos, esclavitud, que nos impide crecer como hijos libres y liberadores.

Pensemos, por ejemplo, en la absurda violencia que nos golpea en los últimos tiempos, en la corrupción generalizada, en la brutal desigualdad entre ricos y pobres, en la arrogancia que humilla a los pobres y sencillos, en las muchas dependencias que nos acechan a todos: de la droga, del alcohol, del consumo desenfrenado, del sexo desordenado, del orgullo estúpido…

Este mundo corrupto, inmundo, impuro, injusto, que está en nosotros y alrededor de nosotros, se vuelve nervioso, violento, agresivo, cuando se encuentra con el “santo de Dios”, cuando se confronta con la palabra límpida y veraz de Jesús. Y se entabla una “guerra” a muerte.

Pero Jesús es capaz de hacer callar a este espíritu ruidoso, gritón, arrogante, destructivo. Lo hace a cuerpo limpio, con la limpieza de un poder que no procede de las armas, de la riqueza o de la arrogancia, sino de su anclaje en el amor del Padre, que le hace Hijo liberado y liberador.

Nosotros, en la medida que somos “cuerpo de Cristo”, comunidad de discípulos reunidos en torno a su nombre, también tenemos el poder de vencer el orgullo de un mundo corrupto. No con sus mismas armas, sino con las de Jesús: la coherencia de una palabra y de una vida, enraizadas en la verdad de Dios, que no es otra que su amor gratuito e incondicional. Esa es la mayor fuerza misionera de la Iglesia. Esa es nuestra arma para vencer el mal en el mundo.

P. Antonio Villarino MCCJ. Roma

Pastoral del niño hoy

Pastoral
Equipo fundador de la Pastoral del niño Don Icaivera en Contagem (MG), Doña Alicia y su esposo de 85 años. La de camisa verde es de Petrolândia, Contagem (MG).

Este trabajo se realiza en todo Brasil voluntariamente por parte de 218.000 personas que participan en esta red de solidaridad humana que une fe y vida. Gracias a este trabajo voluntario la realidad de Brasil ha cambiado. A esta historia de éxito se fueron incorporando diferentes acciones complementarias, tales como la generación de ingresos, la alfabetización, las ludotecas comunitarias, programas de seguridad alimentaria, salud mental, etc.

Esta gran red de solidaridad humana se ha extendido por todo Brasil y en la actualidad está presente en 3.616 municipios, acompañando aproximadamente 79 mil 500 mujeres embarazadas y más de 1 millón y 630 mil niños. El promedio nacional es de 12 niños por líder, más del 90% de los líderes de la comunidad son mujeres pobres.

Pastoral
¡Mirad que equipo!

“EL MUNDO NO SERÁ MEJOR SI ES MÁS RICO, SINO SI TODAS LAS PERSONAS CRECEN EN IGUALDAD ” (Zilda Arns)

Gracias al equipo de líderes del sector 189, que con entusiasmo y compañerismo durante todo el año 2014 hizo posible la Pastoral del niño en el sector de Renza de la parroquia. Santo Domingo, Icaivera y Jesús Obrero.

Por María de Lourdes, Laica Misionera Comboniana

Reunión de los Consejos Generales de la Familia Comboniana

Consejos FamiliaCombonianaEste pasado sábado 24 de enero nos hemos vuelto a reunir como Familia comboniana a nivel de Consejos Generales en Roma.

Hemos dedicado la mañana a reflexionar sobre los retos que presenta la vida misionera en los contextos en que estamos presentes. Cada una de las ramas hemos compartido los desafíos que estamos afrontando en la misión.

Una reflexión que ha tocado puntos como la necesidad de vivir la misión desde la cercanía a la gente, con una presencia cercana a las necesidades de las personas, caminando según el ritmo de las comunidades y acompañando a cada uno según su ritmo. Guardando el necesario equilibrio entre la promoción humana y ayuda a las necesidades más inmediatas. Cuidando que los proyectos no tapen a las personas y nosotros como misioneros no seamos vistos sólo como agentes de desarrollo sino sobre todo como portadores de una alegría, la alegría del evangelio y del deseo de una vida mejor para todos que brota del amor del Padre. Salvar África con África, como decía Comboni, buscando siempre el protagonismo de la gente y nunca el del misionero. Confiando en las capacidades del otro, potenciando sus fortalezas y descubriendo nuevas maneras de hacer las cosas, abiertos a que la gente nos enseñe nuevas formas.

También reflexionamos sobre el hecho de ser un número menor de misioneros y misioneras hace unos años; a la vez la mayor diversidad de nuestros miembros, cada vez menos europeos y más americanos y africanos, nos lleva a constatar una gran diversidad y un nuevo estilo de misión. También esta disminución nos exige redoblar esfuerzos para seguir pidiendo la ayuda de otros y otras a que salgan al camino a servir junto a nosotros a los hermanos más necesitados.

Consejos FamiliaCombonianaProfundizar en el desafío de la espiritualidad, que nos permita tener un fundamento sólido de la acción que desarrollamos y nos impulse a anunciar el amor de Dios que, transformando nuestra vida, nos envió al mundo para que lo compartamos con los pueblos más necesitados. La necesidad de hacernos agentes de reconciliación, especialmente en las situaciones de guerra y posguerra en las que seguimos presentes, ser capaces de hablar de paz, amor y perdón como base para un futuro mejor.

Junto con esto la necesidad de repensar los ministerios que llevamos adelante, adecuarlos y formarnos para servir mejor a las necesidades de los hombres y mujeres de hoy en los diferentes continentes donde estamos presentes. Ser misioneros en el contexto en que cada uno se encuentra. Actualizando nuestra especificidad carismática, que al fin y al cabo es la única manera de mantenernos fieles a él. Con un lenguaje nuevo que llegue a las personas de hoy. Permanecer abiertos a los jóvenes y ofrecer una vida que vale la pena vivir, encarnada, no exenta de esfuerzo y sacrificio, pero sobre todo llena de felicidad y gozo. Ofreciendo también a nuestros miembros una formación que ayude a crecer desde el corazón, que no se quede en lo superficial o lo utilitarista sino que igualmente nos ayude a crecer como personas de manera individual y como comunidad cristiana.

Y por último reflexionar sobre nuestra realidad de Familia carismática, nuestro estilo de presencia y sobre todo nuestra apuesta como Familia por ser semilla de una Iglesia más comunitaria donde sacerdotes, religiosos, religiosas, seculares y laicos podamos compartir responsabilidades y en función de nuestras capacidades y especificidades servir a la gente, siendo germen de un nuevo tipo de relaciones como hermanos y hermanas de nuestra comunidad cristiana.

Finalizamos la mañana con la eucaristía, poniendo a los pies del altar todas estas reflexiones y la vida de todos los misioneros y misioneras esparcidos por el mundo y la de los pueblos que acompañan.

Consejos FamiliaCombonianaEn la tarde pudimos tener un rato para compartir los acontecimientos más relevantes de este pasado año 2014 para cada una de las ramas. Nos informaron desde la comisión que prepara el evento celebrativo del 150 aniversario del Plan de Comboni que tendrá lugar del 13 al 15 de marzo en Roma.

Terminamos la jornada con un momento de oración y nos citamos para finales de año. Esperamos que estos encuentros y cada pequeño encuentro que tengamos en nuestras comunidades nos ayuden a seguir caminando y sirviendo a la misión como Familia comboniana.