Laicos Misioneros Combonianos

PAN PARA EL CAMINO

Un comentario a Lc 9,11-17 (Solemnidad del Cuerpo de Cristo, 29 de mayo de 2016).

P1010408Celebramos hoy en casi toda la Iglesia (en algunas partes ya se ha celebrado el pasado jueves) la Solemnidad conocida como del “Corpus Christi” o Cuerpo del Señor. Como lectura evangélica se nos ofrece la multiplicación de los panes y los peces según la cuenta Lucas.

Para entender bien este relato hay que tener en cuenta toda la historia del Pueblo de Israel. Si recordamos bien, el pueblo, en una gesta heroica y milagrosa, se liberó de la esclavitud, pero después tuvo que recorrer un largo camino por el desierto, padeciendo hambre y sed, con el riesgo de morir en la miseria y la derrota. En ese momento duro de su historia, el pueblo volvió a experimentar la cercanía de Dios cuando, en contra de todas las evidencias, encontró el alimento que le permitió, no sólo seguir viviendo, sino también seguir avanzando hacia la tierra prometida.

Más tarde, cuando ya habían consolidado una historia de libertad, los judíos comprendieron que para ser pueblo libre, justo y feliz, no les bastaba el pan ordinario. Necesitaban otro tipo de “pan”, otro alimento que les ayudase a caminar en justicia, verdad, respeto mutuo y sabiduría. Y Dios le dio a Moisés la Ley, la Palabra que alimentaba el camino espiritual del pueblo.

Desde entonces los hebreos alababan a Dios, no sólo por el alimento material, que les permitió sobrevivir en el desierto, sino también por el pan espiritual, que les permitió tener sabiduría para crecer en medio de las dificultades, dudas, tentaciones y falsas sabidurías.

Sobre este trasfondo se entiende el “signo” de hoy. Jesús es quien nos da el Pan de Dios, la sabiduría que nos permite caminar en comunidad, en medio del desierto y de la soledad de la vida. Cuando ” comemos” el cuerpo de Cristo, comemos su Palabra sabia, nos identificamos con su amor al Padre y a los hermanos. Con él ya no arriesgamos morir en el desierto de la dificultad o el pecado. Con él nos unimos a la comunidad para festejar la vida, sentados para participar del banquete del amor y de la fraternidad. Sin Jesús nos amenaza el ” hambre”, la falta de sabiduría, el desconcierto. Con Jesús estamos seguros de no desfallecer de hambre espiritual, de sabernos siempre amados por quién os ha creado y nos espera al final del camino.

Participar en la Eucaristía es alimentarse para seguir adelante en el camino de la vida.

P. Antonio Villarino
Quito

El maestro interior

Un comentario a Jn 16, 12-15 (Solemnidad de la Santísima Trinidad, VIII domingo del tiempo ordinario, 22 de mayo de 2016)

vigo-hermanitas++++Después de la fiesta de Pentecostés, la Liturgia católica comienza lo que se llama “tiempo ordinario”, pero con un tema de meditación nada “ordinario”, ya que se contempla el misterio de la Santísima Trinidad, uns realidad insondable, a la que solamente podemos acercarnos “a tientas” y “como en un espejo”, por usar una expresión de San Pablo.

Como guía para la contemplación de este misterio, se nos ofrece un breve pasaje del evangelio de Juan en el que se nombra a Jesús-Hijo, al Espíritu y al Padre. Es decir, se menciona a las tres personas divinas.

Como siempre, esta lectura evangélica puede leerse enfatizando uno u otro aspecto, según el momento que vive cada uno o la comunidad a la que pertenecemos, ya que la Palabra de Dios es viva y eficaz, precisamente porque en ella nos habla Jesús, que, por medio de su Espíritu, nos comunica el amor del Padre.

Por mi parte, quisiera detenerme en la promesa que Jesús nos hace de conducirnos hacia la verdad plena:

“Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podréis entenderlas ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. El no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras. El me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer, lo recibirá de mí. Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer, lo recibirá de mí” (Jn 16, 12-15).

La historia humana no se ha acabado con la vida de Jesús en Palestina. La creación continúa “creándose”, el amor del Padre sigue actualizándose con cada ser humano y con cada generación; y la enseñanza de Jesús sigue germinando como una semilla cuya vitalidad sigue fuerte por la acción del Espíritu, que lo comparte todo con el Padre y con el Hijo.

En el Libro de los Hechos de los Apóstoles podemos comprobar como los discípulos, que habían vivido pocos años antes con Jesús, no tenían todos los problemas resueltos de antemano, sino que debían discernir continuamente qué hacer y cómo hacerlo. Cuando las viudas griegas se quejaron por falta de atención, los discípulos “inventaron” los diáconos o servidores de los pobres. Cuando los gentiles empezaron a querer entrar en masa en la Iglesia, que era judía, tuvieron que discernir y decidir, “ellos y el Espíritu Santo”, qué hacer.

Así el Espíritu les iba conduciendo -en libertad, responsabilidad y creatividad- a la “verdad plena”, que no es una verdad monolítica, aprendida de una vez para siempre, sino la verdad del amor de Dios que va respondiendo a cada situación y circunstancia.

Desde entonces son muchos los creyentes que hacen experiencia de esta presencia del Espíritu. Hace unos días una religiosa de 90 años me contaba el origen de su vocación. Pocos meses antes de casarse, en el momento de la comunión, experimentó una presencia del Espíritu tal que tuvo claro que su vocación no era la vida casada sino la vida religiosa, que ese era el camino que el Padre le preparaba para ser feliz, para amar y ser amada… Siguió esa inspiración y encontró la plenitud de su vida.

Estoy seguro que el Espíritu nos habla a todos y a todas en este momento de nuestra vida. Lo hace a través de la Palabra, de una celebración, de un encuentro. Pero sobre todo lo hace desde el snatuario de nuestra conciencia personal, donde nos habla el “maestro interior”, si sabemos guardar silencio, evitar los ruidos y abrirnos a esta presencia. Ojalá todos nosotros sepamos buscar esos espacios de interioridad, en los que escuchar la suave brisa del Espíritu, que nos conduce a la verdad plena.

P. Antonio Villarino
Quito

Algunas son hermosas victorias

carcelAlgunas son hermosas victorias, pequeños logros nacidos de las batallas que tienen el sabor del esfuerzo, compromiso, esperanza, diseño, sueño, pero la mayoría están construidas en una camino largo de aquel que nunca se rindió, a pesar de las dificultades.

Estas pequeñas victorias son alegrías que se comparten en el equipo de trabajo formado por personas que creen en lo que hacen, que con confianza y humildad hacen posible día a día el trabajo diario de la pastoral penitenciaria.

Hoy, por fin, comenzamos la catequesis en la prisión de máxima seguridad de Nelson Hungria.

Nuestra alegría, junto con aquellos que participan, nace después de una larga espera, debido a los permisos necesarios, enredos burocráticos que habrían desalentado a mucho… pero ¡NO A NOSOTROS! Hemos mantenido la fe y la constancia en nuestra meta, para tratar de realizar un pedido hecho por los propios presos, mediando con la parte “institucional” que no tienen confianza en el trabajo de desarrollo y recuperación con los presos. Algunos creen que es tiempo perdido, que no vale la pena, que los que están en prisión no tienen derecho a nada, ni siquiera para buscar a Dios o a sí mismos, simplemente a estar dentro de una celda oscura. Pero es precisamente en esta oscuridad que viene el deseo de volver a “ver”, de encontrarse nuevamente, para abrazar el misterio que golpea el alma humana. Nadie tiene derecho de negar la necesidad y la búsqueda espiritual que es propia del ser humano. Por tanto, nuestra lucha fue para satisfacer una demanda que viene de una búsqueda personal, de un deseo de buscar a Dios y buscarse a uno mismo.

Hoy comienza un nuevo camino con un pequeño grupo de presos, y finalmente, en una sala donde se pueden poner en círculo libremente sin ningún tipo de impedimento por barras, esposas, divisores de espacio físico, agentes de seguridad.

Es muy emocionante lo que se comparte, fuertes, humanos, llenas de preguntas y deseos. Caminos que se construyen juntos, donde todos comparten y enriquecen al otro, donde se enseñan los unos a los otros, donde se comunican emociones, alegrías y heridas de una vida que se desea reconstruir, una vida que no quiere sentirse perdida o arruinada por el peso de la culpabilidad o la condena de las personas.

Sea bendecido este camino, sea bendecida esta sed de Dios que engrandece el corazón, que rompe fronteras y los barrotes de una prisión hecha de carne y de humanidad en la búsqueda del camino.

Viva la vida que es capaz de nacer y crecer, vivan las personas que la ayudan a crecer, viva la voluntad de colocarse en el camino y no tener miedo de hacerlo.

Entre los derechos que deben ser respetados a los prisioneros se encuentra el derecho a la asistencia religiosa.

Todos los presos tienen libertad de culto/religión, y el derecho a practicarlo en su unidad de prisión, nadie está obligado a participar si no quieres.

Emma, ​​LMC en Brasil

Diez manifestaciones del Espíritu

Solemnidad de Pentecostés (15 de mayo de 2016)

P1010023Al hacer memoria de la experiencia de Pentecostés, es decir, de la presencia del Espíritu Santo en la vida de las primeras comunidades, propongo un breve recordatorio de algunos signos de esta presencia, según las Escrituras:

1.- Ebriedad:
-El Espíritu rompe los límites de una vida estancada y anodina, dando un entusiasmo casi embriagador; rompe las barreras étnicas o religiosas, acumuladas en siglos para crear una nueva koinonia (comunión): “No estamos borrachos a esta hora de la mañana” (Hech 2, 1-21);
-Supera las limitaciones de la persona, como le promete el profeta a Saúl: “Te invadirá el Espíritu del Señor… y te convertirás en otro hombre” (1 Sam 10,6)
Cuando alguien tiene una experiencia de ser “invadido” por el Espíritu, la gente pregunta: ¿Y a éste qué le pasó? Cuando una mujer está embarazada, se le nota en la lucidez de su rostro. Cuando uno veía de cerca a la Madre Teresa de Calcuta, se decía: ¿Qué tiene de especial? Me pregunto si muchas veces nosotros no nos hemos vuelto demasiado “sobrios”, previsibles, maniatados por la rutina y el escepticismo. Necesitamos que el Espíritu nos “emborrache”, nos libere de nuestras ataduras.

2.- Confianza:
-“No habéis recibido un espíritu que os haga esclavos, bajo el temor”, decia San Pablo (Rm 8, 14-15). Decía también: “Sé de quien me he fiado”.
-El Ángel dijo a María: “No temas. El Señor está contigo, su Sombra descenderá sobre ti”.

3.- Interioridad:
-El Espíritu nos hace conocer a Dios desde dentro, no como una imposición externa (1Cor 2, 10-12) o como algo aprendido de otro.
-María guardaba todo en su corazón, dice Lucas.
En este tiempo vivimos muy preocupados por la imagen de nosotros mismos, de nuestra comunidad, de nuestra patria, olvidando que lo importante no es lo que aparentamos sino lo que somos. ¿Vivimos desde fuera o desde dentro de nosotros mismos? El ejemplo de Benedicto XVI, al renunciar al papado, fue precisamente el de quien tiene una riqueza interior tan grande, que le permite ser libre y sereno en las más grandes dificultades.

4.- Sensibilidad:
El Espíritu da sensibilidad en dos direcciones aparentemente opuestas, pero que son parte de la misma realidad: por un lado, nos hace sensibles a lo bello en todos sus sentidos (la naturaleza, la música, la poesía, un gesto elegante…); y, por otro, nos hace sensibles al dolor del otro: “Vuestras alegrías son las mías y vuestras penas también son las mías”, dijo Comboni en Jartum. El Buen Samaritano, movido por el Espíritu, es sensible y se para ante el desventurado y se pone a su servicio(Lc 10, 30.37).

5.- Diálogo:
-Cuando estamos movidos por el Espíritu podemos entrar en diálogo profundo, yendo más allá de las apariencias y superficialidades, como hizo Jesús con la mujer samaritana (Jn 4).
– El Espíritu produce hombres inspirados, capaces de hablar lenguas (Hech 2, 4), es decir, de entenderse, más allá de las diferencias linguísticas y culturales;
El diálogo requiere “técnicas” y método, pero, sobre todo, dejarse llevar por el Espíritu.

6.- Alegría:

“Alégrate, llena de gracia” (Lc 1), fue el mensaje del Ángel a María al anunciarle que el Espíritu la cubriría con su sombra. La alegría es la característica que este Papa quiere dar a nuestra Iglesia.

7.- Resiliencia/Resistencia:

A veces parece que el Reino de Dios no llega. ¿En qué ha quedado la promesa? “Para el Señor mil años son como un día” (2Pe 3, 3-9), decía Pedro a los cristianos que se impacientaban por el mal en el mundo.

8.- Gratuidad:

No todo tiene un precio. El amor es gratuito, don sin contrapartida. Recordemos la contraposición entre la lógica de los perfumes (la mujer que derrama un frasco de perfume en los pies de Jesús) y la lógica del dinero (Judas)(Mc 14, 3-9).

9.- Curación, conversión, perdón (Hech 3,7; 5,12; 9, 32-43).

El Espíritu nos lleva a superar el pecado en el perdón del Padre, a cambiar de vida, a ser sanados de nuestras enfermedades humanas.

10.- Dinamismo misionero:
Los apóstoles actúan con fidelidad a Jesús, el Maestro, del que hacen memoria continuada. Pero, al mismo tiempo, actúan con gran libertad y decisión, caminando incluso por caminos que Jesús no había previsto. Por eso su fidelidad es creativa, abierta, sin complejos ni rigideces. No tienen miedo a separarse del Maestro o alejarse de Él, porque sienten que su Espíritu les acompaña y les habita, tal como les había prometido. “Estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.
Cuando se pierde el Espíritu, el discípulo divaga (inventa su propia Iglesia) o se convierte en un cadáver, supuestamente fiel, pero muerto, sin vida, sin una palabra iluminadora, sin signos de liberación, sin comunión auténtica, sin misión. La Iglesia, si es habitada por el Espíritu, no tendrá miedo a innovar, a dar respuestas nuevas a problemas y situaciones nuevas. Respuestas que ella no las daría por sí misma, como en el caso del concilio de Jerusalén, pero que, llegado el momento, se siente con autoridad para darlas.
P. Antonio Villarino
Madrid