Laicos Misioneros Combonianos

Superar la indiferencia: Hacer causa común

Un comentario a Mc 6, 30-34  (XVI Domingo del T.O.:  18 de julio del 2021)

Jesús

Leemos hoy cinco versículos que forman una especie de transición literaria entre dos narraciones fuertes de Marcos: el martirio de Juan Bautista (una experiencia seguramente muy dolorosa para los discípulos y el mismo Jesús) y la multiplicación de los panes (signo elocuente de un Dios que alimenta al pueblo de los sencillos y fieles en el desierto).

El texto que leemos hoy es, pues, de transición, pero no por ello menos importante. De hecho, está lleno de profundos y límpidos sentimientos en dos direcciones principales: la comunidad de los discípulos y la multitud de personas en búsqueda de una mayor calidad de vida. En el corazón de Jesús se produce como una especie de doble movimiento de sístole y diástole, de ida y venida, entre la comunidad y la multitud, que, como el del corazón, se necesitan y se alimentan recíprocamente. Detengámonos un momento en este doble movimiento de amor concreto:

1.- Ternura en la comunidad de amigos

Marcos nos cuenta como Jesús acoge a los discípulos que regresan de la misión, los escucha y los invita a descansar, como él lo hacía entre los amigos de Betania…

No sé si ustedes recuerdan la película de Pier Paolo Pasolini sobre el evangelio de San Mateo, que se proyectó hace ya bastantes años; era una gran película, pero –si mi memoria no me falla- presentaba a Jesús como una especie de profeta serio y más bien enojado, como una especie de látigo de hipócritas y corruptos; con el rostro tenso, la voz firme y la condena siempre en los labios; sin más amigos que una justicia descarnada y una moralidad exigente e irreductible…. Sin duda, Jesús fue claro en la denuncia de una religiosidad hipócrita y esclerotizada, pero Jesús era mucho más que un profeta airado. En el evangelio de hoy Marcos nos presenta a un Jesús tierno, acogedor, preocupado por el bienestar incluso físico de sus amigos. Esto nos da la medida de esa humanidad tan necesaria en cualquier familia, comunidad o grupo apostólico. A veces queremos hacer las cosas tan bien, somos tan perfeccionistas o tenemos tantas ambiciones para las personas queridas que nos volvemos intransigentes, mordaces, airados, condenadores. Ojalá Jesús sea nuestro modelo de ternura, acogida y humanidad.

2.- Conmoción ante las necesidades de la multitud

La estrecha vida comunitaria de Jesús con sus discípulos no lo vuelve ciego a las necesidades de los demás, sino todo lo contrario: lo hace más sensible y comprometido ante la presencia de una multitud que, como ovejas que vagan sin pastor, busca afanosamente más salud, más comprensión, más sentido, más vida. La actitud de Jesús es la misma que, muchos más años más tardes, adoptaría uno de sus discípulos, Daniel Comboni, quien, al llegar a Jartum (África), dijo: “Quiero hacer causa común con cada uno de ustedes”.

Antes la multitud de personas que hoy como ayer buscan salud, alimento, dignidad, amor…, la respuesta del discípulo misionero no es la indiferencia, el mirar hacia otro lado, sino el “hacer causa común”, compartir inquietudes, emociones y sueños. Esa conmoción, ese hacer causa común encontrará a su tiempo su expresión en iniciativas humanitarias concretas, en palabras y gestos de solidaridad. Pero lo primero es no caer en la indiferencia, conmoverse, sentirse parte de esa gente. La primera actitud del discípulo misionero es la de “estar”, compartir, sentir como propias las necesidades de los demás; y, a partir de ahí, echar una mano o las dos si hace falta, cada uno según sus propias posibilidades, con la confianza de que, si cada uno aporta lo suyo, se producirá el milagro del pan compartido, de la fraternidad, del gozo de la vida compartida.

P. Antonio Villarino

Bogotá

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