Atrás quedan Qillenso, Adola y Daaye y mi mirada durante el viaje en este verde que contrasta con todo lo que había visto hasta ahora desde que llegué a este nuevo lugar donde Dios nos espera a cada uno, al menos en el abrazo de una oración que, puede viajar desde muy lejos (espero que desde sus corazones). Aprovecho la duración de este viaje para intentar compartir (ni que sea un grano) de las maravillas de este pueblo que tan bien me ha recibido.
Estamos en una semana inusual. Aprovechamos que las clases de Amárico sólo comenzarán el 3 de junio (próxima semana) para ir a conocer las diversas misiones de los MCCJ y también de los LMC (en Awassa) en la zona sur de Etiopía.
Adis Abeba, es una ciudad donde reina la contaminación, el ruido, el frenesí de los muchos coches y personas que deambulan sin regla por las calles. Podría verse como casi cualquier ciudad europea si no fuese por el desorden que aquí gobierna. Viajar en coche es siempre una aventura, pues la carretera aquí también pertenece a los animales y a las personas (¡después de todo, los coches llegaron después!). De entre las varias y abarrotadas calles que aquí existen, de las que me cuesta más (hasta ahora) atravesar es la indescriptible México Square, punto de referencia para la llegada a casa. Indescriptible por no haber palabras para entender el dolor que me da cuando veo aquellos cuerpos extendidos en medio del suelo, cuerpos delgados, sin apenas vida, unos que no ven, otros que no tienen pies para andar… Junto a estos cuerpos podemos encontrar muchas veces el semblante de un niño, cuya mirada perdida no pasa desapercibida. Imagino historias en mi cabeza que, probablemente, son las suyas. Son madres desnutridas y sus hijos. ¡Cómo duele mirar y duele aún más no saber qué hacer!
El viaje de esta semana por el sur de Etiopía nos permitió también tener una visión muy diferente y colorida de este gran e inmenso país. A medida que viajamos de Adís Abeba a Awassa, Qillenso, Adola y Daaye, el paisaje va cambiando sus formas y figuras. Si en Adis y Awassa hay un manto de casas hasta donde la vista alcanza, en Qillenso, Adola y Daaye la tierra se viste de rojo y del verde de la vegetación acabada de nacer por el inicio de las lluvias. Por el camino se siembran casas, éstas con una configuración más rudimentaria y que son auténticas obras de arte. El coche pasa y los que nos ven pasar también nos miran. Los observo también a través del cristal de la furgoneta. ¡Qué mirada tan hermosa! ¡Sonríen siempre al vernos a pasar!
Estoy feliz por la misión que Dios nos entregó a los tres y para la que pedimos vuestras oraciones. La misión nunca será nuestra. También es vuestra. Y por encima de todo, es de Dios. Probablemente, y conscientes de esto, sabemos que los frutos maduros de este trabajo sólo (y Dios quiera) serán visibles dentro de unos años.
¡Estoy bien! Sintiendo todo. Las personas, sus miradas, sus palabras que muchas veces no entiendo, pero procuro responder con una sonrisa, o una mirada de ternura, o usar las pocas palabras que ya sé decir en amárico. Ha sido un tiempo para observar, oír, intentar entender. Es una ventaja también que yo no tenga un nivel de inglés fluido que me permita hablar mucho (y mucho menos amárico). Saco partido de eso y acabo por escuchar más, observar más. ¡Es tiempo de eso!
Nuestro pasar por la calle es siempre motivo de miradas. La gente nos mira, como si fuésemos algo extraño. ¡Para los niños es una fiesta! Nos miran y esbozan sonrisas atrevidas:
– ¡Farengi! Farengi! ¡O China! China!
A falta de saber qué hacer muchas veces, las miramos y sonreímos. Extendemos el brazo e intercambiamos un apretón de manos. ¡Están todos contentos de tocarnos… es recíproco!
Uno de estos días, en Awassa, visitamos a las hermanas de la Madre Teresa, y lo esperado sucedió: la misma reacción de los niños que se quieren agarrar a nosotros… Corren en nuestra dirección para tocar la mano. Y no sólo la mano. Los brazos, la cara. Y se van acercando, deleitándose con nuestro calor. Corren en busca del amor. Y tratamos de dárselo. En la dificultad de no saber mucho amárico, digo lo mismo de siempre. No puedo limitarme a las mismas palabras de siempre, pensaba. Intento recordar otras cosas que pueda decir, y allá me sale:
– Mndn new? (¿qué es esto?) – pregunto apuntando a mi camiseta.
– Makina (coche) – responden varias, cada una a su tiempo.
Repito la misma pregunta para otras cosas, incluyendo la cruz que traigo al pecho.
Y así me van respondiendo. ¡Es una fiesta para ellas! Y para mí. No saben cuánto me enseñan. Confío que son los mejores profesores que podré tener. Se quedan contentos con este poco. Así como quien está con sed, como yo.
Siento todo, incluso la nostalgia. ¡Gran nostalgia! Esto también me habita, ¡por supuesto (no sería sino portuguesa… de aquellas muy nostálgicas)! Como alguien me dijo, la nostalgia es el amor que queda. Por eso, quiero siempre que esta nostalgia sea parte de mí.
Han sido días bonitos, cargados de novedad. También con la comunidad, con David y Pedro. En nuestras diferencias, veo tres piezas de un puzzle que se unen y que encajan. Está siendo hermoso como nos damos cuenta de lo que estamos llamados a hacer aquí. Sentimos el peso de la responsabilidad de estar empezando a sembrar este grano que queremos que otros vengan a regar, segar, cosechar. ¡La mies aquí es grande! Pero sentimos una gran fuerza de querer dar pasos. Que el Espíritu Santo nos ilumine a dar los pasos correctos, en los tiempos y lugares correctos.
Rezad por nosotros, por la misión y sobre todo por este pueblo que nos acoge y que busca y lucha por la vida, día a día.
Con mucho amor,
LMC Carolina Fiúza