Un comentario a Lc 12, 49-53 (XX Domingo ordinario, 14 de agosto de 2016)
Lucas, en su narración evangélica, nos va acercando cada vez más a Jerusalén, donde Jesús se va a enfrentar a la “batalla” de su vida. Jesús propone el Reino de Dios (Reino de Verdad y Justicia, de Amor, de Misericordia y de Paz), pero las autoridades y todos los que tienen sus privilegios asegurados (basados en la mentira y la injusticia, el egoísmo, el desprecio y la violencia) se le oponen tenazmente.
Ante ese conflicto, Jesús no reacciona nunca con violencia, pero tampoco con debilidad o cobardía; él no se “ablanda”, sino que permanece firme y dispuesto a dejarse incluso la vida en ello, como así ha sucedido.
Lo mismo le sucedió a sus seguidores, después de la Pascua. Los discípulos del Maestro pronto se dieron cuenta de que seguir a Jesús tiene su costo y de que, a pesar de su actitud pacífica, encontrarán mucha oposición de parte de las autoridades y de los poderosos e incluso de sus propias familias, porque son muchos los que no quieren que las cosas cambien, son muchos los que no quieren el Reino de Dios, porque ellos quieren ser los reyes absolutos y dominadores de otros.
Por eso Lucas les recuerda la vida y las palabras de Jesús: “He venido para prender fuego a la tierra” y estoy dispuesto a “pasar por la prueba de un bautismo”, un bautismo de sangre (su muerte). Yo les doy la paz –dijo en otra ocasión Jesús-, pero no “la paz del mundo”, la paz de la injusticia y de la mentira. Yo les doy la paz que es fruto de la Verdad, de la Justicia y del Amor.
A veces parece como si ser cristiano fuese igual a ser pusilánime, tímido, apagado… No. Todo lo contrario. El cristiano es un apasionado del Reino de Dios, un enamorado de la vida, un amante de la verdad y la justicia. El cristiano no acepta las mentiras de nuestro mundo, se rebela contra ellas; el cristiano no acepta dictadores que se imponen por la fuerza de su poder político, económico o cultural. El cristiano es una persona libre que se sabe hijo de Dios y hermano de todos. Por eso nunca acepta la violencia, pero tampoco la pasividad, la cobardía o la comodidad. El cristiano sabe que le puede tocar afrontar oposición y sacrificio, pero como Jesús está dispuesto a todo, confiando, como Jesús, en el Padre.
Como dice el papa Francisco, el cristiano “sale” al mundo, con el “fuego” del Espíritu, con mucha paz interior y con mucha misericordia, pero sin arrugarse ante las dificultades y la oposición.
P. Antonio Villarino
Quito