Un comentario a Lc 19, 28-40, Domingo de Ramos, 20 de marzo 2016.
El Domingo de Ramos es como un gran pórtico que abre a la Semana Santa, con su extraordinaria intensidad celebrativa, en recuerdo de la última semana que Jesús pasó en Jerusalén. Hoy se leen dos partes del evangelio de Lucas, el de la entrada de Jesús en Jerusalén, que se lee antes de la procesión con los ramos, y la Pasión, que se lee ya dentro de la Misa.
Como siempre, estas lecturas pueden dar juego mucho para meditar, si los leemos con el corazón abierto y humilde. Ojalá cada uno de nosotros dedique un tiempo de este domingo para leer estos textos con calma, relacionarlos con nuestra vida y dejarse iluminar.
Montado sobre un pollino
Yo quisiera fijarme apenas en un solo detalle, en el hecho que Jesús sube a Jerusalén, la capital de todo el sistema político-religioso de Israel, montado en un pollino o, si prefieren usar otras palabras, un asno o borrico. Parece bastante claro que con esa “acción parabólica”, el evangelista Lucas nos quiere decir que Jesús entró en Jerusalén como el Rey de Paz que el profeta Zacarías había prometido:
“Salta de alegría, Sión,
lanza gritos de júbilo, Jerusalén,
porque se acerca tu rey,
justo y victorioso,
humilde y montado en un asno,
en un joven borriquillo.
Destruirá los carros de guerra de Efraín
y los caballos de Jerusalén”.
En aquellos tiempos, el caballo (o la mula, en los usos monárquicos de Israel) era un instrumento de guerra; entonces era y sigue siendo ahora un signo de poder, de prestigio, de dominio sobre los demás, mientras que el asno era –y sigue siendo– un instrumento del trabajo cotidiano, de familiaridad, sencillez y paz.
Confianza frente a prepotencia
A lo largo de toda esta semana santa, podremos ir confirmando la imagen de este Jesús que afronta a los violentos a pecho descubierto, con la sola fortaleza de su verdad y de su confianza en el Padre. Por eso, al final de la lectura de la Pasión que escuchamos hoy, se dice que la última palabra de Jesús fue: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y El centurión afirma: “Realmente, este hombre era justo”.
En la vida hay quien se mueve con prepotencia, con orgullo, confiado en su carro grande, sus vestidos brillantes, su mucho dinero… Y hay personas que, como Jesús, prefieren ser personas “justas”, es decir, honradas, honestas, sencillas, que confían en la verdad y en el amor de Dios, frente a todas las apariencias, falsos prestigios y poderes pasajeros.
Esto me hace pensar, por ejemplo, en la muerte de San Daniel Comboni. Al final de su vida, agotado por tantos trabajos, enfermedades y luchas, alguien lo acusó en Roma de una inmoralidad. Se sintió solo y abandonado, incomprendido, fracasado. En ese momento no le quedó otra cosa que su confianza en Dios, la confianza que había aprendido de sus padres y que él siguió cultivando durante toda su vida; ahora no le falló y le ayudó a ser fiel hasta el último suspiro, sin caer en la tentación del odio, de la revancha o de la amargura.
También en nuestra vida hay momentos en los que no nos sirven los “caballos”, ni las carreras académicas, ni el mucho trabajo, ni la riqueza… Hay momentos en los que sólo Dios es la fuente de nuestra confianza. Solo Él es el juez justo que sabe reconocer nuestra verdad. Y eso nos permite afrontar la violencia con la paz, la prepotencia con la sencillez, el abuso con el servicio, el odio con el amor, la desconfianza con la fe.
Buena Semana Santa para todos y todas
P. Antonio Villarino
Madrid