Esta tierra se llama Pau-Brasil, Irajá, Comboios, Caeiras, Olho d’Água, aldeas indígenas ubicadas en el estado de Espíritu Santo.
Viví nueve días con mucha intensidad, días importantes, hermosos, lleno de amistad y de compartir, nosotros como familia comboniana (sacerdotes, religiosas, laicos, escolásticos) y el pueblo indígena Tupinikim, las personas de esta tierra santa.
La sencillez, la humildad, el compartir, la acogida, son palabras que revivo celebrando esos días.
La disponibilidad, la ternura de las familias que encontramos, visitamos, convivimos, hizo brotar en mí la belleza de los valores auténticos y sinceros que valoran el encuentro con el Otro y el carácter sagrado de saber acoger.
El pueblo Tupinikim, como todos los pueblos indígenas, es un pueblo que luchó por el reconocimiento de la tierra que siempre fue suya y que perdieron con la colonización, además de perder el derecho a ser residentes.
Tierra indígena, tierra santa.
Una lucha que comenzó en el año 1979 hasta 1981 por un territorio cada vez más explotados, por otra colonización, la de una multinacional extranjera, apoyada de los lobbies del poder político y económico.
Muchos fueron los intentos de la policía con armas de fuego y amenazas hacia los Tupinikim para dejar sus tierras. Muchos los procesos, la búsqueda de cartas y documentos para demostrar que era tierra indígena y, finalmente, en 1993, la demarcación de las tierras y el reconocimiento que protege el territorio indígena, con sus comunidades y pueblos.
La lucha por la vida, la lucha por los derechos, el respeto de una cultura que se está perdiendo y que resiste a una homologación cada vez más dominante que nos quiere tratar a todos como objetos y consumidores.
Las amenazas acabaron y la ley ha confirmado una verdad que siempre ha existido, ahora es el momento de recuperar un territorio explotado por una fábrica (extranjera) que plantó eucaliptos en cada lugar por intereses del mercado, para la fabricación de celulosa.
El problema es que estos árboles crecen rápido y toman el agua de la tierra, empobreciendo el suelo y ocupando el espacio del bosque nativo.
Cuando el clima debido a la sequía no ayuda, todo se vuelve difícil y complicado para quien vive de la agricultura.
Recomenzar, cuidar de la tierra y sus frutos, a través de una tradición indígena siempre de respeto a la Pachamama, viviendo con lo esencial, es una hermosa lección de vida que los indígenas nos enseñan.
En esta tierra fuimos acogidos, nos sentimos como en casa y no hay cosa más hermosa para un peregrino extranjero que el ser aceptado y llevado de la mano.
Familia comboniana: padre Elías, padre Savio, la hermana Josefina, Emma, Wedipo, Cosmas, Fidel, Grimert.
Emma Chiolini (LMC italiana en Brasil)