A lo largo de este año, 2018, la comunidad LMC de Guatemala, hemos estado compartiendo días de misión en la aldea La Salvadora, en Santa Catarina Pinula, ubicada a 15 kms de la ciudad de Guatemala.
Un sábado de cada mes, visitamos la parte alta de la aldea, a la que llaman “La Salvadora II”.
El itinerario es siempre el mismo: llegamos a las 8 de la mañana, temprano para preparar con mucho cariño un panito con “algo” y algún refresco natural, y compartirlo con todas las personas de la aldea que llegan a participar. A las 9 de la mañana empieza la jornada de evangelización, manualidades, juegos, actividades, visiteo y nos retiramos alrededor de las 4 o 4:30 de la tarde.
El pasado 22 de septiembre hubo algo especial….algo que me hizo sentir viva, agradecida, gozosa…un detalle que avivó en mi la alegría de estar allí, el compartir a Dios por medio de gestos sencillos de amistad, fraternidad y generosidad. Esos regalos que ningún dinero podría pagar, fue un intercambio de Dios.
Resulta que cuando llegamos, los niños nos ayudaron a bajar las cosas del carro. Al disponernos, varias de nosotras a preparar los panes, (ese día el panito era con frijol colado); varios niños se ofrecieron espontáneamente a prepararlos, por primera vez en todo el año! Otros rápido preguntaron por el refresco, y se ofrecieron también a hacer la limonada. Fue hermoso verlos cooperar, gustosos, y al final felices y satisfechos. ¡Ese fue el regalo! Ver su sonrisa de satisfacción por haber ayudado a hacer los panes con frijol y la limonada.
La misión no consiste en hacer grandes hazañas, la misión se construye y se goza de detalle en detalle. De caricia en caricia. De gozo en gozo.
Así de grande, perdurable, perseverante y delicado es el amor de Dios, el amor que compartimos con aquel que es discriminado, marginado, aquel que carece de justas oportunidades de educación y de salud, aquel por quien vale la pena anunciar la buena noticia de Jesús muerto y resucitado.
No importa si a través de los años, esos niños olviden esos sábados…..cuando unos misioneros llegaban a visitarlos, quizá también olvidarán el día en que ellos mismos prepararon los panes con frijol y la limonada.
Confío que en sus corazones quedará impreso cada gesto de cariño y cercanía, y que con el tiempo esa memoria de amor se transformará en un verdadero encuentro con Jesús, para que sean adultos que lo amen profundamente y lo hagan vida. Solo así, el mundo podrá transformarse en un lugar mejor para todos.
San Daniel Comboni, ruega por nosotros
Lily Portillo