Comentario a Mc 13, 24-32 (XXXIII Domingo del T.O., 15 de noviembre del 2015)
Estamos prácticamente al final del año litúrgico. El próximo domingo es el de Cristo Rey, el último, y después sigue el Adviento, con el que comenzamos un nuevo año litúrgico y la preparación a Navidad.En este penúltimo domingo del año leemos seis versículo del capítulo 13 de Marcos, que está dedicado al discurso “escatológico” (sobre los últimos acontecimientos de Jerusalén y del mundo). Después siguen dos capítulos sobre la muerte y resurrección de Jesús que se leerán en otro tiempo.
Sobre este texto propongo tres reflexiones:
1.- Un mundo en crisis
Tratemos de situarnos en el contexto de Jerusalén que vive una crisis histórica con mucha confusión política, social y religiosa; una Jerusalén sobre la que pesan serias amenazas por parte del Imperio romano; unja Jerusalén donde abunda la corrupción y la división entre sus clases dirigentes, mientras muchos pobres se sienten indefensos y abandonados; una Jerusalén orgullosa que no quiere escuchar llamados a la conversión y que rechaza claramente a Jesús, que propone una regeneración a fondo.
Preguntémonos: ¿Se parece en algo aquella situación a la de nuestro tiempo?
2.- Un aviso: “esto se acaba”
Jesús avisa que, si no hay un cambio profundo, esta situación acabará dramáticamente. Y lo dice recordando las palabras de los profetas en otras situaciones similares. De hecho, ya la profecía de Daniel lo había dicho: “El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, los astros caerán, las potencias se desharán”. Son palabras similares a las que otros autores han usado para describir la caída del Imperio romano o el gran cambio que se produjo en América y en África con la llegada de la colonización. “El mundo se derrumba”, es el título de una famosa novela del escritor nigeriano Wole Soyinka.
Preguntémonos: ¿Tiene eso algo que ver con lo que estamos viviendo en nuestro tiempo?
3. Dos consejos: abran los ojos, reafirmen la esperanza.
Ante aquella situación Jesús da dos consejos que me parecen muy actuales. Ustedes juzgarán, si estoy en lo cierto. Yo resumiría estos dos consejos de la siguiente manera:
a) Tengan los ojos bien abiertos. No duerman, no cierren los ojos, no se escondan, analicen con cuidado lo que está pasando y sepan discernir lo que es fuente de vida de lo que es causa de muerte. Así como los brotes nuevos de la higuera nos dicen que el invierno ha pasado y la primavera está llegando, de la misma manera hay muchos “signos de los tiempos”, que nos están diciendo que algo viejo se está acabando y algo nuevo está naciendo: en la sociedad, en la Iglesia, en la vida cotidiana. No sirve añorar el pasado que no volverá, no vale esconder la cabeza, como hace la avestruz, esperando que pase el peligro o el trauma que todo cambio comporta. Al contrario, hay que mirarlo a los ojos y descubrir su mensaje.
b) Reafirmen su esperanza. Los momentos de cambio no son momentos de muerte o ruina, sino de renovación y de nuevas oportunidades. Ciertamente el cambio implica algún tipo de destrucción y de muerte, pero con vistas a una nueva vida; en esos momentos “Él está cerca” para llevarnos a una nueva etapa histórica, a una nueva oportunidad, a algo mejor, porque “el cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará”. No nos apeguemos a un pasado que debe pasar, sino miremos con confianza al futuro que el Señor de la Historia nos prepara.
Esta es el último mensaje de Jesús antes de afrontar Él mismo el momento más dramático de su vida personal: la muerte. Lo hace, con los ojos abiertos y confiando en el futuro de vida que el Padre prepara para él y para la humanidad, como recordamos y celebramos en cada Eucaristía. Viviendo en comunión con Él también nosotros sabremos afrontar los momentos críticos de nuestra existencia, incluido el más dramático de todos, que es nuestro paso definitivo al Padre.
P. Antonio Villarino
Roma