Comentario a Mc 10, 17-30, Domingo XXXVIII del T.O. (11 de octubre del 2015)
Seguimos leyendo a Marcos, que nos presenta a Jesús acercándose ya a Jerusalén, donde se va a producir un enfrentamiento a vida o muerte entre Él, con su propuesta del Reino de Dios, y el Sistema político-religioso-económico de su tiempo. Entonces, como ahora, mandaba en el mundo un conjunto de personas corruptas que se reían de la ética y, sobre todo, despreciaban a muchas personas sencillas, que eran sometidas a abusos de todo tipo en una cultura basada en la divinización del dinero y de las riquezas.
En ese contexto social, se produce -entre Jesús, un “tal” y los discípulos- un diálogo a tres bandas, del que comento brevemente algunos detalles:
– ¿Qué hacer para tener una vida plena? (o la “vida eterna”, como como dice el personaje que se arrodilla ante Jesús). Todos buscamos eso mismo, aunque a veces no lo expresemos con esas palabras tan explícitas. ¿Qué debo hacer para ser feliz, para “sentirme vivo” y con plenitud de sentido?
– Una actitud honesta. En tiempo de Jesús, como ahora mismo, entre tantos corruptos, había muchas personas buenas, que buscaban realizar su vida de una manera honesta, cumpliendo los mandamientos básicos del Antiguo Testamento, que coinciden, a grandes rasgos, con los mandamientos de todas las religiones y que yo reduciría a uno solo: “Sé honesto contigo mismo y con los demás”. Si vivimos honestamente, ya no es poco.
– El llamado a dar un paso más y a fiarse de Dios. Jesús respeta y admira a esta persona que ha sabido vivir honestamente, pero descubre en su mirada y en su actitud un deseo de algo más. Si viene a verle, es que ha entrevisto una “perla de gran valor” (el Reino de Dios). Pienso que eso mismo nos pasa a muchos de nosotros: Vivimos con honestidad, tratando de hacer el bien lo mejor que podemos. Pero somos conscientes de nuestros límites y, en el fondo, deseamos algo más; en ese caso Jesús nos dice: No te contentes con lo mínimo, atrévete a “vender” lo que tienes (puede ser tu excesiva confianza en el dinero, pero también puede ser tu orgullo, tu arrogancia, tu imagen ante los demás), fíate de Dios y “compra” la perla de gran valor, que es el amor de Dios, como fuente de tu vida.
– El desconcierto. El personaje en cuestión y los discípulos quedan desconcertados por la propuesta de Jesús: piensan que ya han hecho suficiente y que lo que Jesús pide no sólo es imposible, sino innecesario. Si me lo permiten, les cuento brevemente mi testimonio personal; recuerdo que, cuando de joven decidí marcharme de casa como misionero, la respuesta de mis padres fue: ¿Para qué necesitas hacer eso? ¿No te basta con ser una buena persona aquí? En efecto, uno puede ser una buena persona de muchas maneras. Pero no se trata de “hacer lo suficiente”, sino de amar sin medida, de “vivir plenamente”.
– El salto en el vacío. De hecho, todo lo anterior suena como a “demasiado”, exagerado, “imposible”… Y así es, hasta que Dios interviene y “lo hace todo posible”. Hizo posible que aquellos pescadores de Galilea dejaran sus redes y recorrieran el mundo predicando el Evangelio; hizo posible que Ignacio de Loyola dejara su carrera militar para hacerse “soldado” de Cristo; hizo posible que Daniel Comboni abandonara su pueblito del norte de Italia para adentrarse en el desierto africano…
– La plenitud de vida. El secreto que tantos discípulos de Jesús pueden contar es que, fiándose del Maestro y de Dios que “todo lo puede”, terminan por alcanzar una insospechada plenitud de vida, que no es solo religiosa, sino totalmente humana. Creo que muchos de nosotros hemos encontrado personas así en nuestro tiempo.
Al celebrar la Eucaristía, yo renuevo mi confianza en Aquel que me llama constantemente a fiarme de Él, sabiendo que nadie le puede vencer en generosidad.
P. Antonio Villarino
Roma