Un comentario a Lc 13, 1-9 ( tercer domingo de Cuaresma, 28 de febrero del 2015)
¡Hay que ver la pasión malsana (“morbo”, dicen algunos) que tenemos los seres humanos por los hechos negativos! Basta ver nuestros noticieros de TV para comprobar la insistencia en noticias sobre bombardeos, asesinatos, atropellos, corrupciones y una larga lista de hechos de violencia extrema y de inmoralidad manifiesta.
En tiempos de Jesús no había televisión, pero no faltaban los relatos de barbaridades muy parecidas a las de nuestros tiempos, tal como nos cuenta Lucas en el pasaje de su evangelio que leemos hoy. Y casi parece que a Jesús le cuentan los hechos de sangre con un cierto “regocijo”, como diciendo: ¡Mira que mala gente hay en el mundo! ¡Menos mal que de vez en cuando les cae un castigo gordo!
Pero Jesús no cae en la trampa de pensar que los malos son siempre los otros; que andan sueltos muchos criminales y corruptos, pero que nosotros no somos así, que nosotros no somos violentos ni corruptos. Jesús nos pone sobre aviso de no ser auto-complacientes, como aquel fariseo que en el templo veía todo lo malo de los otros y solo lo bueno suyo.
Jesús nos invita a mirar dentro de nosotros y descubrir en nosotros mismos los gérmenes de violencia, corrupción y maldad. Él nos llama a dejarnos “tocar” por la Palabra de Verdad, reconocer nuestro pecado y estar dispuestos a cambiar. En eso consiste precisamente la cuaresma: en hacer un alto en el camino, mirarnos con humildad en el espejo de nuestra verdad, limpiar lo que haya que limpiar y producir frutos de verdad, de bondad y de amor.
No podemos pensar que la violencia y la corrupción de la sociedad en la que estamos no nos afecta, es algo ajeno a nosotros. Nosotros somos parte de esta sociedad y, si se degrada, también nosotros nos degradamos con ella; si va a la guerra, también nosotros sufriremos las consecuencias; si se corrompe, también nosotros seremos corruptos. No podemos cambiar el mundo alrededor de nosotros, si no cambiamos nosotros mismos en nuestro corazón. Como alguien decía, “si no eres parte de la solución, eres parte del problema”.
A este propósito, Jesús cuenta la parábola de la higuera que llevaba tres años sin dar fruto. Esa higuera merecería ser arrancada por su inutilidad, pero el dueño decide darle un año más de cuidados para ver si da fruto. El mensaje es muy claro: tenemos un tiempo de gracia y misericordia, una oportunidad para cambiar nuestra vida y dar frutos abundantes de bondad y generosidad. No desaprovechemos este tiempo.
P. Antonio Villarino
Madrid