Laicos Misioneros Combonianos

La Palabra que nos hace hijos/as

Un comentario a Jn 1, 1-18 (Navidad, 25 de diciembre de 2016)

palabraLas lecturas a las que estamos más acostumbrados en Navidad son las que corresponden a los llamados “evangelios de la infancia” de Lucas y Mateo, con sus relatos tan coloridos y al mismo tiempo tan llenos de referencias bíblicas y resonancias teológicas. Pero hoy no me quiero detener en esos relatos que bien conocemos y a los que se refieren con admirable sencillez los villancicos que cantamos en estos días. Un poco contra corriente, me detengo en la lectura del evangelio de Juan, que leemos en la Misa del Día de Navidad. Se trata del famoso texto que habla de “la Palabra que planta su tienda entre nosotros”. Les ofrezco una breve reflexión al respecto.

Palabras que construyen y palabras que destruyen
Piensen un poco. ¿Cuál es la primera palabra que han escuchado esta mañana al levantarse? ¿Era una palabra “buena”? ¿Le ha causado alegría o tristeza, ánimo o desánimo, claridad u oscuridad? ¿Les ha levantado el ánimo o más bien ha sido como una piedra que les ha hundido un poco más de lo que ya estaban?
¿Se han dado cuenta? “Las palabras vuelan”, decía un antiguo proverbio latino. En efecto, las palabras parecen no valer nada, se asemejan a una pluma de ave que vuela sin tener peso propio… Y, sin embargo, las palabras pesan, tienen su fuerza para el bien y para el mal, pueden ayudarnos a seguir adelante o pueden resultar un peso que nos dificulta seguir el camino, llenando nuestro espíritu de dolor y pesantez. Sí, hay palabras buenas que nos construyen como personas y hay palabras malas que nos destruyen.

San Juan: La Palabra primigenia
San Juan no fue el único que reflexionó sobre la importancia de la Palabra. Muchos otros pensadores antiguos y modernos lo han hecho. Alguno ha dicho que la naturaleza toda ha crecido hasta producir al ser humano y el ser humano ha crecido o hasta producir la palabra. Pero San Juan aprovecha esta reflexión filosófica y bíblica para descubrirnos el sentido de Jesús como Palabra del Padre, encarnada en la historia. Al inicio de todo, dice Juan, está la Palabra de Dios, Palabra que ilumina las tinieblas, Palabra que consuela, Palabra que crea vida…

Esta gran Palabra originaria se manifiesta y se concreta en muchas pequeñas palabras: la palabra de la mamá que consuela al niño que llora, la palabra del papá que anima al muchachito a arriesgarse sobre la bicicleta, la palabra del maestro que enseña a leer y entender el universo, la palabra de las personas sabias, de los profetas y santos… palabras de tantas personas que nos ayudan a entender el mundo y a organizar nuestra propia vida y vivirla con provecho y lucidez.

Todas estas palabras son buenas y constructivas. Sin ellas no sabríamos vivir. Pero el gran milagro que celebramos hoy es que la Palabra Eterna del Padre, la Palabra que está en el origen de todo y que da sentido a todo, ha tomado carne en Jesús de Nazaret, se ha hecho uno de nosotros y camina con nosotros en la historia. Y en Jesús de Nazaret encontramos iluminación, consuelo, fortaleza, perdón, sentido…; en él recobramos el sentido de las cosas y de nuestra propia existencia en el mundo.

La Palabra Eterna, que da sentido al mundo, se ha hecho niño; no se impone, se ofrece; no es una carga sino una posibilidad de nueva vida; no es algo del pasado sino la posibilidad de un nuevo futuro. Dice San Juan que el que recibe esta Palabra se hace “hijo”. Y esta es la palabra verdadera: No somos una mota de polvo perdida en el mundo, somos “hijos” amados. Y la conciencia de ese amor hace de nosotros personas alegres, felices y creativas.

Por eso si alguien te dice que tú no tienes ningún valor, no le creas: es una palabra falsa. La palabra verdadera es la de Jesús que te dice que “tú vales mucho”, como hijo/a del Padre/Madre.

Si alguna vez sientes que andas en tinieblas, no tengas miedo; escucha la Palabra de Jesús – en los evangelios, en la Eucaristía, en la oración, en el ejemplo de las personas buenas… – y déjate iluminar.
Si alguno te dice que eres malo o inútil, no le hagas caso; la misericordia de Dios te da siempre una nueva oportunidad y hace de ti una persona siempre capaz de hacer el bien.

Cuando te sientes tentado de no amar, de dejarte llevar por la sospecha y el cansancio del amor, levanta los ojos y mira al que te ama infinitamente y atrévete tú también a amar incluso a quien no lo merezca.

No lo olvides, en Cristo se nos reveló la Palabra, es decir, el sentido de nuestras vidas y ese sentido no es otro que uno : “Eres hijo/a; eres amado”.
Feliz Navidad
P. Antonio Villarino
Bogotá

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