Yo (Maggie) estaba en una conferencia en Awassa el mes pasado con el personal médico de varias clínicas. Durante un descanso, me puse a conversar con un médico -dejad que lo llame el Dr. Samuel- que yo había conocido un par de veces antes en otra clínica de la ciudad. Después de múltiples ‘holas’ y saludos etíopes habituales, le pregunté acerca de su familia, y si tenía hijos, ya que de esto no habíamos hablado durante nuestras conversaciones anteriores. Él respondió que había tenido una hija y tenía otro niño en camino. Rápidamente le felicité, pero él dijo: “No, no me felicite, mi esposa me engañó, yo no quería otro hijo”.
Me sorprendió su reacción y luego dijo. “Yo no quiero que mis hijos crezcan sin padre”.
Este médico siempre me había parecido estar en buen estado de salud, así que le dije causalmente con una sonrisa “usted no es viejo, ¿qué le ocurre?”
En ese momento, una pequeña campana sonó, señalando el comienzo de la sesión de la conferencia. Así que nuestra conversación llegó a un final prematuro. Sin embargo, nos encontramos más tarde en el día y antes de que comenzara la conferencia se volvió hacia mí y empezó a hablarme de su hermana en los EE.UU. Así que le pregunté si alguna vez había tenido la oportunidad de ir a los EE.UU.
El Dr. Samuel respondió con la siguiente historia. “Sólo he dejado Etiopía una vez, en realidad hace 7 años para ir a Kenia. Yo había tenido tos durante unos meses y en la radiografía se vio un crecimiento y me prescribieron más pruebas. Ellos descubrieron un tumor, pero no hay ningún tratamiento disponible en Etiopía. Conversé con mi hermana en los EE.UU. y coordinó todo para llevarme y realizar el tratamiento incluyendo su compromiso de pagar por todo, el hospital y las facturas de viaje. Teníamos toda la documentación completa así que fui a la embajada de EE.UU. en Addis Abeba para solicitar un visado de viaje. Sin ninguna consideración hacia mí o una lectura minuciosa de mis papeles, la mujer en el mostrador, con la piel más oscura que la mía, de forma rápida colocó un sello de RECHAZADO en mis papeles. Yo estaba tan herido, no sólo por el rechazo, sino sobre todo a causa de la indiferencia que mostró. Con esta puerta cerrada, no tuve más remedio que tratar de llegar a Nairobi, Kenia, para el tratamiento”. El Dr. Samuel hizo una pausa y mientras me miró fijamente a los ojos, luego abruptamente interrumpió su relato para aventurarse por otro lado: “Sabe usted, debería tener su edad… ¿sabe que yo estuve en la cárcel por 12 años?” Guardé silencio y el Dr. Samuel continuó.
“Cuando el DERG (el régimen comunista que mantenía el control en Etiopía desde 1974 hasta 1991) tomó el poder en la década de 1970, muchos estudiantes universitarios fueron encarcelados debido a que fueron vistos como una amenaza para el manifiesto socialista. Me mantuvieron durante 6 años. Después de mi liberación volví a la escuela y terminé una maestría, pero unos meses más tarde estaba de nuevo encarcelado de nuevo por el régimen. Estuve otros 6 años más en prisión… Por cierto, ¿cuántos años tienes Maggie?”, me preguntó, pero antes de que pudiera atisbar una respuesta, dirigió sus ojos en una mirada en blanco de nuevo a la pared, y añadió:” Si tan sólo me pudieran devolver esos años”.
“Cuando llegué a Kenia, no pude encontrar ningún tratamiento para el tumor, así que terminé entrando en un campo de refugiados, pensando que podría ser capaz de llegar a los EE.UU. para el tratamiento, pero después de tres meses me deportaron de regreso a Etiopía”. Hizo otra pausa.
“Entonces, ¿qué pasa con su salud ahora?” Pregunté con cautela. “No lo sé”, respondió. “Creo que estoy bien. El tumor está todavía allí. “La campanilla sonó de nuevo y con ella, nuestra conversación llegó a su fin al reanudarse la sesión de la conferencia. No nos encontramos de nuevo después.
La semana pasada, me encontré con el Dr. Samuel y escuché su buena noticia. Su esposa dio a luz a una niña, su nueva hija, poco después de la conferencia. El Dr. Samuel sonrió cuando hablamos acerca de su bebé – una sonrisa que, al menos por el momento parecía calmar sus cicatrices de ayer y los temores para el futuro.
– Maggie, Mark y Emebet, Laicos Misioneros Combonianos, Awassa, Ethiopia