Un comentario a Mt 13, 44-52 (XVII Domingo ordinario, 26 de julio 2020)
Concluimos la lectura de las siete parábolas que Mateo reproduce en el capítulo 13, explicando cómo funciona el Reino de Dios. Hoy nos tocan tres muy breves parábolas: el tesoro, la perla y la red. Son casi como tres modernos “twits”, frases muy breves, pero contundentes y llenas de significado.
Yo me detengo brevemente las dos primeras, que son muy parecidas y tienen un mismo significado; hablan de “un tesoro escondido” y de “una perla de gran valor”, algo por lo que merece la pena venderlo todo. El Reino de Dios (su amor, su verdad, su justicia y misericordia) es más valioso que todo lo demás.
Estas parábolas me recuerdan el testimonio de San Pablo, que en la carta a los filipenses dice lo siguiente:
“Lo que entonces (antes de mi conversión) consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo…Es más, pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, y todas las tengo por basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3, 7-8).
En la historia de la Iglesia hay muchas personas que lo han dejado todo por seguir a Cristo; personas que han renunciado a riquezas, honores y hasta sabiduría humana, porque todo eso le parecía poco importante ante el hecho de ser discípulo de Jesús de Nazaret y de consagrarse a su Reino.
Pienso, por ejemplo, en Ignacio de Loyola que abandonó su carrera militar y sus deseos de gloria para dedicarse totalmente a la causa del Reino de Dios; o en Daniel Comboni, que renunció a una prometedora carrera eclesiástica en Europa, para dedicarse, cuerpo y alma, a la misión africana en nombre de Jesucristo; o la Madre Teresa de Calcuta, que dejó su colegio de niñas bien para irse, en nombre de Jesús, a atender a los moribundos de Calcuta…
Pienso en los misioneros y misioneras que abandonan su tierra y su familia para “comprar” la alegría de una vida dedicada al servicio del Evangelio y de los más pobres y abandonados.
A ninguno de ellos les costó dejar sus “riquezas” y comodidades, sino que les pareció un buen negocio. Han cambiado una riqueza efímera y unos honores humanos por la alegría de vivir como discípulos de Jesús y obreros de su Reino de amor y de paz, de justicia y de verdad.
Hoy es un día para preguntarme: ¿Me contento con alguna perlita de poco valor (mi autoestima, mi confort, mi comodidad, mis pecadillos) o busco la perla del Reino de Dios? ¿Sé dejar lo que sea para vivir como discípulo de Jesús? ¿Estoy haciendo un buen negocio con mi vida o me contento con valores menos importantes?
P. Antonio Villarino
Bogotá