Comentario a Jn 6, 51-58: Domingo XX del T.O.: 16 de agosto del 2015
Este domingo es el cuarto de los cinco en los que nos detenemos a meditar el capítulo sexto de Juan. A estas alturas ya hemos podido comprobar como Juan usa su “método envolvente” y circular, con el que nos conduce hacia el núcleo de la verdad que nos quiere comunicar. Esta verdad es a la vez muy sencilla y muy profunda: Vivir en comunión con Jesucristo es el camino de la vida plena en todos sus sentidos (la “vida eterna”).
No es Moisés, no es el pan del desierto, no es el dinero, no son las filosofías brillantes las que nos iluminan de una manera clara y segura. Es la comunión vital con Jesucristo la que nos alimenta, nos ayuda a caminar en medio de las dificultades y transforma nuestra vida en una especie de banquete, de fiesta, de vida gozosa, gracias a la Palabra luminosa y al Amor verdadero de Dios hecho carne en Jesús de Nazaret.
Esa verdad no la podían aceptar los fariseos, porque les escandalizaba la humanidad de Jesús de Nazaret, tan concreta, tan frágil, tan poca cosa, pero, al mismo tiempo, tan reveladora de la cercanía del Padre. Los discípulos, por el contrario, acogen esta verdad, hacen experiencia de ella y dan testimonio de lo que han vivido, como lo hace Juan. Juan pone en boca de Jesús siete frases que parecen similares, pero que avanzan como las olas del mar; se repiten, pero avanzan completando la riqueza del significado global. Les invito a releerlas con calma, tratando de identificar cada frase, su similitud y su diferencia.
A mi juicio, son siete maneras distintas de decir el mismo concepto: “comer” (que, como sabemos, quiere decir “creer en”, “entrar en comunión con”) la “carne” (humanidad) de Jesús es “tener vida”; es participar en el banquete sagrado que el Padre tiene preparado para que sus hijos gocen de la vida, como le pasó al hijo pródigo, para quien el Padre organiza una fiesta, a pesar de su gran error.
En todas las culturas, comer juntos, participar en un banquete, es la manera de celebrar la alegría de la vida, la alegría de pertenecer a una familia o a un determinado grupo social. De la misma manera, en la Biblia se habla muchas veces de Dios como el padre de familia que invita a todos sus hijos a un banquete.
A diferencia de Caín, Jesús es el nuevo Abel que reinstaura la comunión con la naturaleza, la humanidad y el Padre. Su palabra, su vida, su persona y la comunidad de discípulos son la expresión viva y garantía de esta nueva armonía y comunión. Su humanidad (su carne) entregada por amor (sangre derramada) es la mediación que Dios nos da para renovar esta comunión, que hace de la vida un banquete, una fiesta, una verdadera vida en plenitud.
El pan compartido es sacramento de esta comunión. Comer este pan (sacramento de la carne de Jesús) y beber el vino (sacramento de su sangre derramada) es aceptar plenamente el banquete del amor al que Dios nos invita, es entrar en sintonía con el Reino del Padre hecho persona en Jesucristo, es hacer de la vida una fiesta de fraternidad y servicio mutuo.
Pero ¡atención! Comer el pan-cuerpo de Jesús no puede ser un rito vacío de vida. Así sería un “maná” más que se pudre y no da vida. Comer el pan-cuerpo de Jesús no es un rito más, no es una formalidad más. Si es eso, pierde todo su sentido. Comer el pan-cuerpo de Jesús en verdad es identificarse con Él, pensar como Él, sentir como Él, actuar como Él, amar como Él, como decía San Pablo: “no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”.
P. Antonio Villarino
Roma