Laicos Misioneros Combonianos

El amor no muere nunca

Un comentario a Lc 20, 27-38 (XXXII Domingo ordinario, 6 de noviembre de 2016)

saduceos
Caminar en compañía es una experiencia agradable, que, además, se presta a una conversación distendida en la que se comparten pensamientos, emociones y confidencias. Quizá por eso Lucas emplea gran parte de su evangelio en describirnos el viaje de Jesús hacia Jerusalén y aprovecha ese viaje para transmitirnos reflexiones, parábolas, propuestas y polémicas del Maestro con los más variados personajes. El domingo de hoy nos presenta la polémica que tuvo con unos “saduceos” sobre el tema de la resurrección, un tema muy debatido entonces y ahora. Veamos si logro compartir con ustedes algunas reflexiones al respecto:

1.- La “trampa saducea” de la visión materialista de la vida
Podemos decir, para entendernos, que los “saduceos” eran algo equivalente a la burguesía acomodada de nuestro tiempo, gente apegada a las realidades de este mundo, a la riqueza y al poder. Ellos realmente creen sólo en las cosas tangibles y en lo que produce bienestar material. Por eso no tienen inconveniente en aliarse con los colonizadores romanos, con tal de sacar provecho de ello, sin demasiados escrúpulos. Y por eso se ríen de la fe, de la confianza en Dios y de la vida eterna. Para justificar esa actitud recurren a lo que se conoce hoy como “una trampa saducea”, es decir, recurren a una simplificación que falsifica las cosas, con la famosa pregunta sobre cuál de los siete maridos de una mujer será el verdadero marido en la otra vida.
Me parece que tampoco hoy faltan en nuestro entorno los saduceos, que piensan sólo en las cosas materiales y se ríen de cualquier visión de fe, que supere su pequeño mundo materialista y “corto-placista”, negando toda transcendencia, con razonamientos aparentemente inteligentes, pero que en realidad responden a una visión muy corta de las cosas.

2.- La respuesta de Jesús
Jesús responde a estos orgullosos materialistas con un doble razonamiento, que ustedes pueden leer directamente en Lucas y que yo presento a mi modo, con mis propias palabras:

a) Miren más allá de su nariz y no confundan la semilla con el fruto. La vida presente, viene a decir Jesús, es como la semilla, que contiene en sí todas las virtualidades del fruto, pero no se le parece en su realidad externa. De la misma manera, la vida que vivimos ahora es ya la misma “vida eterna”, pero sólo en germen. Lo que seremos más adelante será bien distinto, algo que no podemos imaginar. Sólo podemos afirmar que seremos “como ángeles”, “hijos de Dios” y, como tales, viviremos para siempre.

b) Dios es un Dios de vivos, no de muertos. Es decir, en Dios y para Dios nadie está muerto, ni Abrahán, ni Isaac, ni Jacob… ni Antonio, ni Pedro, ni Carmen, ni Juanita… En Dios todos viven para siempre (aunque no sepamos cómo).

c) El amor no muere nunca. A este respecto, recuerdo las expresiones de Jesús en el capítulo sexto de Juan: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y tiene vida eterna”.La vida eterna es la comunión con Jesús, que nos hace entrar en la comunión con el Padre. Sólo el amor es más fuerte que la muerte. Comer a Jesús (es decir, creer en él, estar en comunión con él), nos hace entrar en la comunión con el Padre. En ese amor-comunión la vida se transciende a sí misma, porque el que ama y es amado no muere nunca. En Jesús amamos y somos amados eternamente. Por eso Dios es un Dios de vivos. Dios vive eternamente y nosotros vivimos en él.
Ojalá la Eucaristía de hoy sea una celebración de esta comunión, que nos hace vivir eternamente.
P. Antonio Villarino
Quito

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