Hemos concluido el encuentro de formación inicial de los Laicos Misioneros Combonianos: Rezando es como nos entendemos.

El encuentro fue online y en él participaron nuestras queridas alumnas, Isabel y Nair.
Esta formación resultó ser muy rica y hermosa, al menos para mí (que creía saber ya algo sobre la oración). Espero que haya sido igual o más provechosa para nuestras alumnas, que tuvieron la amabilidad de acompañarme durante todo el fin de semana.
Dado que Dios es siempre quien toma la iniciativa y el hombre está, desde siempre, buscando a Dios, comenzamos reflexionando sobre la revelación de la oración a lo largo de la historia de la salvación, pasando por el Antiguo Testamento, el tiempo en que Jesús caminó con nosotros aquí en la tierra y el tiempo de la Iglesia.
Es notorio el enriquecimiento de la experiencia de oración del hombre hasta llegar a Jesús, que en sí mismo revela toda la dimensión de este don.

Después de hablar sobre las fuentes de la oración, el camino y las guías que nos conducen a ella, llegamos a la vida de oración propiamente dicha.
Buscando responder al desafío de San Pablo «orad sin cesar» (1 Ts 5,17), encontramos en la Iglesia propuestas puntuales y comunitarias concretas que nos permitirán alimentar ritmos de oración continua.
Reflexionamos sobre las diferencias y la importancia de la oración vocal, la meditación y la oración mental.
En este último grado de oración, tuvimos contacto con la maestra de oración, Santa Teresa de Ávila, y los grados de oración que ella propone haciendo una comparación con cuatro formas de regar un huerto.
En este análisis, se percibe claramente que Dios no es, en absoluto, un sujeto pasivo en esta relación. De hecho, los niveles más elevados de oración dependen únicamente de su voluntad y, además de requerir mucha humildad por parte del orante, le infunden aún más humildad al percibirse indigno de la grandeza de las gracias recibidas.
Una cosa que impacta cuando dedicamos un poco de tiempo a estos temas es la coherencia de los conceptos desde los tiempos del Antiguo Testamento, pasando por la época de Jesús aquí en la tierra, hasta las propuestas actuales de la Iglesia.

Una de las ideas que destaca es el hecho de que la oración puede verse como una verdadera lucha. Rezar requiere nuestro esfuerzo.
Nuestro ego y las trampas de quienes pretenden alejarnos de Dios son gigantescas y requieren mucha humildad y persistencia.
Así lo demuestra la vida de oración de San Daniel Comboni, meditada el domingo por la mañana.
En Comboni encontramos a un hombre de profunda oración, perfectamente consciente de la importancia primordial de esta dimensión en la Misión que Dios ha encomendado a su Iglesia.
De hecho, solo a través de la oración pudo dar sentido y amar las muchas cruces que surgieron a lo largo de su vida misionera.

Al final del encuentro, me di cuenta de que tengo que dar un giro a mi vida de oración.
Como LMC, tengo que rezar mucho más (y mejor) por las vocaciones y por los medios para llevar adelante la orden de Jesús que aún resuena en nuestros corazones de llamados: Id por todo el mundo y anunciad la Buena Nueva a toda criatura. (Mc 16,15)
Pedro Moreira, LMC