Al igual que el que se pone en camino y sale de la comodidad de su casa, también nosotros, mochila a la espalda y con el corazón repleto de certezas y dudas, nos pusimos en camino… Peregrinas, en una carretera que no tiene inicio ni fin, por caminos ya recorridos y otros que jamás serán recorridos. Avanzamos por terrenos descubiertos, por suelos llenos de historia, por calles cubiertas de amor, avanzamos con Él, y plenas de María.
En el alma la certeza de que somos eternos peregrinos, de que somos a ejemplo de Jesús, simples refugiados en busca de Dios, en busca de plenitud y libertad…
Partimos y nacemos como comunidad en el mes de María, en el mes del centenario de las apariciones de Fátima. Nos sentimos enviados por María. Nos inspiramos en ella, misionera del sí. Buscamos seguir sus pasos. Ser misionero es sentirnos como María, embarazadas de Jesús, es ser sagrarios vivos de Jesús, es llevar a Jesús.
Estamos lejos pero nos sentimos peregrinos del Amor y nos sentimos en camino con todos los que se reúnen en Fátima festejando la gracia y la misericordia de las apariciones de Nuestra Señora junto al Papa. Sentimos que hoy, y tantos otros días, María aparece en nuestro corazón revistiéndonos de Gracia, Amor y Misericordia. Todos estamos llamados a seguirla. Todos estamos llamados a ser misioneros, como ella.
No tengas miedo. Pues hallaste gracia delante de Dios – dijo el ángel a María. Dios creándonos a su imagen nos mira constantemente con una ternura inmensurable, encuentra en cada uno de nosotros un refugio donde habitar. Nos llama. Nos envía continuamente ángeles para decirnos que no tengamos miedo, que Dios ha hallado gracia en nosotros y nos llama a ser misioneros del amor. Y nosotros le respondemos tantas veces con un ¿Yo? Pero… ¿yo, Señor? Nosotros, mirando a un lado y a otro lado, pensando que se equivocó. Nosotros, que tantas veces quedamos atrapados por las heridas que tenemos dentro, en nuestras angustias y en los caminos ya recorridos, prisioneros de las heridas e imperfecciones que tenemos. Nosotros que tantas veces dudamos de la llamada de Dios. Impidiendo recibir la llamada. ¡Confiemos! Seamos como María, respondamos SÍ, llevémoslo dentro de nosotros, donde quiera que vayamos.
La misión nos necesita. La misión nos convoca. La misión es difícil, pero si vamos juntos, cogidos de la mano, nos unimos a Dios, convirtiéndonos en instrumento de Dios, permitiendo que Él nos ame y trabaje en nosotros.
Digamos como María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador“.
Comunidad “Lisanga”
Aitana, David, Neuza y Paula
Nueva comunidad de formación en Granada-España (entre LMC de Portugal y España)