Laicos Misioneros Combonianos

discípulos cuesta arriba

Un comentario a Lc 9, 51-62 (XIII Domingo ordinario, 26 de junio de 2016)

139El evangelio de Lucas llega a un punto culminante de su narración sobre la vida de Jesús. Este, después de predicar por aldeas, campos y ciudades de Galilea, decide dirigirse a Jerusalén, el centro de la religión judía, donde está el Templo controlado por sacerdotes, fariseos y saduceos. Jesús va allá para proponer un cambio radical, que supere la hipocresía, la manipulación religiosa y el lucro indebido, creyendo verdaderamente en Dios como Padre misericordioso, que mira con amor a los pobres y pecadores. Cuando decide ir allá, Jesús intuye que cumplir la misión que se le ha encomendado no será fácil; le exigirá decisión, perseverancia, capacidad de sufrimiento y confianza.

En ese camino, cuesta arriba, como quien entra en “territorio adverso”, Jesús encuentra personas que se le oponen y algunos que le quieren seguir. Jesús no les engaña con palabras bonitas pero falsas; les avisa que, para seguirle, cuesta arriba, hasta Jerusalén, hay que ir contra corriente. En esta página que leemos hoy encontramos cuatro tipos de falsos candidatos a discípulos. Veamos:

1.- Los fanáticos violentos. El evangelista los nombra. Son Santiago y Juan. Ellos representan a algunos miembros de las primeras comunidades que piensan que a los malos hay que eliminarlos, hacer “bajar fuego del cielo” contra ellos. Lucas dice simplemente que Jesús “se volvió hacia ellos y los reprendió”. En la comunidad de los verdaderos discípulos no cabe el fanatismo ni las posiciones violentas. Recuerden la parábola del trigo y la cizaña: no se puede arrancar la cizaña sin dañar el trigo, hay que esperar al tiempo de la cosecha para separarlos. Algunos quisieran un mundo perfecto, una Iglesia totalmente santa, una comunidad sin mancha… Eso es una ensoñación. Jesús invita a sembrar el bien, pero sin esa impaciencia que puede destruir el bien junto con el mal.

2.- Los acomodados. Hay algunos que quieren seguir a Jesús, que tienen buenos sentimientos, pero cuando hay que hacer algún sacrificio, se echan atrás. Como dice el proverbio, “el que algo quiere, algo le cuesta”. Seguir a Jesús implica a veces sacrificar algo de tiempo, renunciar a alguna comodidad, perder algo de dinero… Si prefieres seguir sentado en tu sofá, sin molestarte mucho, entonces no puedes ser discípulo.

3.- Los apegados a las tradiciones. En el evangelio se dice que uno quería seguirle, pero quería primero “enterrar a su padre”. Jesús le responde: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. Evidentemente Jesús no está contra la piedad para con el propio padre, al contrario, en otro lugar, critica a quienes descuidan a sus padres con la excusa de servir al templo. Lo que Jesús dice es que, para seguirle, hay que ser libre de ataduras indebidas. Alguno, por ejemplo, no va a Misa porque a esa hora tiene el partido del fútbol o quiere ir al gimnasio, o va de bares con sus amigos… Oye, “deja a los muertos que entierren a sus muertos”. Sé libre para seguir a Jesús.

4.- Los inconstantes y nostálgicos. Estos son los que, como la mujer de Lot, miran al pasado más que al presente y al futuro. “Empuñan el arado”, es decir, se animan a trabajar por el Reino, pero se cansan, echan de menos “las cebollas de Egipto”, como los judíos en el desierto. Jesús dice que estos “no sirven para el Reino de Dios”. Se requiere constancia, perseverancia, capacidad de mirar al futuro más que al pasado.

Hoy podemos preguntarnos si nosotros caemos en alguna de estas categorías o si estamos dispuestos a seguir a Jesús, sin condiciones, incluso cuando eso implica algún sacrificio, cuando nos exige liberarnos de alguna atadura indebida o cuando implica caminar cuesta arriba y contra corriente. ¿Quien se apunta? Si dice sí, ya somos dos. Vamos a ellos con confianza y generosidad.

P. Antonio Villarino
Quito

¿Quién es Jesús para mí?

Un comentario a Lc 9, 18-24 (XII Domingo ordinario, 19 de junio del 2016)

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Antes de iniciar su camino hacia Jerusalén (donde confrontará al Templo y sus autoridades), Jesús pregunta, primero, por la percepción que la gente tienen de él, y después, por lo que piensan los discípulos.
Esa pregunta sigue siendo válida hoy para la gente que nos rodea y para nosotros mismos. ¿Quién es Jesús para las personas con las que nos relacionamos? ¿Quién es Jesús para mí, en este momento concreto de mi vida? No vale dar la respuesta del catecismo, que aprendimos hace muchos años, ni la de algún teólogo famoso, ni siquiera vale usar las mismas palabras escritas por Lucas. Lo que tengo que hacer hoy es ponerme sinceramente delante de Jesús y decirle, en mis propias palabras, en el contexto de mi vida actual, quién es él para mí.

Los evangelios nos transmiten la experiencia de muchas personas que tuvieron un encuentro de primera mano con Jesús, lo reconocieron como Mesías, y han sido transformadas. Recordemos el caso de Pedro y Pablo, de la Magdalena y de Zaqueo, entre otros. Recordar estas experiencias nos puede ayudar, pero cada uno tiene que dar su propia respuesta.
Por si sirve a alguno, adelanto algunos elementos que quizá puedan ser útiles:

Jesús es el amor de Dios hecho carne, es decir, hecho palabra y gesto concretos. Jesús me revela a Dios cuando:
– contempla amable y sonriente los lirios del campo y los pájaros del aire, aceptando gozosamente la naturaleza como casa del ser humano;
– mira complacido y abraza cariñosamente a los niños, representantes por excelencia del ser humano sin aditamentos;
– mira en los ojos y reta al joven rico para que no se conforme con la mediocridad;
– perdona a la adúltera y al paralítico, dándoles la posibilidad de una nueva vida;
– comparte mesa con Zaqueo, quien, a pesar de su riqueza, se sentía despreciado e indigno;
vive con cercanía de corazón a María, Marta y Lázaro de Betania;
– prepara pan y pescado para los discípulos y para los caminantes que deambulan en busca de sentido y comprensión;
ofrece curación a los diez leprosos y a la mujer que sufría por años;
– se rebela frente a la falsificación del templo;
– anuncia la resurrección al hijo de la viuda;
– proclama la verdad ante el poder de Pilato y la ciencia de Nicodemo;
– ilumina a la confusa samaritana, que buscaba algo sin saber muy bien qué;
– da su amistad, a prueba de traiciones ,a Pedro, pescador fracasado y amigo infiel;
– se muestra como Hijo para el Padre, al que nos enseña a llamar “Abba”, que hace salir el sol sobre buenos y malos…

Te invito a pensar en tu propio perfil de Jesús.
Con lo que conoces ya de Jesús, ¿te animas a ser discípulo; a caminar por la vida siguiendo sus pasos? ¿No crees que El es el maestro que necesitas para organizar tu vida personal? ¿No te parece que El es la luz que nos falta para dar respuesta a un mundo roto, bastante confuso y desorientado? ¿No crees que Él es el Hijo del Padre que te hace Hijo y Hermano?

Una última anotación: Este Jesús no es un personaje de novela. Es un personaje real que se enfrenta a las duras realidades de la vida. A él se le conoce de verdad cuando se le contempla en la cruz, dispuesto a dar su vida con sus amigos”. A él sólo le conoce de verdad quien también está dispuesto a a dar la vida, a ser generoso. A Jesús no se le puede conocer desde la cobardía, la pereza, el egoísmo o el miedo. Hay que saber ser como él grano de trigo que muere para dar vida, pues “el que quiera conservar para sí la vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa , ese la encontrará”.

P. Antonio Villarino
Quito

La trampa del auto-desprecio

Un comentario a Lucas 7, 36-8,3 (XI Domingo ordinario, 12 de junio de 2016)

image02Lucas nos cuenta la historia de una mujer pecadora que se acerca a Jesús, cuando éste comía con un fariseo. De la conversación que sigue yo me quedo con dos frases de Jesús: “¿Quién amará más?” y “Tu fe te ha salvado”. Veamos:

1) ¿Quién amará más?
Jesús cuenta la historia de dos personas a quienes se le perdonan sus deudas, pero una debía mucho y otra poco. “¿Cuál de ellas amará más?”, pregunta. Y la respuesta es la lógica. “Aquel a quien se le ha perdonado más”.
En efecto, el perdón dice relación directa al amor. Una pareja africana me decía: “Vivir en común exige aprender a perdonar y ahí es donde se manifiesta el amor más grande”. Sólo a través del perdón descubrimos el verdadero amor.
Por eso los grandes pecadores suelen ser grandes amantes de Dios. Una vez que se saben perdonados, su amor se hace inmenso. Ciertamente, uno no puede desear pecar. Pero, si ha pecado, no debe asustarse demasiado, sólo reconocerlo y saber que el perdón puede ser un camino hacia un amor más grande, más concreto, más realista.

2) “Tu fe te ha salvado”
Aquella mujer tuvo fe en que su pecado no era lo último, tuvo fe en que era posible rehacer su vida, tuvo fe en que su pecado iba a ser perdonado… Quizá esto sea lo más difícil: aceptar el perdón. La tentación más grande de nuestra vida no es el orgullo, sino la desesperación, la humillación y la vergüenza de nuestro pecado. La tentación es pensar que no merecemos ser amados. La salvación, la fe, es creer que, a pesar de nuestro pecado, somos amados y capaces de amar.

El famoso escritor de espiritualidad Henri Nowen dice lo siguiente:
“Al cabo de muchos años, he podido constatar que la trampa más peligrosa en nuestra vida no es el éxito, la popularidad o el poder, sino el auto-desprecio… Me sorprendo constantemente al comprobar con qué facilidad caigo en esa tentación. En cuanto alguien me acusa o me critica, en cuanto soy rechazado, me sorprendo a mí mismo pensando: ‘Está claro. Eso prueba una vez más que soy un don nadie’”.
“En vez de enfrentarme con sentido crítico a las circunstancias, o intentar comprender mis propias limitaciones y las de los demás, tiendo a culpabilizarme, no de lo que he hecho, sino de lo que soy”. “La verdad más importante de cualquier camino espiritual es esta: saber que somos amados y emprender la marcha hasta recibir esa verdad plenamente dentro de nosotros mismos”.

La pecadora de Lucas tuvo fe, creyó que era amada, que era perdonada de verdad, y eso la convirtió en una persona capaz de amar sin límites. He ahí la gran inspiración para nuestra vida: Asumiendo nuestro pecado y nuestra debilidad, dejarnos perdonar y amar.
No dejemos que nuestro pecado se apodere de nuestra vida y nos paralice. Hay mucho que amar, hay mucho que hacer, hay mucha misión que nos espera. Entreguemos nuestro pecado al Señor, dejémonos amar y amemos, entregando nuestra vida con generosidad.

P. Antonio Villarino
Quito

Lévantate, no te dejes derrotar

Un comentario a Lc 7, 11-17 (X Domigo ordinario, 5 de junio del 2016)

viuda-de-naimLa liturgia nos presenta hoy un texto del capítulo séptimo de Lucas, en el que se nos narra la historia de como Jesús encuentra al hijo de una viuda que llevaban a enterrar. Se trata de una escena bastante común entonces y ahora. Como dirían en Costa Rica, ¡pura vida!
Quisiera compartir alguna reflexiones que me provoca la lectura de este texto:

1.- Jesús vive en medio de las personas, compartiendo la vida con sus gozos y con sus penas, con sus triunfos y fracasos, sus manifestaciones de vitalidad y su experiencia de la muerte. La espiritualidad “jesuánica” no es una espiritualidad, si me permiten la expresión, “espiritual”, en el sentido de “etérea”, abstracta, alejada de los problemas de la vida. La espiritualidad de Jesús está muy ligada a la vida concreta, que afronta el hambre y el exceso de comida, el amor de la familia y los conflictos que genera, la vida que nace y la vida que muere.
Para ser discípulo de Jesús, no tengo que alejarme de la realidad y de sus luchas; no tengo que aislarme en una especie de mundo “perfecto” e “ideal”, pero irreal, que solo existe en la imaginación. Tengo que asumir la realidad con todas sus consecuencias, positivas y negativas, aceptando, por ejemplo, las imperfecciones de mi familia o comunidad; reconociendo mis propios fallos o los límites de los demás; confrontando realísticamente las injusticias de la sociedad o el pecado de la Iglesia.

2.- Jesús se interesa y se involucra. Ante la realidad del sufrimiento y la muerte que amenazan la vida de aquella viuda de Naín, la reacción de Jesús es, en primer lugar, de acercarse (no mirar para otro lado ni desentenderse, como hicieron el sacerdote y el levita ante el herido en el camino de Jerusalén).
Un discípulo de Jesús se involucra, no permanece indiferente ante los problemas que ve en la sociedad, en la Iglesia o en las personas que le son vecinas. Ciertamente, Jesús no invade la esfera privada de la viuda, pero tampoco permanece indiferente: “¿Por qué lloras?”, pregunta. “¿Qué te pasa?”, podemos decir nosotros ante alguien que sufre.

3.- Jesús se com-padece. Jesús hace suyo el problema de la mujer. Como en el caso del Buen Samaritano, que encuentra a aquel herido en el camino, lo monta sobre su animal, lo lleva a adonde lo pueden ayudar y se hace cargo de su curación.
El discípulo de Jesús es una persona de corazón abierto, que ayuda cuando puede. Gracias a Dios, la Iglesia de Jesús ha transformado esta compasión en miles de estructuras de ayuda a los pobres, a los ancianos, a los enfermos, a los necesitados. La pregunta para mí puede ser: ¿Participo en alguna de estas iniciativas de ayuda a los necesitados o prefiero vivir tranquilo en mi propia comodidad?

4.- Jesús dice al muchacho: “Levántate”. Me impresiona mucho la de veces que Jesús usa en los evangelios esta expresión: “Levántate”, ponte en pie y camina; no dejes que la muerte se apodere de ti. Ciertamente, sabemos que, al final, todos tenemos que morir y ésa es una realidad que debemos asumir. Pero no se trata tanto de la muerte física cuanto de la “personal”. Aquella muerte que nos destruye como personas, que nos hace sentirnos derrotados y desconfiados, que nos lleva a perder la fe y la seguridad de ser hijos amados del Padre. ¡Cuántas personas circulan por la vida como si fueran muertos vivientes!: sin fe, sin esperanza, sin amor. Jesús les dice: “Levántate, no te dejes dominar por la muerte”.

El discípulo no es alguien que ha aprendido algunas verdades o conceptos. El discípulo es aquel que ha escuchado la palabra de Jesús que le dice: “Levántate”. Y con fe se levanta, deja atrás sus fracasos, sus enfermedades y sus pecados; se pone en pie y camina con confianza sabiendo que “Dios ha visitado a su pueblo”, que Dios camina con él en las duras y en las maduras, en los éxitos y en los fracasos, en los momentos de entusiasmo espiritual y en los de pecado.

En este domingo, me quiero levantar una vez más y ser para otros portavoz de la palabra de Jesús: “Levántate”, no te dejes derrotar.

P. Antonio Villarino
Quito

PAN PARA EL CAMINO

Un comentario a Lc 9,11-17 (Solemnidad del Cuerpo de Cristo, 29 de mayo de 2016).

P1010408Celebramos hoy en casi toda la Iglesia (en algunas partes ya se ha celebrado el pasado jueves) la Solemnidad conocida como del “Corpus Christi” o Cuerpo del Señor. Como lectura evangélica se nos ofrece la multiplicación de los panes y los peces según la cuenta Lucas.

Para entender bien este relato hay que tener en cuenta toda la historia del Pueblo de Israel. Si recordamos bien, el pueblo, en una gesta heroica y milagrosa, se liberó de la esclavitud, pero después tuvo que recorrer un largo camino por el desierto, padeciendo hambre y sed, con el riesgo de morir en la miseria y la derrota. En ese momento duro de su historia, el pueblo volvió a experimentar la cercanía de Dios cuando, en contra de todas las evidencias, encontró el alimento que le permitió, no sólo seguir viviendo, sino también seguir avanzando hacia la tierra prometida.

Más tarde, cuando ya habían consolidado una historia de libertad, los judíos comprendieron que para ser pueblo libre, justo y feliz, no les bastaba el pan ordinario. Necesitaban otro tipo de “pan”, otro alimento que les ayudase a caminar en justicia, verdad, respeto mutuo y sabiduría. Y Dios le dio a Moisés la Ley, la Palabra que alimentaba el camino espiritual del pueblo.

Desde entonces los hebreos alababan a Dios, no sólo por el alimento material, que les permitió sobrevivir en el desierto, sino también por el pan espiritual, que les permitió tener sabiduría para crecer en medio de las dificultades, dudas, tentaciones y falsas sabidurías.

Sobre este trasfondo se entiende el “signo” de hoy. Jesús es quien nos da el Pan de Dios, la sabiduría que nos permite caminar en comunidad, en medio del desierto y de la soledad de la vida. Cuando ” comemos” el cuerpo de Cristo, comemos su Palabra sabia, nos identificamos con su amor al Padre y a los hermanos. Con él ya no arriesgamos morir en el desierto de la dificultad o el pecado. Con él nos unimos a la comunidad para festejar la vida, sentados para participar del banquete del amor y de la fraternidad. Sin Jesús nos amenaza el ” hambre”, la falta de sabiduría, el desconcierto. Con Jesús estamos seguros de no desfallecer de hambre espiritual, de sabernos siempre amados por quién os ha creado y nos espera al final del camino.

Participar en la Eucaristía es alimentarse para seguir adelante en el camino de la vida.

P. Antonio Villarino
Quito