Comentario a Lc 21, 25-28.34-36 (I Domingo de Adviento, Año C, 29 de noviembre del 2015)
Estamos en el primer domingo de adviento de un nuevo ciclo litúrgico. Recuerdo que las lecturas bíblicas de los domingos, en la liturgia católica, se realizan en ciclos de tres años: A,B y C, mientras que las lecturas de cada día siguen otros dos ciclos paralelos: años pares e impares.
Aprovecho para decir que, a mi parecer, si uno sigue estos ciclos preparados por el organismo de la Iglesia católica para la liturgia, al final de tres años ha hecho un verdadero curso de Biblia y ha tenido la oportunidad de ir asimilando gradualmente lo más importante del texto sagrado.
Cada año, por otra parte, está organizado en tres grandes “tiempos”: Navidad (incluida la Preparación con el Adviento y algunas semanas posteriores), Pascua (incluida la preparación con la Cuaresma, algunas semanas posteriores y Pentecostés) y el Tiempo Ordinario (34 semanas).
Ahora estamos, como decía, en el primero de los cuatro domingos de Adviento, que nos preparan a la celebración de Navidad; este año, el “C”, leemos un texto del capítulo 21 del evangelio de Lucas. Se trata de una partecita de lo que se conoce como “discurso escatológico” (sobre los últimos acontecimientos de la historia), que Lucas pone inmediatamente antes de la Pasión.
Al leerlo, nos cuenta enseguida que no se trata de un texto “navideño” en el sentido que ordinariamente damos a este término, influidos como estamos por el folclore que se ha montado en torno a las fiestas de Navidad, como una cosa de niños, de dulces y de regalos. Todo eso puede ser entrañable y tener elementos positivos, pero el misterio de Navidad es algo mucho más serio e importante: Se trata del misterio de la presencia de Dios en la Historia de la humanidad, una historia en la que abunda la confusión, la corrupción, la injusticia, la mentira, una cierta ligereza y superficialidad.
Todo esto nos puede “embobar”, aturdir, y llevarnos a perder la conciencia de nuestra propia realidad e ignorar el paso de Dios por nuestra vida, de la mima manera que un padre borracho no acierta a ver las lágrimas de su hijo o los signos de un negocio que se desmorona. Como dice un proverbio latinoamericano, “camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”. Por eso Jesús nos advierte: Presten atención, no se dejen “emborrachar” por las cosas (el dinero, los placeres excesivos, el orgullo desmedido, la indisciplina). Esté vigilantes. Oren bastante y asuman una disciplina de vida que les prepare a acoger la vida en plenitud que Dios les quiere regalar en Navidad. Eviten así que “les lleve la corriente”, como al camarón dormido.
Ante tu cuerpo, presente en la Eucaristía, te pido, Señor, la Fuerza de tu Espíritu para que permanezca siempre vigilante, orante y abierto a tu presencia en este momento de mi vida, de mi familia, de mi comunidad y de mi pueblo.
P. Antonio Villarino
Roma