Laicos Misioneros Combonianos

¡Ánimo, humildes del mundo!” (El sermón del monte)

bienaventuranzas

Un comentario a Mt 5, 1-12 (Todos los Santos, 1 de noviembre de 2020)

Leemos, en este día de Todos los Santos, el texto conocido como “las bienaventuranzas” en el evangelio de Mateo. Se dice que el padre de la India moderna, Mohatma Ghandi, mostró una gran admiración por este texto de extraordinaria belleza, aunque los cristianos no siempre lo entendemos bien.  También se dice que este texto es como la carta magna del Evangelio, de ese modo de vida, que llamamos santidad. En este breve comentario tampoco yo no voy a entrar en esa dimensión de santidad, sino en su dimensión de “buena noticia” para los pobres:

  1. La gente a la que se dirige Jesús.

Ante de reproducir estas palabras que conocemos como “las bienaventuranzas”, Mateo nos describe el tipo de gente que seguía a Jesús por los pueblos y caminos de Galilea: “Le trajeron todos los que se sentían mal, aquejados de enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos…”.

A Jesús acudían multitudes de personas que se sentían pobres y abandonadas, llenas de problemas, necesitadas de sanación, consuelo y esperanza. ¿Piensan que eso sucedía solo en tiempos de Jesús? Yo sigo viendo a miles y miles de personas que acuden hoy a los santuarios o a muchos otros lugares en busca de sostén físico y espiritual. ¿Nos contamos también nosotros entre los miembros de esas multitudes necesitadas de sanación, ánimo y consuelo? Yo creo que sí. Cuando nos quitamos una cierta máscara de orgullo, en el fondo de nosotros mismos muchas veces nos sentimos pobres y desanimados.

  • Un mensaje de parte de Dios

“Al ver a la gente –sigue Mateo– Jesús subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Entonces comenzó a enseñarles”.

Como sabemos “subir al monte” significa “ponerse en contacto con Dios” y “sentarse” significa “ocupar la cátedra”, enseñar con autoridad, la autoridad que viene de una sabiduría adquirida en la relación con Dios (oración), una sabiduría que va más allá de la rutina y de los eslóganes al uso, una sabiduría que ve las cosas con más profundidad y verdad, una sabiduría nueva que ilumina en profundidad nuestra vida.

Participar en la Eucaristía dominical, leer y meditar la Palabra, escuchar al Espíritu que nos habla en nuestro propio corazón o  a través de alguna persona nos ayuda a ir más allá de una sabiduría “rastrera”, empequeñecida, de bajos vuelos. Con Jesús vemos las cosas mejor, con una mirada más amplia y más profunda.

  • El mensaje es: “ánimo, adelante, no se desanimen”

Como sabemos, el evangelio de Mateo escribió en griego, aunque refiriéndose frecuentemente a expresiones probablemente dichas en arameo o leídas en el hebreo de la Biblia. Ahora nosotros lo leemos en nuestra propia lengua, pero cuando se traduce de una lengua a  otra no siempre es fácil dar la idea exacta del original. En este caso, algunas biblias usan la expresión “bienaventurados”; otras prefieren la palabra “dichosos”; algunas escriben “felices”. A mí, personalmente, me gusta la que usa Richard, un biblista que trabajó en Centroamérica hace algunos años. Él traduce: “Arriba, adelante”.  Es decir, “ánimo, no tengan miedo, levántense, pónganse en pie, renueven su esperanza”.

De hecho, muchas veces Jesús se dirige a los enfermos o a los pecadores con expresiones similares: “levántate”, “ánimo, tu fe te ha salvado”, “nadie te ha condenado… vete y no peques más”. Y ese es el mensaje para los que alguna vez, a pesar de actuar honesta y sinceramente, se sienten disminuidos, humillados, perseguidos, cansados y con ganas de “arrojar la toalla”. Jesús les dice: ánimo, no se cansen, confíen en Dios, el bien va a triunfar sobre el mal, la verdad sobre la mentira, la humildad sobre el orgullo, la honestidad sobre la corrupción. No se desanimen, sigan confiando, que el Reino de Dios está en ustedes.

Si escuchamos este mensaje, nuestra vida adquiere unos tonos de confianza y esperanza, que nos hace dichosos, bienaventurados, afortunados. Seguir a Jesús es verdaderamente una gran fortuna. Que nadie nos robe esta alegría, que nadie apague en nosotros esta esperanza.

P. Antonio Villarino

Bogotá

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