Durante las tres semanas que pasé en la aldea de Kitelakapel, viví una experiencia que me enriqueció y cambió profundamente. Desde el primer día, fui acogida con calidez y alegría por los Laicos Misioneros Combonianos Linda, Pius y Maya y por los habitantes de la aldea. Cada día era una oportunidad para aprender, compartir y crecer junto a ellos.
Pasamos gran parte de nuestro tiempo visitando las escuelas locales y trabajando codo con codo con los niños y jóvenes del pueblo en el recinto. A pesar de la falta de recursos materiales, había una increíble riqueza humana: bastaba una mirada, una sonrisa, un abrazo o una carcajada para sentirse inmediatamente como en casa. La sencillez de sus vidas me enseñó a apreciar las pequeñas cosas y a redescubrir el valor de lo esencial.
Lo que más me impresionó fue ver cómo los niños y jóvenes disfrutaban con tan poco. Cada juego, cada momento juntos era precioso, porque lo que realmente importaba era estar ahí para los demás. Su alegría y gratitud eran un recordatorio constante de lo mucho que a menudo damos por sentado en nuestras vidas.
Si quieres llegar primero, corre solo; si quieres llegar lejos, camina juntos – este es un proverbio keniano que escuché y aprendí durante mi estancia, y ahora que he vuelto a mi rutina diaria, puedo decir que este proverbio tiene un valor universal. En nuestras vidas modernas, a menudo orientadas hacia el éxito individual, olvidamos la importancia de caminar juntos con los demás. Ya sea en la vida personal, en el trabajo o en la comunidad, caminar juntos no sólo conduce a un mayor sentido de pertenencia, sino que también nos enseña la humildad y la fuerza que se derivan de formar parte de algo más grande que nosotros mismos. En la aldea experimenté lo que significa ser comunidad: lo importante no es centrarse sólo en la velocidad de nuestro viaje, sino en la calidad y profundidad de nuestras relaciones a lo largo del camino. Es un recordatorio de que, para construir algo significativo y duradero, es esencial caminar juntos, paso a paso.
Doy gracias a Dios por haberme permitido vivir esta extraordinaria experiencia. Me llenó el corazón y el alma de emociones rejuvenecedoras, y me mostró lo mucho que puedes recibir incluso cuando crees que vas allí para dar. Dar lo que no se tiene», escribió Alessandro Manzoni allá por el siglo XIX, “el secreto de la felicidad es precisamente éste: dar va más allá del simple acto de dar algo material, es una invitación a ofrecer a los demás lo que a nosotros mismos nos puede parecer que nos falta, pero que puede generarse y compartirse a través de nuestro ser y nuestro espíritu”.
Siempre llevaré conmigo los rostros, las sonrisas y las historias de estas maravillosas personas, que me enseñaron el verdadero significado de compartir y del Amor por uno mismo, por los demás y por Dios.
Elisabetta