Mi elección se forja a través de un viaje personal que tiene sus pasos en las diversas experiencias de voluntariado realizadas en Tanzania y Etiopía y con el grupo de Laicos Misioneros Combonianos, del cual hago parte.
Este viaje en el tiempo me ha llevado a madurar la idea de hacer una elección misionera a largo plazo, por la que en diciembre de 2013 me fui a Brasil, específicamente a Minas Gerais, y permanecí allí hasta diciembre de 2016, ¡tres años! Tres años que literalmente cambiaron mi vida, porque la misión te cambia, si te permites cambiar,… lo que ves, lo que tocas, lo que sientes, lo que vives te transforma y te lleva a descubrir a un Dios que camina a través de tu pasos, un Dios que tiene los rostros de las personas y las historias que conoces, un Dios de extraordinaria belleza en la defensa de la Vida y por la Vida y un compromiso de servicio y de compartir que es tan concreto y tan fuerte que te enamoras de Él. ¡Yo me enamoré!
Viví tres años en un barrio pobre
y con problemas de violencia, en la periferia de un mundo existencial y
estructural, pero lleno de humanidad y fuerza. Además de las diversas
actividades pastorales relacionadas con la parroquia, llevadas a cabo por los
Padres Combonianos, entré a formar parte de la pastoral penitenciaria en la
diócesis de Belo Horizonte. Nunca había entrado en una prisión, mi primera vez
fue en Brasil, donde la realidad de las prisiones es una de las peores del
mundo, cargada de violencia y delincuencia, abuso y violación de los derechos
humanos. Nuestra tarea era acompañar a los prisioneros tanto desde el punto de
vista espiritual como humano y muchas veces de denuncia, encontrando
situaciones que no respetaban la dignidad de las personas. Casi toda la
población carcelaria brasileña proviene de situaciones de vida donde el tejido
familiar y social es frágil y vulnerable. Provienen de favelas (chabolas) o
barrios extremadamente difíciles. Los detenidos y sus familias que conocí
tenían heridas profundas de violencia, carencias y pobreza. Esta pastoral me ha
enseñado muchísimo y, en particular, que nadie es irrecuperable, solo el Amor cura,
solo aquellos que son acogidos y amados pueden renacer, porque nadie escapa del
Amor, ¡estoy convencida! La misión para mí fue, ante todo, colaborar, caminar
con otros y compartir problemas y esperanzas. No es hacer grandes cosas, es
sobre todo ¡Estar ahí, estar ahí con el corazón, con la cabeza y con las manos!
Corazón para amar, cabeza para comprender y entender sin prejuicios, manos para
poder acompañar y construir juntos.
Hoy mi elección misionera me lleva a partir por segunda vez, siempre por tres años y siempre a Brasil, en una nueva experiencia, en una nueva ciudad, Salvador de Bahía, donde iré a vivir en una comunidad que acoge a moradores de rúa (personas de la calle). El año pasado, con el centro misionero de Bolonia, fuimos a visitar esta comunidad y nació el proyecto para vivir y compartir con ellos, poniéndome al servicio de aquellos que se ocupan de la reintegración de la gente de la calle, quienes deciden recuperar su propia vida y empezar de nuevo. Estoy lista para partir nuevamente, para experimentar la alegría del encuentro y el descubrimiento, pero sobre todo la alegría de compartir y caminar juntos.
Emma Chiolini, LMC