Pienso muchas veces en el sentido de las vidas que se cruzan en mi camino. Pienso muchas veces en la condición en que nos conocemos y cuanto nos acerca la sencillez.
Podía enumerar una cantidad interminable de situaciones que ya he vivido aquí. Muchas de ellas superadas y otras que seguiré madurando para comprenderlas.
Son ya muchas las vidas que son mías, son ya muchas las sonrisas que me pertenecen y los abrazos que no niego y me devuelven las fuerzas. Con la sensibilidad de apenas estar, me entrego horas sin fin a conversaciones en el umbral de la puerta. La misión para mí no tiene tiempo.
Nuestra casa tiene las puertas abiertas, puertas que se abren para recibir las mayores alegrías de los que pasan y acoger los sufrimientos de aquellos que buscan en nosotros su refugio. Buscan de ti la única cosa que tienes para dar, tú mismo.
Cuando la noche cae es cuando más me gusta revisar mis días y aunque muchas veces me entrego a las lágrimas, éstas son de contemplación en las maravillas que Dios opera en mí y a través de mí, es imposible no ver, es imposible no dar gracias Dios por todo. Son muchas las veces en que reveo, veces y veces sin llevar la cuenta, los pequeños milagros y señales que me han llegado a través de estas personas que ahora son mías.
La misión es dura, mentira si os dijese que no. La misión es árida, aquí, donde el paisaje está cubierto por las chapas de lo que queda de las casas que con los fuertes vientos casi se derrumban.
En agosto, parte del trabajo de un año se deshace cuando la naturaleza sopla tan fuerte que es imposible de resistir. Sin temor, ellos se arremangan las mangas, sin desistir y, aunque sea escaso lo que tienen, nada es más fuerte que la voluntad de continuar.
No miento, la misión es dura. Muchas veces llega a ser cruel, llega a doler. Ver el sufrimiento en la mirada de estos mis hermanos y ver la incapacidad frente a tantos desafíos por los que pasan.
Son tantas las veces en que me limito a escuchar, a dar la mano, el hombro. Son tantas las veces que sonreímos juntos, en que compartimos ese amor de Dios tan concreto y libre al mismo tiempo. Son tantos los abrazos, las manos extendidas. Son tantos los momentos de silencio y entrega al otro, en la más sencillez de sentarte en el suelo y ser uno con ellos.
La misión es dura, sí. Fue en esta dureza que encontré el sentido más profundo de mi presencia en tierras peruanas. Fue en esta tierra árida que deposité mis sueños y mi esperanza. Es en este pequeño pedazo de mundo que oro día tras día por la integridad y los derechos de un ser semejante a mí, creado por Dios. Es un constante estar frágil y entregarte en la sencillez y humildad de aquel que nada tiene. Así desinteresadamente.
La misión es dura, pero esta es la misión que siempre soñé, este constante descubrir quién soy y lo que hago aquí. Es saber que no soy nada y ver a menudo como los milagros suceden así, naturalmente. En una confianza que nos hace carne de la misma carne.
Poco a poco todo va encontrando su lugar, poco a poco todo sucede simplemente, en los tiempos no humanos pero celestiales.
Con amor y gratitud
LMC, Neuza Francisco en Perú