(Un comentario a Lc 5, 1-11, Quinto Domingo Ordinario, 10 de febrero de 2019)
Después del Sermón programático de Jesús en Nazaret, Lucas nos cuenta, en su quinto capítulo, una historia llena de sentido que me atrevo a resumir en algunas breves consideraciones:
1) El escenario, el lago de Genesaret: Jesús, en este caso, no está en la sinagoga ni en ningún espacio religioso. Sabemos que Jesús también predicó en la sinagoga y aprovechó las lecturas bíblicas durante el culto oficial. Pero la mayor parte de la acción y la enseñanza transmitida en los evangelios trascurre en la calle, en los caminos, en los mercados, en los lugares de trabajo y de convivencia pública.
La religión, como cualquier realidad humana, necesita espacios y tiempos “sagrados”, reservados. Pero no queda reducida a ellos. Porque la verdadera religión tiene que ver con el sentido profundo de la vida misma: el trabajo y la amistad, la enfermedad y las inquietudes, los gozos y las angustias de la existencia humana. ¿Vivimos nuestra fe en diálogo con la cultura y los problemas de nuestro tiempo o preferimos vivir como en un gueto?
2) La muchedumbre que se agolpaba a su alrededor. Las multitudes buscaban a Jesús, hambrientas de verdad y salud, de misericordia y cercanía afectiva. Pienso que estas multitudes siguen existiendo hoy, hambrientas de verdad sobre la vida, de consuelo en momentos de enfermedad y angustia; de luz para saber cómo relacionarse con los demás, cómo vivir el matrimonio; cómo salir adelante en medio de las tensiones; cómo superar enfermedades, para cuya cura no tienen dinero…
3) Enseñaba desde la barca. Al ver a la multitud de desheredados, de gente confusa y ansiosa, de personas con hambre de ser iluminadas, Jesús se sienta a compartir lo que sabe. Y, en otra parte, se nos dice que “enseñaba con autoridad”.
En nuestros tiempos abundan los maestros en los medios de comunicación, en los lugares de trabajo… en todas partes. El problema es: ¿dicen la verdad? Hay mucha inconsciencia, ingenuidad, arrogancia y quizá hasta mala fe.
Podemos preguntarnos: ¿A quién escuchamos nosotros? ¿A quién tomamos como maestros? Podemos preguntarnos también si nosotros nos sentimos con autoridad para enseñar o si repetimos fórmulas aprendidas de memoria, pero no interiorizadas, por lo que no tienen ningún poder de convocatoria o de iluminación; fórmulas muertas que no han sido confrontadas con la vida desde la experiencia del poder de Dios.
4) Rema mar adentro. A un cierto momento Jesús invita a los discípulos a ir mar adentro. Sin duda, la expresión evangélica pretende decir algo más que la simple experiencia de un pescador. Si se nos cuenta aquí, tiene algún significado más profundo, relacionado con el seguimiento de Jesús y con la experiencia de la primera Iglesia.
Desde su enseñanza, Jesús invita a los discípulos a adentrarse en el profundo sentido de una vida vivida desde la confianza en Dios, una vida basada en el sermón de la montaña, hecha de confianza, sencillez, honestidad, misericordia, perdón, donación total de sí mismo…
El que haya pretendido vivir así sabe que le entran mucha dudas, que muchas veces tiene la sensación de ridículo y de fracaso; de que muchas veces uno piensa que no es así, que hay que ser “realistas” y vivir basados en el dinero, el poder, el placer, es decir, los instintos básicos. ¿Por qué aventurarse más allá?
Como Pedro, la Iglesia tiene experiencia de que no es fácil pescar (vivir plenamente) en el proceloso mar de la vida; muchos fracasan y vuelven a la tierra firme de los instintos básicos. Pero Pedro una vez más, motivado por la palabra de Jesús, se anima a hacer un nuevo intento. Esta aventura de remar mar adentro sólo es posible si la palabra de Jesús nos calienta el corazón una y otra vez.
5) Pescaron gran cantidad de peces. La palabra de Jesús no es vana. De hecho, se produce el milagro. En la historia de la Iglesia se ha producido una inmensa cantidad de milagros de amor: desde San Pablo hasta la Madre Teresa de Calcuta, desde Francisco de Asís hasta Francisco Javier, desde Teresa de Ávila hasta Edith Stein. En nuestra propia vidas e produce con frecuencia el milagro del bien hecho.
6) Soy un hombre pecador. El éxito apostólico, si es auténtico, lejos de producir arrogancia y orgullo tonto, produce una experiencia de indignidad, de ser pecador, de que uno lleva un tesoro en vasija de barro. A veces la gente se acerca a nosotros, como si fuéramos algo, como si nuestra oración valiera más… Y nosotros sabemos lo pecadores que somos. Muchas veces nos dan ganas de dejar la misión, porque hasta nos da una cierta sensación de hipocresía, de aparecer como si fuéramos nosotros, cuando es la palabra de Jesús. El apóstol lleva consigo su propia realidad de pecado. A veces quisiera que el Señor le liberara de ello, pero, como a San Pablo, se le dice: “te basta mi gracia”. Si eres discípulo misionero, no quieras ser especial, tú sigues siendo un pecador, como todos los demás.
7) No temas, serás pescador de hombres. La vocación se produce en el intersticio de esta doble conciencia: de la fuerza de la palabra de Jesús, por una parte, y de la conciencia de pecado, por otra. En esa realidad se produce el llamamiento: A pesar de ser pecador, no temas; yo te llamo para que remes mar adentro en el Reino y seas pescador de hombres. ¡Ánimo, no te detengas ni siquiera ante tu propio pecado! ¡Rema mar adentro! Hay mucho que vivir, mucho que hacer.
P. Antonio Villarino, Bogotá