Laicos Misioneros Combonianos

La ligereza del mal y la conversión

Un comentario Lc 13,1-9 (III Domingo de Cuaresma, 20 de marzo de 2022)

Lucas reproduce en el capítulo 13, que leemos en este tercer domingo de cuaresma, un hecho de crónica que hoy aparecería en las primeras páginas de los periódicos y en los noticieros de todos los medios de comunicación: Pilatos masacra a unos galileos “mezclando su sangre con la de los sacrificios que ofrecían” en el templo, añadiendo un matiz de sacrilegio a la noticia en sí ya bastante macabra.

Como primera reacción a esta lectura se me ocurre pensar que el mal ni es novedoso ni está superado por los avances de la humanidad. También hoy sigue habiendo demasiados hechos atroces, “salvajes”, incomprensibles, indignos de la humanidad: guerras sangrientas y absurdas, masacres sin cuento en todos los países y a manos de personas de distintas culturas y extracciones religiosas.

¿Cómo reaccionar ante esta realidad evidente, transversal y persistente a través del tiempo?

Esa es la cuestión que planteó Jesús a sus coetáneos y nos sigue planteando a nosotros. Entonces como ahora algunos siguen diciendo que estas tragedias son un castigo de Dios por la maldad, a veces escondida a nuestros ojos. Pero la mayoría de nosotros, ciudadanos de una cultura secularizada, nos contentamos con “escandalizarnos” teatralmente por estas tragedias y achacarlas a los gobiernos de turno, a alguien “poderoso”, pero siempre lejos de nuestra responsabilidad personal. A veces nos comportamos como si la cosa no fuera con nosotros, como quien “ve los toros desde la berrera”.

La respuesta de Jesús

Lo que Jesús dice es que estas tragedias son signos de los tiempos para que nosotros aprovechemos la ocasión de cambiar; son como luces que se encienden para que pensemos en cómo estamos gestionando nuestra vida y ver en qué deberíamos cambiar, antes de que sea tarde. No podemos dejarnos adormecer por la banalidad y ligereza del mal. A veces parece que vamos por mal camino, pero “no pasa nada” y seguimos en lo mismo, desoyendo las llamadas de atención que se nos hacen.

Los habitantes de Jerusalén no oyeron estas llamadas, persistieron con ligereza e inconsciencia en su camino, sin aprovechar las ocasiones de conversión… hasta que, décadas más tarde, Jerusalén fue destruida y mucha sangre fue derramada bajo las ruinas del Templo o de la muralla que rodeaba la ciudad.

Los acontecimientos históricos -positivos y negativos- son signos de los tiempos que nos llaman a una conversión, un cambio. No se trata de echar la culpa a nadie sino de ver qué cambios debemos producir para evitar que se repitan.

Ese es el don de la cuaresma: invitarnos a aprovechar esta ocasión de cambio, antes de que sea demasiado tarde.

P. Antonio Villarino

Bogotá

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