Comentario a Mt 18, 15-20, XIII Domingo, 06 de septiembre de 2020
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El evangelio de Mateo, que leemos hoy en la liturgia, nos da tres indicaciones muy valiosas para la vida en cualquier comunidad de discípulos de Jesús, incluida la familia. Veamos:
1.- “si tu hermano, te ofende, ve y repréndelo a solas. Si te escucha habrás ganado a tu hermano”. ¡Qué importante es esta enseñanza! Cuando uno vive en comunidad –y todos los hacemos de alguna manera- es imposible no ofender alguna vez o no recibir ofensas. Todos los seres humanos somos limitados y cometemos frecuentemente errores que nos dañan a nosotros mismos y hacen mal a otros. ¿Cómo reaccionamos ante esta realidad? ¿Con indiferencia? ¿Con orgullo herido e irritación? ¿Con impaciencia? ¿Con insultos o palabras humillantes? La propuesta de Jesús es que tomemos en serio al compañero o compañera que, a nuestro juicio, ha fallado. Y, tomándolo en serio, dialoguemos sinceramente con esa persona. Dialogar, no insultar, ni acusar altaneramente, no proceder a un desahogo que eche por la boca más amargura que verdad, más fastidio que interés por el otro, sino con humildad ayudar al hermano o hermana a corregirse. Así le habremos ayudado a salvarse, a madurar, a crecer humana y espiritualmente.
2.- “Si no te hace caso, toma contigo uno o dos”, es decir, acude a la comunidad, pide ayuda. En las familias o en las comunidades es frecuente que las ofensas se enquisten, que las personas, por miedo a perder su autoestima, se resistan a reconocer sus errores y a cambiar. Quizá es el momento de acudir a la comunidad más grande de pedir ayuda, antes de que las cosas se vuelvan peores. ¡Cuántas familias –o miembros de grupos apostólicos- se dañan por no pedir ayuda a tiempo, por no acudir a la comunidad. Cuando hay algún problema serio, es muy importante pedir ayuda.
3.- “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo”. Dios se manifiesta en la soledad de cada uno, en la interioridad, pero también en la comunión; allí donde hay comunión, allí está Dios. Pero se trata de “comunión”, no de una simple reunión. No siempre cuando las personas se reúnen abren espacio a la presencia de Dios. Se trata de reunirse “en su nombre”, es decir, reconocer humildemente su amor, su grandeza, su palabra y obedecerla. Y en esa obediencia Dios se manifiesta como comunión, que supera las ofensas y los límites, haciendo nuestra relación más fuerte, realista y enriquecedora.
Corregirse humildemente, pedir ayuda y acoger la presencia divina es una manera segura de que nuestra experiencia de amor y comunión crezca y supere todas las dificultades.
P. Antonio Villarino
Bogotá