Evangelizadores con Espíritu (II)
“La misión es una pasión por Jesús pero al mismo tiempo una pasión por su pueblo”.
Jesús “nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia” (268). Jesús es nuestro modelo en esto, Él está cerca de todos con una mirada amorosa y disponible. Unos ejemplos: con el ciego del camino (Mc 10,46-52); comiendo con pecadores (Mc 2,16); con la prostituta (Lc 7,36-50), con Nicodemo (Jn 3, 1-15) etc. “y su entrega en la cruz no es más que la culminación de ese estilo que marcó toda su existencia”. A imitación de Él compartimos la vida con todos, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. No como una obligación sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad. (269)
El evangelizador siempre intercede por los demás. Dice San Pablo: “En mis oraciones siempre pido con alegría por todos ustedes… porque los llevo dentro de mi corazón” (Flp 1,4.7) (281); y el evangelizador siempre agradece por los demás: “Ante todo doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo por todos ustedes”. (282)
“Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo. Estas indicaciones de la Palabra de Dios son tan claras, directas y contundentes que no necesitan interpretaciones que les quiten fuerza interpelante”. (271)
“Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios”.
”Uno no vive mejor si se escapa de los demás, si se esconde, si se niega a compartir, si se resiste a dar, si se encierra en la comodidad. Esto no es más que un lento suicidio”. (272)
El evangelizador confía en el poder de Jesús resucitado que con su Espíritu es el protagonista principal de la evangelización.
No quedemos encerrados en la comodidad, la flojera, la tristeza insatisfecha, el vacío egoísta, pensando que nada va a cambiar, más bien recordemos que Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte, vive y está lleno de poder. (275)
Es verdad que muchas veces parece que Dios no existiera, vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto. (276)
En la misión evangelizadora no faltan las dificultades, la experiencia del fracaso, las pequeñeces humanas, el cansancio (277). En medio de todo esto no olvidemos que “ la fe es también creerle a Él, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad” (268)
Nos anima una certeza que se llama “sentido del misterio”. “Quien se ofrece y se entrega a Dios por amor, seguramente será fecundo” (cf. Jn 15,5). Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni donde, ni cuándo. Tiene la seguridad que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia… la misión no es un negocio, ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuanta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo que escapa a toda medida”. (279)
Recordemos aquí las palabras de Comboni que esto lo tenía bien claro: “En una palabra, (el misionero) debe pensar frecuentemente que trabaja en una Obra de altísimo mérito, sí, pero sumamente ardua y laboriosa; y esto para ser él como una simple piedra escondida bajo tierra, que quizá nunca saldrá a la luz, y que pasa a formar parte de los cimientos de un nuevo y colosal edificio que sólo los que vengan detrás verán despuntar del suelo, elevarse poco a poco”. (E 2890)
Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo porqué “Él viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rm 8,26). Esto es difícil pero “No hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiere”. (280)
Oración
Para finalizar nuestro tema de formación os invitamos a hacer una pequeña oración.
Que la Virgen nos ayude en este camino misionero.
¿Qué sabor te deja en el corazón esta exhortación del Papa?...
Sal a la calle, sigue compartiendo,...
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