Laicos Misioneros Combonianos

La acogida de los nuevos paradigmas y desafíos de la misión

Paradigma-missioneRetomando la visión del Concilio Vaticano II, el Papa Francisco ha elegido el paradigma de la “Iglesia en salida” en el programa misionero de nuestro tiempo. Esta recuperación es importante en el contexto del mundo de hoy, que está en fuerte discontinuidad con el pasado. “No vivimos en una época de cambio sino en un cambio de época”: con estas palabras el Papa nos recordaba que los viejos patrones con los cuales interpretamos el mundo y la misión ya no son eficaces para enfrentar los desafíos de hoy. La nueva realidad global requiere de una “misión global”, considerada en toda su complejidad y con suposiciones, estilo e instrumentos renovados respetan la tradición del pasado (EG, 33).

El esquema clásico que veía las iglesias del Norte enviar misioneros al hemisferio Sur está superado por los cambios en décadas, con la globalización y movilidad humana que han alcanzado niveles nunca antes vistos. También las circunscripciones combonianas reflejan este cambio en la composición del personal, enviando misioneros a otras provincias, en el hecho de la animación misionera que es un empeño presente en todas partes y ya no es un campo de servicio exclusivo de las provincias del norte del mundo.

El criterio geográfico de la misión ya no es el principal punto de referencia. Permanece la idea de frontera pero ésta ahora califica las periferias humanas y existenciales. Es un gran desafío para los institutos misioneros, cuya mayoría de miembros ha unido probablemente al Instituto mediante la identificación de la misión con un área geográfico particular. Hay un vínculo emocional con la geografía y la historia; la noción de “misión global” genera cierta incomodidad, temor a verse “bloqueados” en el hemisferio norte o en su provincia de origen por la idea de que “la misión está en todas partes”, o también “en Europa”. De hecho, esta preocupación comprensible y justificada –refleja aún el patrón geográfico, que es aquel que se decía superado. ¿Cómo pensar, entonces, en una alternativa, más sensible a la realidad de hoy?

El Papa Francisco nos invita a partir desde las fronteras, las “periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG. 20). Estos no son simplemente un dato geográfico, sino el resultado de un sistema financiero que genera la exclusión, la cultura de usar y tirar que produce el empobrecimiento y la violencia. Llevar la luz del Evangelio a estos suburbios implica la primera inserción, es decir:

  • una presencia arraigada en el territorio;
  • un compromiso en la vida cotidiana de las personas;
  • una solidaridad con sus sufrimientos y necesidades;
  • un acompañamiento a esta humanidad a lo largo de todos sus procesos, por cuánto tiempo y dificultades presenten.

Ahí radica la clave de este enfoque ministerial: este acompañamiento no es genérico, no es una Pastoral ordinaria llevada a las periferias. En el Capítulo General de 2015 ha surgido que estamos presentes en algunos barrios muy significativos por nuestro carisma, como entre los afrodescendientes y los pueblos indígenas en América Latina, o entre los nómadas y habitantes de suburbios de África. Pero a menudo no hay una atención pastoral específica que tenga en cuenta las peculiaridades del contexto, situaciones, cultura local, la singularidad de las personas. Una pastoral que, en la complejidad del mundo actual, requiere la articulación de diferentes ministerios y la evangelización como comunidad. Comunidades apostólicas que no sólo trabajan en conjunto identificando y compartiendo sus dones, sino que atestiguan el Reino viviendo la fraternidad y comunión en la diversidad.

Todos estos elementos no son “nuevos”; tomados en sí mismos ya pueden estar presentes en las diferentes experiencias del Instituto y ya se han expresado en varios Capítulos. Pero estamos llamados a asumirlos en una nueva perspectiva o paradigma, un punto de vista acerca de la misión que reorganice todos los aspectos fundamentales. La imagen de la “Iglesia en salida” es un icono que indica una idea de misión y metodología pastoral (tomar la iniciativa, comprometerse, acompañar, fructificar, celebrar, EG 24). Es paradigmática, porque también requiere que otras dimensiones fundamentales, como la formación y la organización del Instituto a diversos niveles, sean coherentes y dirigidas hacia esta misión.

En este punto, ¿cómo podemos acoger en práctica este paradigma y qué retos debemos afrontar? El capítulo nos sugiere que partamos de la misión, a partir de la identificación de las prioridades continentales, compartidas por otras circunscripciones y vividas en una mayor colaboración, a nivel interprovincial o continental. En el contexto de estas prioridades, estamos llamados a desarrollar pastorales específicas como la recualificación de nuestra presencia y servicio misionero. Manteniendo este punto central, tenemos un punto de referencia para repensar la formación y reorganización del Instituto.

  1. Desarrollar las pastorales específicas

Desarrollar una pastoral específica es una tarea eclesial, no puede realizarse en solitario. Exige diálogo, participación, colaboración, diversidad de conocimientos y experiencias. Sobre todo, necesitamos un método que mejorará todas las contribuciones, aceptar experiencias y perspectivas diferentes y crear comunión en la diversidad. Una atención pastoral específica se da cuando, a pesar de la variedad de opiniones, perspectivas teológicas, sensibilidad y ministerios, todos pueden reconocerse sin tener que anular la propia identidad. Es un punto de fundamental importancia, especialmente en una Instituto que está creciendo en el internacionalidad y que comienza a experimentar el desafío de la interculturalidad.

Todo esto es posible a partir del compartir la base de las experiencias más transformadoras en relación a la pastoral específica tomada en consideración, con un enfoque de “indagación apreciativa” (Appreciative Inquiry). La reflexión común sobre estas experiencias regeneradoras hace surgir nuevas intuiciones  y comprensiones de lo que hace un ministerio fructífero en ese contexto.

Para entender mejor por qué de la efectividad y para profundizar las dinámicas, estas experiencias se confrontan entonces con un análisis socio-cultural de los contextos de la pastoral específica, para captar en el panorama general, las dinámicas y las tendencias.

Asimismo, una reflexión teológica y ministerial específica sobre esa realidad nos ayuda a enfocar mejor nuestros ministerios y a identificar los instrumentos operativos más adecuados.

El siguiente paso es el discernimiento participado de ciertos principios que puedan guiarnos en ese particular contexto de pastoral específico. Precisamente porque estas directrices no dan soluciones prefabricadas, pero dejan espacio para adaptarse a situaciones específicas y para la creatividad. Sobre esta base se podrá construir un camino de comunión para experimentar, descubrir, aprender, compartir, intercambiar experiencias y personal, documentando hallazgos y resultados, y así sucesivamente en posteriores ciclos de acción-reflexión (Action Learning).

  1. La reorganización

Para desarrollar con éxito y apoyar pastorales específicas es necesario llegar gradualmente a una reorganización de nuestra presencia y manera de operar. Hasta ahora nuestra presencia misionera se ha basado principalmente en criterios geográficos: los hermanos se asignan a una provincia y luego, dependiendo de las necesidades, se asignan a una comunidad. Esta estructura refleja la suposición de que – más allá de algunos servicios especiales – generalmente el trabajo misionero consista en fundar o llevar a la maduración las comunidades cristianas o parroquias. Pero esta no es la única forma posible de pensar la organización del trabajo misionero.

Por ejemplo, los jesuitas desde hace varias décadas han empezado a pensar en su servicio misionero en respuesta a las necesidades humanas de refugiados (JRS), personas afectadas por el SIDA (AJAN) y las situaciones de injusticia (centros de fe-Justicia.-. Faith-justice). El personal viene adecuadamente capacitado y asignado a estos servicios.

En los últimos años, también el Instituto Comboniano emprendió una reflexión sobre el enfoque ministerial, mirando en particular a ciertos grupos de personas que sufren exclusión y ministerios en áreas prioritarias (CA ’03 n. 43 y 50; CA ’09 n. 62-63; CA ’15 n. 45). Obviamente la característica geográfica es inevitable, ya que incluso estos grupos humanos son colocados en sitios espaciales, la inserción en la iglesia local exige también una presencia parroquial, pero el criterio guía es el ministerio específico hacia estos pueblos que requiere:

  1. Equipos pastorales. Se componen de varios ministros, con competencias específicas y una gran variedad de habilidades personales, que colaboran como un equipo. Dada la complejidad del mundo actual, es apropiado reunir habilidades de diferente género, como por ejemplo aquellas de ciencias humanas y sociales.La diversidad de habilidades ayuda en la colaboración; la diversidad de nacionalidades y culturas dentro del equipo, vivida en la fraternidad, son un signo profético en un mundo cada vez más dividido y en conflicto. Esta comunión/solidaridad es lo que distingue a un equipo de pastoral, que no sólo es un equipo de trabajo compacto y eficaz, sino una fraternidad de discípulos y misioneros.Evidentemente, las comunidades de tamaño mediano tendrán mayor probabilidad de ser significativas, pudiendo reunir habilidades complementarias y transversales (como el de GPIC), cubrirán  mejor las ausencias por razones de vacaciones o salud, desarrollarán una reflexión más rica y compartirán recursos y conocimientos con otras comunidades comprometidas con el mismo cuidado pastoral específico. Esto requiere una reducción en el número de comunidades, pero facilita la red, desde el nivel local hasta el interprovincial.
  2. Creación de redes. El equipo pastoral no funciona aisladamente, sino que ante todo se inserta y colabora con la iglesia local. Va aún más lejos mediante la cooperación con diversos componentes de la sociedad civil para la transformación social inspirada en los valores del Reino. También hay otros niveles de colaboración que la experiencia nos señala como críticos: por ejemplo el establecimiento de una red con otras comunidades y equipos ministeriales, tanto a nivel regional como a escala internacional. Sin este apoyo y estímulo continuo a la apertura y crecimiento, al intercambio y compartir de recursos, un equipo local pronto se quedará sin oxígeno. Especialmente en materia de investigación, experimentación, aprendizaje continuo y la reflexión sobre las buenas prácticas y la innovación. El mundo continúa moviéndose, mientras que el equipo está en peligro de detenerse y fosilizarse, o de reaccionar a las situaciones en lugar de responder creativamente.
  3. Estructuras de apoyo. Los diversos equipos comprometidos con una pastoral específica a nivel local necesitan estructuras de conexión y de apoyo. Este sería también el mejor contexto para ofrecer cursos de formación permanente, investigación y experiencias para acompañar mejor a las personas en su camino de inclusión y transformación. La colaboración con instituciones académicas y de investigación, por ejemplo, pueden ser un recurso útil, así como secretariados específicos y procesos de investigación y de acción participativa.También tenemos que repensar las estructuras en las que vivimos o que administramos en nuestro ministerio. Estas, en efecto, pueden poner cierta distancia entre el pueblo y los misioneros, o incluso simplemente absorben tanto para la administración que nos hacen perder el contacto directo con la gente o la disponibilidad de caminar junto a ellos. Debe señalarse también que el Fondo Común Total es una oportunidad que nos puede ayudar a hacer una programación participativa y responsabilizada en el contexto de una atención pastoral específica a nivel provincial. La dimensión económica, de hecho, se refiere a las opciones hechas del estilo de vida, medios, cooperación y programación de un sector pastoral, con las cuales interactúan proyectos comunitarios. Por último, la reducción de compromisos y la recualificación de las presencias, y servicios misioneros requeridos por el último Capítulo General se convertirá en una realidad si tenemos las herramientas y el método para alcanzarlos a través de caminos de comunión, incluyentes y participativos. En este modo se juega la efectividad de un liderazgo que no es sólo administrativo, sino que nos lleve hacia una nueva primavera.

3. Objetivo de la formación

Formación de base, incluso, debería revisarse para desarrollar habilidades ministeriales, especialmente en relación con el currículo de los escolásticos. Los programas teológicos, que típicamente ofrecen una preparación académica teológica, no necesariamente preparan para las actitudes y habilidades útiles para el enfoque ministerial, ni nos brindan apoyo, metodologías y herramientas prácticas que beneficiarían a una pastoral específica. Ni que decir tiene que un currículo será más útil cuanto más se aproxime a las opciones ministeriales específicas del Instituto. Se podría pensar, por tanto, en la posibilidad de caracterizar la formación en los escolasticados con las directrices coherentes con las prioridades ministeriales del continente donde se encuentran. Aunque si posteriormente un hermano fuera a trabajar en otros contextos, las habilidades ministeriales recibidas, serán en parte transferibles y le servirán de base para aprender otros nuevos.

En conclusión, la recepción del nuevo paradigma de misión no significa desechar el pasado para introducir cosas totalmente nuevas. Más bien, es enfocar e integrar los diferentes aspectos de la vida y del servicio misionero (pastorales específicas, personas, reorganización, economía) alrededor de la visión de misión indicada por Capítulo y a los procesos participativos de mejoramiento de nuestras presencias y servicio misionero.
Hno. Alberto Parise mccj

Preguntas

  1. Para desarrollar la pastoral específica se requiere una lectura minuciosa de la realidad. ¿Es práctica común (en las comunidades, circunscripciones, regiones y continentes) una interpretación de la realidad (por ejemplo, a través de la adopción del círculo hermenéutico) para identificar necesidades pastorales y adoptar modalidades de presencia e intervención que den respuesta a estas necesidades?
  2. ¿Qué pasos se han dado en la circunscripción para replantearse los objetivos, la estructura, el estilo y los métodos de evangelización según una perspectiva ministerial?
  3. Determinados ministerios (relacionados con, por ejemplo, los afro-descendientes y los pueblos indígenas en América Latina, los pueblos nómadas (pastoralistas) en África y los habitantes de suburbios, refugiados etc.) requieren, además de los equipos pastorales, un trabajo en redes y estructuras de apoyo que tienen perspectivas pastorales continentales. ¿Hasta qué punto nuestra planificación pastoral consigue superar los límites geográficos de la circunscripción y adoptar un enfoque continental? ¿Qué estructuras continentales deben fortalecerse para fomentar un criterio continental para las necesidades pastorales comunes?

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