Laicos Misioneros Combonianos

Mensaje de solidaridad a la familia comboniana en la emergencia del coronavirus

Comboni
Comboni

Roma, 15 marzo 2020

Día del nacimiento de San Daniel Comboni

“…siento una opresión en el corazón y me veo obligado a volar al cielo con mis ideas, y reflexionar que hay un apoyo más sublime, seguro e infalible que el mío, es decir, que estás mejor colocado bajo el cuidado de Dios, que bajo el mío.” (E 219)

S. Daniel Comboni a su padre por su madre enferma

Queridos hermanos y hermanas,

Os saludamos con afecto en este momento de emergencia que, en nombre de nuestro Señor Jesús y junto a nuestro Padre San Daniel Comboni, nos une más como Familia Comboniana.

Vivimos en una situación sin precedentes, causada por la pandemia del coronavirus, que ya está presente en más de 100 países de los cinco continentes. Uno de los países más afectados es Italia, que está luchando con todos los medios posibles para detener el contagio. Los más vulnerables a los efectos de este virus son los ancianos o los que padecen enfermedades crónicas, categoría a la que pertenecen varios de nuestros hermanos y hermanas.

Esta inesperada situación nos ha dejado perplejos y ha trastornado todos nuestros planes. Nos vimos obligados a tomar medidas preventivas muy estrictas siguiendo las indicaciones de las autoridades competentes.  Este año vivimos la Cuaresma de una manera muy especial, pero el Señor nos acompaña en esta realidad desconocida para la que ninguno de nosotros estaba preparado. Sin embargo, en la debilidad, en la confusión, en el miedo, Cristo se manifiesta en la Cruz, sufre y muere por toda la humanidad: “por sus heridas habéis sido sanados” (1 P 2, 24). Pero más allá de la Cruz creemos que con su Resurrección se abren las puertas de la Vida en su plenitud: “para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10:10). Además, dentro de esta limitación impuesta, estamos llamados a vivir nuestra misión: en primer lugar, compartiendo la vida de nuestros pueblos, en solidaridad con la realidad que viven como un signo de esperanza. En segundo lugar, aunque no podamos celebrar celebraciones litúrgicas y rezar con la gente en ciertas partes del mundo, podemos intensificar nuestra vida de oración personal y comunitaria buscando a Dios que nos habla desde las profundidades.

Este virus ha roto las barreras y fronteras entre pueblos y naciones. Toda la humanidad se siente unida en la misma lucha para detenerlo. Sin embargo, es momento de descubrir nuestra vulnerabilidad. Más allá de nuestras culturas y nacionalidades, todos somos hermanos y hermanas de una única familia humana, peregrinos con un destino común. Por eso sentimos que, como familia comboniana, hoy más que nunca, estamos llamados a vivir más unidos, rezando unos por otros, con una mirada atenta a lo que sucede en todo el mundo porque es parte de nuestro carisma. Ante la impotencia de no poder ayudar a los más necesitados en este momento, recordamos las palabras de San Daniel Comboni: “La omnipotencia de la oración es nuestra fuerza” (E 1969). Que esta crisis nos ayude a reconocer lo que es esencial en nuestras vidas y a ponernos en las manos de Dios.

 Sigamos de cerca la evolución de la situación. Imploramos al Señor de la Vida que proteja a todos sus hijos e hijas en este tiempo de incertidumbre. Agradezcamos al Señor el coraje de todos los que cuidan de los enfermos y especialmente de los que viven en nuestras casas de retiro. También rezamos por todos aquellos que son más vulnerables a los efectos de este virus: los ancianos, los que viven solos, los migrantes, los sin techo y los presos. Que el Señor nos dé toda la fuerza para vivir este momento con responsabilidad, solidaridad y fe.

Novena Comboniana

Oh, Padre,

para mostrar su infinita caridad

en el trabajo de aquellos que dieron sus vidas

para las hermanas y hermanos que sufren,

te pedimos por la intercesión de nuestros Venerables…

Giuseppe Ambrosoli y Giuseppa Scandola,

librar al mundo del flagelo del virus

que azota a pueblos y continentes

sembrando la muerte, el sufrimiento, el miedo, la incertidumbre.

Oh, padre,

muéstranos tu rostro de misericordia…

y sálvanos en tu inmenso amor por toda la humanidad.

Pedimos esto por la intercesión de María,

Madre de la salud,

Tú que vives y reinas con tu Hijo Jesús y el Espíritu Santo

por siempre y para siempre. Amén.

Gloria.

Consejo General de las HMC

Consejo General de los MCCJ

Consejo Central de las MSC

Comité Central LMC

Sed del Dios vivo

Samaritana
Samaritana

Comentario a Jn 4, 5-42 (III Domingo de Cuaresma, 15 de marzo de 2020)

El tercer domingo de cuaresma nos ofrece como lectura evangélica el famoso relato de la Samaritana. Es un relato muy profundo y lleno de simbolismos. A modo de ejemplo, les hago unas breves anotaciones:

1.- Jesús busca un nuevo comienzo. Jesús abandona Judea, debido a la oposición que encuentra, y regresa a Galilea, en busca de un nuevo comienzo, en una región marginada. Jesús, como nos puede suceder a nosotros, ante una dificultad seria, siente la necesidad de volver a empezar “desde cero”. Los fracasos, las decepciones, los obstáculos pueden ser grandes ocasiones de avance en nuestras vidas, si sabemos aprovechar la ocasión, para re-iniciar el camino.

2.- Jesús llega a Samaría, tierra marginada e impura. La Samaritana es una mujer-símbolo; representa a toda esta tierra, que se encontró con Jesús, desde su situación de marginación e impureza. La samaritana nos representa también a nosotros, hombres y mujeres, que arrastramos nuestra propia historia, con el orgullo de lo alcanzado, pero también con los estigmas de los errores cometidos, de las heridas sufridas, de los hábitos que nos esclavizan y que no logramos dominar. La samaritana representa también la insatisfacción del corazón humano, cuando no ha encontrado a Dios.

3.- Encuentro junto al pozo de Jacob.  Jesús y la Samaritana se encuentran junto a un pozo muy significativo, herencia del patriarca Jacob, con muchos significados:

a) El agua como fuente de vida. Dice Isaías: “Sacaréis agua con júbilo de las fuentes de la salvación” (Is 12, 3). La imagen del agua, a la que acuden con tanta frecuencia los profetas, tiene probablemente mucho que ver, no sólo con la natural experiencia de todo ser humano, sino de manera muy concreta con la experiencia del pueblo en el desierto cuando, sediento y desesperado, se rebela contra Dios. Pero éste, por medio de Moisés, saca de la roca agua abundante y cristalina, agua que facilita la vida.

b) El agua como símbolo de sabiduría: Del agua como fuente de vida física, los israelíes pasan pronto a hacer la experiencia de la Palabra de Dios como el “agua” que facilita la vida humana en sus dimensiones más profundas. El libro del Eclesiástico afirma que la Ley del Señor “rebosa sabiduría como el Pisón, como el Tigris en la estación de los frutos; está llena de inteligencia como el Éufrates, como el Jordán en el tiempo de la siega; va repleta de disciplina como el Nilo, como el Guijón en los días de la vendimia” (Eclo 24, 23-25).

c) Jesús pide agua y ofrece el “don de Dios”. Desde la experiencia de la sed física y de la importancia del agua para la vida, Jesús invita a la samaritana a conectar con otra sed más profunda, que seguramente ella también siente, como todos nosotros; una sed de sentido, de amor definitivo, de trascendencia; una sed, que sólo puede saciarse en Dios mismo, fuente de donde brota toda vida, tal como expresan repetidamente los salmistas:

“Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el alba te deseo;

estoy sediento de ti, por ti desfallezco,

como tierra reseca, agostada, sin agua…

Tu amor vale más que la vida” (Sal 63)

“Como jadea la cierva,

tras las corrientes de agua,

así jadea mi alma,

en pos de ti, mi Dios

Tiene mi alma sed de Dios,

Del Dios vivo”.

(sal 41)

Para encontrar a Dios es imprescindible tener sed, experimentar la insatisfacción de las aguas comunes que tomamos, de las filosofías, pensamientos, oportunidades, amores, que se nos ofrecen en la vida. A la sed profunda responde Jesús con el don de su Palabra iluminadora, que conduce hacia el conocimiento del Padre; el don de su Espíritu que purifica, alienta y fortalece; el don de una presencia que es amor perdonador, renovador, misericordioso, sin condiciones.

¿Tienes sed de sentido, de amor verdadero, de transcendencia? Dialoga desde tu corazón con Jesús y encontrarás el agua del Espíritu que satisface tu sed.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El XVIII Capítulo General y la ministerialidad

Hno. Alberto Parise
Hno. Alberto Parise

Domingo, 8 de marzo 2020
En la visión del Evangelii gaudium (EG), la misión de la Iglesia y todos los ministerios dentro de ella están dirigidos a construir el Reino de Dios, esforzándose por crear espacios en nuestro mundo donde todas las personas, especialmente los empobrecidos y excluidos, puedan experimentar la salvación de Jesús Resucitado. Los ministerios, por lo tanto, adquieren una importancia crucial como lugar de encuentro entre la humanidad, la Palabra y el Espíritu en la historia. (Hno. Alberto Parise, en la foto)

EL XVIII CAPÍTULO GENERAL
Y LA MINISTERIALIDAD

Hno. Alberto Parise

Hay momentos en la historia que marcan pasajes de época o transiciones de un sistema sociocultural a otro, lo cual no tiene precedentes, marcando una importante discontinuidad. El tiempo en que vivió Comboni fue ciertamente uno de estos momentos históricos. Era la época de la revolución industrial, resultado del gran salto que la ciencia y la tecnología estaban dando, también a nivel económico y político. La Iglesia se encontró a la defensiva, ante el llamado “modernismo” que percibía como una amenaza. Era una Iglesia asediada, política y culturalmente; y en su resistencia, corría el riesgo de la autorreferenciación. Y sin embargo, en ese tiempo tan difícil, conoció un gran renacimiento: entre las contradicciones y los males sociales que surgieron con el nuevo sistema económico capitalista industrial, surgió un impulso hacia el apostolado social, a través del servicio de los laicos y de un gran número de nuevos institutos religiosos. El movimiento colonial, que respondía a la lógica e ideología político-económica de los estados nacionales en competencia, por otra parte, iba acompañado de un gran interés cultural por la exploración, lo exótico, el espíritu de aventura. Pero también surgió un nuevo movimiento misionero hacia tierras y pueblos distantes. La Iglesia entró así en una nueva era, con una fuerte renovación espiritual – como lo atestigua la espiritualidad del Sagrado Corazón, que caracterizó a esa época – y surgió un nuevo modelo misionero.

El XVIII Capítulo General se celebró en un momento de inflexión similar para la Iglesia. El discernimiento del Capítulo estuvo en sintonía con la lectura de este momento de inflexión que el Papa Francisco había hecho en la Evangelii gaudium (EG): una lectura teológica de la nueva era que abre, en la práctica pastoral, a un nuevo impulso misionero. Nuevo, en el sentido de superar el paradigma al que estamos acostumbrados: una misión basada en el modelo geográfico, en la que los protagonistas son misioneros de “cuerpo especial”, verdaderos pioneros, cuyo papel es fundar Iglesias locales. La realidad de la globalización y la devastadora crisis socioambiental de nuestro tiempo -consecuencia del modelo de desarrollo imperante, que es insostenible y nos ha acercado al punto de no retorno- exigen un enfoque renovado de la evangelización. Además, mirando sólo a nuestra realidad comboniana, nos damos cuenta de que el modelo del pasado ya está obsoleto en la práctica. Por ejemplo, el patrón de las provincias (del norte) que envían y las provincias (del sur) que reciben misioneros ya no corresponde a lo que realmente está sucediendo. Como la idea de que en los países del Sur hay “evangelización” y en los del Norte hay “animación misionera”. Se puede ver la urgencia de la animación misionera, por ejemplo, en África y – como el Capítulo indicó entonces – de la animación misionera en Europa.

La Evangelii gaudium indica entonces un nuevo paradigma de misión. Ya no es simplemente geográfico, sino existencial. La Iglesia está llamada a superar su autorreferencialidad y a salir a todas las periferias humanas, donde se sufre la exclusión y se experimentan todas las contradicciones debidas a la desigualdad económica, la injusticia social y el empobrecimiento. Todo esto ya no es un aspecto disfuncional del sistema económico, sino un requisito sobre el cual este mismo sistema prospera y se perpetúa. La misión se convierte en el paradigma de toda acción pastoral y la Iglesia local es el sujeto. Entonces, ¿cuál es el papel de los institutos misioneros? Es animar a las Iglesias locales para que vivan su mandato de ser misioneros, Iglesias que salen a las periferias existenciales. Son caminos de comunión, dentro de realidades marcadas por la diversidad y el pluralismo, construyendo juntos una perspectiva común que valora las diferencias y las “supera”, sin anularlas, construyendo la unidad a un nivel superior. Son caminos caracterizados por la cercanía a los últimos, por el servicio, por la capacidad de proclamar el Evangelio en la esencialidad del kerigma con la palabra y con la vida. Francisco relanzó la visión de la Iglesia del Concilio Vaticano II como “el sacramento, es decir, el signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”. En el nuevo mundo configurado por la revolución digital y la globalización de los mercados del capitalismo financiero, la Iglesia está llamada a convocar a un “pueblo” que vaya más allá de los límites de la pertenencia y camine hacia el Reino de Dios. Entonces el testimonio cristiano del Resucitado será generativo y la Iglesia también crecerá: por atracción, no por proselitismo.

Como lo fue para Comboni en la época de la revolución industrial, para nosotros hoy la era de la revolución digital es una gran oportunidad misionera. Como es un nuevo paradigma, el desafío es pensar, estructurar y entrenarnos en consecuencia. El primer paso es reconocer la gracia del carisma de Comboni, muy actual y adaptado al nuevo paradigma de la misión. En primer lugar, la idea central de la “regeneración de África con África”, una imagen sintética que cuenta una historia muy compleja y articulada: está la idea de la generación de un “pueblo”, capaz de construir una sociedad alternativa, en sintonía con la acción del Espíritu. La proclamación del Evangelio ayuda a completar las “semillas del verbo” ya presentes en las culturas y la espiritualidad del pueblo. Comboni también subrayó la importancia de que esta obra fuera “católica”, es decir, universal: lejos de la autorreferencialidad, se consideraba parte integrante de un movimiento misionero mucho más amplio y mucho más articulado, con una variedad de dones y carismas. Entendió su papel como el de un animador que se “manifestó especialmente en sus incansables esfuerzos para concienciar a los pastores de la Iglesia sobre sus responsabilidades misioneras, a fin de que no pasase en vano la hora de África” (RV 9). En la visión del EG, la misión de la Iglesia y todos los ministerios dentro de ella están dirigidos a construir el Reino de Dios, esforzándose por crear espacios en nuestro mundo donde todas las personas, especialmente los empobrecidos y excluidos, puedan experimentar la salvación de Jesús Resucitado.

Los ministerios, por lo tanto, adquieren una importancia crucial como lugar de encuentro entre la humanidad, la Palabra y el Espíritu en la historia. Un encuentro regenerativo, como Comboni había entendido bien. Por esta razón, en su Plan había pensado en toda una serie de pequeñas universidades teológicas y científicas a lo largo de las costas del continente africano, para preparar ministros en diversos campos que luego irradiarían tierra adentro, para hacer crecer comunidades con espíritu evangélico, capaces de transformación social, como lo atestigua el modelo de Malbes y Gezira.

En el espíritu del Capítulo, la recualificación en líneas ministeriales de nuestro servicio misionero requiere, como había intuido Comboni, una nueva “arquitectura” de la misión que sostenga y promueva:

  • una recualificación ministerial de nuestro compromiso, desarrollando una pastoral específica de forma participativa y comunitaria, según las prioridades continentales. En el Capítulo, de hecho, se puso de manifiesto que si, por un lado, estamos presentes en estas “fronteras” de la misión, por otro, a menudo carecemos de enfoques contextuales de los grupos humanos a los que acompañamos;
  • el ministerio de colaboración, a lo largo de los caminos de la comunión. Todavía estamos sujetos a prácticas y formas de trabajo demasiado individualistas y fragmentadas;
  • el replanteamiento de nuestras estructuras, en busca de una mayor simplicidad, compartir y capacidad de acogida y de estar más cerca de la gente, más humanos y más felices;
  • la reorganización de las circunscripciones. El discurso sobre las agrupaciones no tienen una justificación en la escasez de personal, sino que sobre todo tienen un valor en relación con el paso de un modelo geográfico a uno ministerial, que necesita conexión, trabajo en red, intercambio de recursos y caminos;
  • la reorganización de la formación, con el fin de desarrollar las habilidades necesarias en las diversas áreas pastorales específicas.

En resumen, como atestiguan los Documentos Capitulares, “Crece la conciencia de un nuevo paradigma de la misión que nos impulsa a reflexionar y a reorganizar las actividades sobre líneas ministeriales” (AC 2015, n. 12). Recogiendo la invitación de Francisco (EG 33), el Capítulo indicó el camino de la conversión pastoral, abandonando el criterio del “siempre se ha hecho así” y lanzando caminos de acción-reflexión para repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos de evangelización (AC 2015, n. 44.2-3).
(Hno. Alberto Parise)

Visita oficial del P. Tesfaye Tadesse y del P. Pietro Ciuciulla a Uganda

LMC Uganda
LMC Uganda

Del 6 de enero al 7 de febrero, la provincia comboniana de Uganda recibió la visita oficial del Superior general, P. Tesfaye Tadesse, y del Asistente general, P. Pietro Ciuciulla. Durante la visita, el P. Tesfaye y el P. Pietro también se reunieron con los Laicos Misioneros Combonianos de Uganda (en la foto).

El Superior Provincial, el Padre Achilles Kiwanuka Kasozi, en comunicación con las diversas comunidades de la Provincia, hizo posible que el Padre Tesfaye y el Padre Pedro visitaran todas las comunidades y se reunieran con todos los cohermanos. Así, casi en todas las comunidades pudieron tener reuniones personales con cada uno de los cohermanos y reuniones con todos los miembros de la comunidad juntos, pudiendo compartir una retroalimentación de sus observaciones sobre la situación de las comunidades.
El Padre General, en sus mensajes a los cohermanos, subrayó la necesidad de reconciliación para una vida comunitaria adecuada y, por la misma razón, sugirió a los cohermanos que celebraran reuniones comunitarias y pastorales regularmente. En particular, enfatizó la vida de oración, tanto a nivel personal como comunitario, y dijo que una comunidad que reza unida permanece unida.
La Provincia está muy agradecida por esta visita, que es un signo de comunión con todo el Instituto y un estímulo para los cohermanos en los diferentes contextos misioneros de la Provincia.